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6.3 Para leer el ensayo

Lectura interrumpida

Lectura interrumpida, de Jean-Baptiste Camille Corot, circa 1870.

El ensayo despliega un acto interpretativo que se anuncia ya desde el propio título y las primeras líneas del texto. A diferencia del cuento, cuya clave y fuerza radican en buena medida en el final, la clave del ensayo se anticipa desde el comienzo mismo. Tomemos como ejemplo "Poesía de soledad y poesía de comunión",44 título de ese temprano y fundamental ensayo donde Octavio Paz adelanta ya no sólo un tema, sino una toma o modo de presentación de éste, la elección de la cuestión a discutir a la vez que del punto de vista adoptado respecto de esa materia personalizada. Todo ello está planteado a partir de un primer contraste que anuncia ya la clave con que se resolverá el texto en su conjunto, a la vez que otorga una cierta tonalidad de estilo y ciertas reglas de estructuración a partir de pares de opuestos, ya incluyentes, ya excluyentes. De este modo, en cuanto comenzamos a leer un ensayo nos encontraremos con el punto de vista propuesto por el autor, la apertura al diálogo con el lector y el modo de recorte y tratamiento (fuertemente personalizado) de la materia del ensayo.

Se muestra así, de un solo golpe, la representación de ese nudo básico de sentido que incluye el acto de intelección, selección y recorte del tema, el modo de enfoque, el tratamiento interpretativo, el modo de participarlo a los lectores: como hemos dicho, en el ensayo el punto de vista está estrechamente ligado con el punto de partida. Nos encontramos también con la representación de autor y lector en el propio texto; en el ejemplo escogido, se plantea una fuerte participación entre autor, lector y asunto tratado, a la vez que la posibilidad de analogía y relación solidaria es el modo en que se apoya la demostración, o, mejor, la mostración del asunto por parte de Paz.

Quiero insistir en otro rasgo frecuentemente desatendido: el ensayo está escrito en tiempo presente y remite permanentemente a él. Esto tiene particular importancia puesto que conduce al modo de enunciación particular que hace el ensayo. El presente del ensayo remite al acto mismo de pensar, de presentar y re-presentar el mundo, al acto mismo de decir y al acto mismo de participar a otro de esta aventura del pensamiento en el momento mismo en que se está realizando: un ir reflexionando, un irse desenvolviendo el proceso de las ideas y del examen (el ámbito de lo cognoscitivo), a la vez que un ir explicando para otros, ir exponiendo para los otros, ir participando a los lectores y a la comunidad simbólica con la que se quiere entrar en diálogo, aquello que se está pensando (el ámbito de lo comunicativo).

El ensayo se coloca fundamentalmente en la dimensión explicativa e interpretativa, aun cuando lleve a cabo —a diferencia de otras formas en prosa que pueden hacer un empleo meramente instrumental del lenguaje— un trabajo artístico sobre el lenguaje, logre construir una representación del mundo con su propia legalidad y organización, y él mismo pueda apoyarse en operaciones propias de la narración y la poesía a la vez que citar ejemplos provenientes de otros géneros.

A la hora de leer el ensayo debe ponerse en práctica las competencias de lectura y la mayor "malicia" y capacidad de complejización de los temas, apelando siempre al más allá y al más acá a que se ha referido. Leer un ensayo no es sólo enterarse de un contenido, sino de un proceso de ver y predicar sobre algún estado del mundo que a su vez alcanza una configuración artística: de este modo el ensayo —al que Tomás Segovia considera el género moral por excelencia— vincula ética y estética.

Pero, a la vez, debe recordarse que se trata de una forma artística con su propia estructura y legalidad, en la cual las reglas del arte y la "ley" del género han determinado un cierto cierre y una jerarquía interna de redes de sentido. En algunos casos, la organización del ensayo se podrá traducir en un modelo argumentativo, explicativo, demostrativo. En otros casos adoptará una organización singular, mostrativa, apoyada en alguna figura predominante (paradoja, antítesis o ironía, por ejemplo), o bien organizada en torno a ciertas formas de ordenamiento exigidas por la cosa (la asimilación a un modelo temporal, como es el caso de la presentación biográfica o histórica de un asunto para el cual se adopta una cierta periodización; la asimilación a un modelo espacial o descriptivo, que se adapta a las convenciones de una presentación geográfica, un testimonio de viajes, un determinado mapeo), etc. Pero puede también adoptar un ordenamiento exigido por el despliegue del propio tema, tal es el caso de la memoria voluntaria o involuntaria en Proust o Benjamin, o la propia exigencia de la vivencia estética en Paz o Segovia. Puede también adoptar un modelo lineal, reticular, espiral, fractal, arborescente, entre muchos otros, y apoyarse en un hilo conductor fuerte o preferir el predominio de lo aforístico y fragmentario.

Más aún, todo ensayo encierra su "caja negra", su clave interpretativa, ligada a un cronotopo característico que brinda algunas de las claves en la relación entre lo poético y lo poetizado. Muchos son los ensayistas que a su vez, en una operación genial, logran traducir en la forma de sus ensayos su proceso de reflexión sobre el mundo. Ese sistema de pares de opuestos o complementarios, que Octavio Paz hizo característica de su obra, es también su modo de entender y traducir el mundo a través de la determinación de pares de opuestos (vida-muerte, naturaleza-cultura, soledad-comunión, etc.). Esto remite tanto a su aguda percepción del mundo prehispánico como a su vínculo con el surrealismo etnográfico y las vanguardias. En el caso del escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, la paradoja es la que traduce su propia posición en la cultura argentina y en el campo artístico e intelectual de su época, así como su propia visión del mundo. Como ha demostrado Edward Said, un texto literario representa además el paso de la filiación a la afiliación de un autor; esto es, la autoconstrucción de su figura como artista e intelectual a través del propio texto. De este modo, los autores latinoamericanos arriba citados traducen, por medio de la antítesis y la paradoja, su propia toma de posición ética y estética. El ensayo permite entonces descubrir la autoconstrucción de la figura del autor en su relación con el mundo.

Por otra parte, es posible atender a las condiciones pragmáticas de enunciación e intervención del ensayista en los debates de época, así como a la firma de un contrato de lectura de enorme importancia, pues rige la legibilidad a la vez del texto y del mundo. Este pacto entre autor y lector implícito en el texto es necesario para completar el ejercicio interpretativo. El ensayo apoya su palabra en aquello que Habermas denomina una ética del discurso:45 el interpretar activo y la capacidad configurativa del ensayo reúne así dos aspectos básicos: el cognoscitivo y el comunicativo. Desde una perspectiva pragmática se puede acentuar el carácter de contrato de veridicción con un lector que asiste al despliegue de ese acto interpretativo. Este contrato se apoya en la idea de sinceridad, buena fe, responsabilidad y respondibilidad por la palabra dicha.

Al relacionar el vasto tema de la hermenéutica con las cuestiones pragmáticas ligadas a los actos de habla, Habermas logra hacer una importante vinculación y un valioso deslinde entre hablar con y hablar sobre: hay un uso puramente cognitivo y otro predominantemente comunicativo del habla, distinción fundamental que debe tomarse en cuenta también para entender el ensayo, así como para comprender que el otro, el lector, está íntimamente ligado al texto desde el arranque del movimiento interpretativo:

…quien participa en procesos comunicativos en cuanto dice algo y comprende lo que se dice (ya sea esto una opinión que se ha de repetir, una comprobación que se hace, una promesa o una orden que se dan; o ya sean intenciones, deseos, sentimientos o estados de ánimo que se expresan) tiene que adoptar una actitud realizadora (performative). Esta actitud permite el cambio entre la tercera persona o actitud objetivadora, segunda persona o actitud reglada y primera persona o actitud expresiva. La actitud realizadora permite cambiar la disposición ante las pretensiones de validez (verdad, corrección normativa, sinceridad), que formula el hablante en espera de una respuesta afirmativa o negativa por aparte del oyente. Estas pretensiones suscitan una valoración crítica de forma que el reconocimiento intersubjetivo de las respectivas pretensiones pueda servir como fundamento para un consenso motivado racionalmente. En la medida en que el hablante y el oyente se entienden recíprocamente en una actitud realizadora, participan también en aquellas funciones que completan sus acciones comunicativas para la reproducción del mundo vital común.46

De aquí extrae Habermas conclusiones de enorme valía, y particularmente interesantes para nuestro tema. Al comparar la posición de la tercera persona en el caso de aquellos que se limitan a decir cómo son las cosas (tal la actitud de los científicos o la que se denomina posición doxológica) con la posición realizadora o performativa de quienes tratan de comprender aquello que se les dice (tal la posición de los intérpretes), y se descubre que no se colocan en una posición exterior privilegiada, como lo haría un observador externo, sino que, antes bien, participan y se sienten comprometidos en las cuestiones de comprensión del sentido. Por otra parte, y "dada la abundancia de enunciados no descriptivos y pretensiones de validez no cognitivas propias de la vida cotidiana, tales como acciones, normas, valoraciones, pautas, exigencias de autenticidad y honestidad", se entiende que: "Para comprender lo que se les dice, los intérpretes tienen que poseer un conocimiento que se apoye sobre otras pretensiones de validez". Éstas son, según el filósofo alemán, las consecuencias que se derivan del hecho de que "comprender lo que se dice" precisa participación y no mera observación.47

Estas observaciones nos permiten vislumbrar que el papel del lector es también claramente el de un intérprete, con todo lo que ello implica: hay una participación en el sentido, esto es, no sólo en los elementos comunicativos, sino también en cuanto el ensayo es "objetivación inteligible de un significado":

Para comprender (y formular) su significado, es preciso participar en algunas acciones comunicativas (reales o imaginadas) en cuyo curso se emplee de tal modo la citada frase que resulte comprensible a los hablantes, al auditorio y a las personas de la misma comunidad lingüística que casualmente se encuentren allí.48

Si bien ésta podría darse como cerrada y completa si atendiéramos al plano proposicional y objetivador, en la medida en que nos encontramos ante una operación comunicativa y performativa, donde intervienen no sólo proposiciones sobre el mundo en abstracto, sino sobre el ámbito social y valorativo, es indispensable ampliar al modelo en nuevas dimensiones, y particularmente la que tiene que ver con los elementos no cognitivos (tal el caso de los valores), los elementos performativos y la dimensión participativa.


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