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TEMA 6. EL ENSAYO

Mujer sosteniendo una balanza

Mujer sosteniendo una balanza, de Johannes Vermeer, circa 1664.

Liliana Weinberg1


El término ensayo designa una clase de texto en prosa, de carácter no ficcional, por el que se representa el despliegue de una operación intelectual de comprensión del mundo y en el que predomina la modalidad expositivo-argumentativa sobre la descriptivo-narrativa.

El ensayo es la escritura de una experiencia intelectual. Lo asociamos a las operaciones de entender, interpretar, desplegar un juicio sobre los más diversos temas y problemas, a la vez que a la posibilidad de participar de ellas a los lectores. El término ensayo remite al acontecimiento de pensar el mundo por parte de un sujeto: una operación interpretativa que tiene a la vez alcances epistémicos, éticos y estéticos, y que ha dado lugar a una clase de textos en los que predomina la modalidad expositivo-argumentativa. El ensayo participa al lector de una perspectiva personal para ver e interpretar los más diversos temas y problemas que se abren a la sensibilidad e inteligencia del autor. El ensayo se encuentra regido por un principio básico: el que piensa escribe, de modo tal que es muy fuerte en él la presencia de un "yo" situacional cuyo punto de vista constituye también el punto de partida del texto.

El ensayo es un tipo de texto que despliega, representa, comunica y expresa al lector, desde un particular punto de vista y desde la propia situación vital del autor, una interpretación, una opinión bien fundamentada y responsable, sobre algún tema, problema o cuestión del mundo pensada en diálogo con una comunidad hermenéutica. El ensayo es así una operación intelectual que se traduce en un texto y es un texto artísticamente configurado que representa una peculiar manera de ver el mundo y conserva las huellas de una operación intelectual.

En palabras de Alfonso Reyes, este "centauro de los géneros" se dedica "a la comunicación de especies intelectuales":

La literatura se va concentrando en el sustento verbal: la poesía más pura o desasida de narración, y la comunicación de especies intelectuales. Es decir, la lírica, la literatura científica y el ensayo: ese centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al "Etcétera" cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía. 2

El ensayo es una organización literaria característica de la prosa de ideas, que se configura a partir de una perspectiva personal sobre el mundo, y que se dedica a abordar con rigor interpretativo, crítica y creativamente —así como con un incisivo trabajo sobre el lenguaje y una neta voluntad de estilo en el pensar, en el decir y en el escribir—, los más diversos temas a la luz de una preocupación por significados y valores. De este modo, a partir de su recorte y de su forma de abordaje subjetivo e intersubjetivo, los temas se interpretan y se participan al lector en cuanto problemas. El ensayo se apoya en una convención de lectura: el que piensa escribe. El autor del ensayo firma con el lector un pacto de buena fe, garante de una determinada relación con la indagación responsable de la verdad y el sentido en el ámbito de la ética.

El término recubre así a la vez una operación intelectual, una configuración característica de la prosa no ficcional, una convención de lectura, una forma de mediación entre las más diversas formaciones ideológicas y estructuras de sentimiento, una clase de textos, un género literario surgido históricamente con la modernidad, una manifestación de la literatura de ideas caracterizada por la interpretación, la crítica, la polémica y el interés por participar al lector de un punto de vista.

Es así como el mismo término designa, según la perspectiva crítica escogida, un género, una clase o un tipo de textos, una forma enunciativa, una práctica discursiva, una textualidad, una retórica, una poética, pero también una operación intelectual, un modo de predicar sobre el mundo, una táctica escritural, un estilo del pensar, un modo de intervención simbólica en el debate de ideas, un modo estético de dar sentido al mundo.

Muchos son quienes consideran que el ensayo es literatura de ideas, una auténtica poética del pensar, dado que ensayar es interpretar, es entender, es elaborar un juicio o reflexionar libremente sobre un tema: ensayar es emprender un viaje intelectual a la vez que representarlo por medio de una escritura responsable.

Un estudioso del tema, Jacques Vassevière, ha mostrado cómo desde el principio el ensayo se apoya en dos rasgos fundamentales: la escritura del yo y el ejercicio del juicio. Lo caracteriza de este modo:

Hoy la palabra designa un género literario muy abierto, que pertenece a la literatura de ideas. El ensayo es una obra en prosa a través de la cual el autor presenta libremente su reflexión sobre un tema dado. Su enfoque es netamente argumentativo, aunque su ambición es limitada: el ensayo no expone un pensamiento acabado o estructurado en doctrina, no busca la exhaustividad y autoriza la implicación personal del autor.3

Por su parte, otro especialista, Graham Good, en el prefacio a la Encyclopedia of the Essay, consigna lo siguiente:

Generalmente designa un texto no ficcional en prosa que ocupa entre una y alrededor de cincuenta páginas, aunque en algunos casos se encuentran textos de gran extensión que también se denominan ensayos. El término también connota frecuentemente una cierta modalidad de aproximación a un tópico, caracterizada de manera variada como provisional y exploratorio más que sistemático y definitivo. El ensayo puede ser contrastado con el artículo académico, que es generalmente una contribución a una disciplina reconocida y a una investigación en colaboración… El ensayo tiende a ser personal antes que colaborativo en su aproximación, y usualmente carece de esa clase de aparato escolar. La autoridad del ensayista no está basada en credenciales formales o especialidad académica, pero en su personalidad reflejada en el estilo de escribir. El carácter persuasivo se basa en el carácter distintivo del estilo más que del uso de un vocabulario académicamente aceptable o técnico. El ensayo típicamente evita la jerga especializada y está dirigido a un "lector general" en un tono amistoso e informal. También evita la aplicación de una metodología preestablecida a casos particulares, y en general va (trabaja) de lo particular hacia lo general, y aun así no se preocupa por producir conclusiones aplicables a otros casos. Sus preocupaciones son más personales y particulares que profesionales y sistemáticas.4

El ensayo es una prosa interpretativa que remite a la vez al mundo y a la mirada del autor, que manifiesta un punto de vista bien fundamentado y bien escrito del autor respecto de algún estado del mundo; más aún, presenta al diálogo una configuración artística de la prosa que traduce la visión fuertemente personalizada de los más diversos temas y problemas, y para cuya comprensión y despliegue de sentido tiene enorme importancia la participación del lector. El ensayo nos envía así, en una compleja remisión y en una tensa relación entre opacidad y transparencia, al punto de vista del autor, al tema o problema interpretado, a la forma en prosa que, en su especificidad, da cuenta de esos elementos, y al lector que habrá de reabrir y reinterpretar esa dinámica interpretativa como resultado de la firma de un contrato de intelección específico con el autor. El ensayo pone en evidencia la perspectiva particular de su autor y, más aún, su fuerte relación, incluso vital, con la materia del mundo por él tratada,5 de tal modo que ésta se presenta también de manera personalizada. Se refiere, asimismo, a un estado del mundo que es seleccionado por el ensayista a la luz de un horizonte de valores teñido, por decirlo así, de la forma de abordaje que escoge el autor. Pero este envío de la mirada del ensayista al mundo y de éste al autor no puede omitir que el ensayo es una nueva formación textual, que da cuenta de una cierta especificidad y voluntad de forma artística, y que en sus casos más destacados presenta incluso una poética del pensar. En efecto, si bien muchos críticos consideran que se trata de una prosa de carácter predominantemente argumentativo y expositivo, que se adscribe al orbe de la "dicción" en contraste con el de la "ficción" (Genette), o al ámbito de la explicación antes que al de la narración (Bühler), y que establece sobre estas bases un particular contrato de veridicción con el lector, debemos añadir que supera ampliamente esas restricciones pues traduce el pensar y el decir en un texto predominantemente artístico. A la vez, y en la medida que es mucho más que un mero contenido comunicativo, se requiere de un tipo de lector que no sólo esté dispuesto a recibir pasivamente un mensaje, sino que se constituya en partícipe activo del despliegue de la interpretación que el ensayo lleva a cabo.

Estas caracterizaciones básicas nos ayudan a orientarnos cuando queremos leer o escribir un ensayo, y nos permiten abarcar un amplio espectro que va desde el ensayo de corte escolar hasta el ensayo de altos vuelos literarios, desde el ensayo comentativo hasta el ensayo crítico, desde el ensayo académico hasta el ensayo de creación, aunque existen, claro está, marcadas diferencias entre los distintos tipos. En efecto, y si bien en ambos casos el texto da cuenta de un esfuerzo por entender valorativamente una cuestión o un estado del mundo, el ensayo escolar o el comentario pueden reducirse a un empleo meramente instrumental del lenguaje con escasa voluntad de estilo, mientras que el ensayo literario y el ensayo crítico pueden dar lugar a una verdadera experiencia vital y estética a través de la cual el lenguaje, la forma artística, la tradición literaria y filosófica, la capacidad interpretativa e imaginativa, pueden llevar a los lectores a participar de una experiencia de interpretación del mundo que colinda con una auténtica aventura de la sensibilidad y la inteligencia.

Retomando las observaciones de sus principales críticos, puede decirse que las características definitorias del ensayo son: tratamiento de todos los temas a partir de un "yo" meditativo y central; fuerte marca personal y actitud comentativa del "yo" en el mundo; fusión de lo privado y personal con lo intelectual y conceptual; predominio de las operaciones expositivo- argumentativas; firma de un contrato "de buena fe" con el lector, diverso del contrato "de mala fe" que establece la ficción; apertura, libertad y flexibilidad para introducir y organizar los contenidos semánticos; carácter provisional y exploratorio antes que sistemático y concluyente. 6

El ensayo es uno de los géneros más modernos, y tiene incluso, por decirlo así, un "acta de nacimiento": en 1580 Michel de Montaigne da a publicidad su primer libro de Ensayos, término que asocia con el acto de examinar, experimentar, probar, pesar y sopesar los más diversos asuntos mediante el ejercicio del juicio y la experiencia.7

Montaigne elige como divisa de su actividad intelectual una balanza (ese instrumento que emplea tanto materialmente quien pesa el oro como simbólicamente quien actúa como juez), y declara que: "Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos; por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos Ensayos". Pocos años después, Francis Bacon se interesará por la obra de Montaigne y la retomará en sus propios ensayos de moral y política.8 Como bien señala Miguel Gomes, sólo cuando Bacon se declare lector de los Essais y reconozca la obra de Montaigne como antecedente de la suya, el ensayo dejará de ser un ejemplo único de su tipo para convertirse en miembro inaugural de una clase y un género.9

Mientras que Montaigne concebía el ensayo como crítica al viejo modelo de interpretación basado en el sistema cerrado de autoridades, en nuestros días se muestra como el género más cercano a la interpretación abierta y creativa. El ensayo es el despliegue configurador de una interpretación. El siglo XIX consolidó su papel en el espacio público y el romanticismo hizo del ensayo un poema intelectual, enfatizando las potencialidades creativas del intelecto. Y ya en el siglo XX, preocupado por vincular ensayo y crítica, Lukács ofrece certeras definiciones, una de ellas inspirada en el romanticismo: el ensayo es un poema intelectual, el ensayo traduce la intelectualidad como vivencia sentimental, el ensayo es un juicio.10 Según Theodor Adorno, el ensayo es un interpretar activo que encuentra su forma a través de esa misma dinámica de enlace entre el autor y el mundo; el ensayo no representa sólo al mundo, sino al proceso de pensamiento que lleva a cabo un autor.11

Es también necesario buscar una caracterización mínima que nos permita distinguir en primera instancia el ensayo de la prosa de ficción, la lírica y el teatro. Sin embargo, como veremos más adelante, esta distinción no es tan nítida como podría esperarse, ya que, si bien su carácter es predominantemente no ficcional y corresponde al orden interpretativo-explicativo, no por ello deja de hacer uso de operaciones propias de otros géneros.12 Por otra parte, en cuanto ligado a la prosa de ideas, el ensayo establece complejas relaciones con otros representantes de dicha familia: el artículo periodístico, el discurso político, el panfleto, el texto académico, el escrito autobiográfico, el libro de viajes, etc. No debemos, sin embargo, temer a estas posibles superposiciones y cercanías, ya que es necesario recordar que, como todo género discursivo, el ensayo no se define tanto por una "esencia intemporal" como por aquellas otras formas cercanas con las que hace familia o se opone en distintas épocas.

Mientras que algunos estudiosos se preocupan sobre todo por el contenido del ensayo, otros resaltan la importancia de la forma artística, la escritura o la "voluntad de estilo". Mientras que algunos críticos enfatizan la relación del ensayo con la prosa de ideas y la retórica, otros se preocupan por su vínculo con una poética del pensar,13 y prefieren considerarlo como el despliegue de un proceso interpretativo o explicativo por el cual la personalidad individual de un autor manifiesta un estilo del decir y un estilo del pensar, y da cuenta de un determinado estado del mundo. Muchos son además quienes se dedican al estudio de los temas tratados por el ensayo, mientras que otros, por su parte, se preocupan por enfatizar su cercanía con el ámbito creativo y escritural: el ensayo se encontraría así en un difícil equilibrio entre el mostrar y el decir.14 Por fin, otro grupo de autores se dedica a su vínculo con la retórica, a partir de su carácter explicativo-argumentativo. De este modo, el ensayo parece encontrarse en un difícil balance entre la preocupación por la forma de la moral y por la moral de la forma.

Otro texto que aporta valiosas observaciones sobre el ensayo es el prólogo de Pierre Glaudes a L'essai. Métamorphoses d'un genre.15 Glaudes afirma que se buscará en vano una fórmula canónica del ensayo, un modelo universal que induzca siempre al mismo pacto de lectura, dado que la heterogeneidad de ejemplos, la variedad de manifestaciones —desde las breves, fragmentarias y aforísticas hasta las amplias, orquestales, extensas—, muestran que, si bien algunos ensayos parecen obedecer a reglas compositivas previas, muchos son también los que rompen con los cánones retóricos: si algunos autores nos ofrecen un ensayo otros nos ofrecen ensayos.

Se trata de una forma abierta y flexible, que no tiene un dominio cultural bien circunscrito. Lindero del discurso filosófico, magistral, de la meditación espiritual, puede también acercarse a las seducciones sofísticas de la conversación o recurrir a los juegos poéticos y ficcionales, y llegar a las vías de la vulgarización periodística y la polémica: "es un género proteiforme que se caracteriza por no tener fronteras".

Glaudes se pregunta si el ensayo, ese mauvais genre (ese "género malo" en todas sus acepciones: malo, malvado, erróneo, desagradable, no placentero…), existe solamente por oposición a otras clases textuales mejor definidas, o si puede encontrar un perfil propio. El autor reflexiona acerca del ensayo a partir de una serie de rasgos de enorme importancia. El primero de ellos es ensayo y "extranjería". El ensayo se hace posible a partir de los cambios en la cosmovisión humana desencadenados en el Renacimiento, uno de los cuales es el surgimiento de una nueva relación entre el sujeto y el conocimiento, y la posibilidad de extrañeza y de distancia.

En lo que va de Montaigne a Bacon presenciamos un nuevo modo de relación del sujeto cognoscente con el objeto del conocimiento, que se manifiesta en el ensayo: el uso metódico de la duda y el rechazo del sistema de autoridades y de las reglas de la retórica que dan un orden artificial al pensamiento son, según Paul Heilker, los elementos fundamentales sobre los que se funda el género para intentar conocer un mundo cuyo solo estado permanente es, paradójicamente, el movimiento. El ensayo busca nuevas representaciones de la verdad en un universo incierto.

Un segundo rasgo que caracteriza al ensayo es el que lo hace "un discurso situado". Toda búsqueda ensayística se encuentra, sin cesar, referida a una existencia particular y a una experiencia vivida de la duración. El sujeto ha dejado de pensarse como esencia metafísica y descubre que la conciencia se despliega en un tiempo cambiante: paulatinamente se desplaza la declaración impersonal para alcanzar "la puesta en escena de la propia enunciación".16

Glaudes subraya también "la hermenéutica en el ensayo": "Fundado en la conciencia del tiempo y de la relatividad, el ensayo surge ligado al advenimiento de la hermenéutica":

La forma dúctil del ensayo, modulable al infinito, permite poner en relación diversos campos disciplinarios dentro de un gran arco hermenéutico, que religa aquello que el lenguaje de los expertos tiene por costumbre disociar o fragmentar.17

Y añade:

Es en este sentido un género cívico: al dirigirse a un público amplio, que no se reduce a los especialistas, es, dentro de la literatura de ideas, el género que contempla el conjunto de la comunidad, que impide a los individuos aislarse en su dominio de competencia o en su espacio privado. Al religar los saberes particulares con las grandes cuestiones éticas, estéticas o políticas, ofrece una mediación cultural que contrasta con la mayor parte de las prácticas discursivas, en la medida en que la especialidad y la publicidad son en general antitéticas.18

Otro de los rasgos fundamentales y paradójicos del ensayo es su doble naturaleza, "egoísta y cívica" al mismo tiempo. Si por una parte el ensayo es un "ejercicio solitario" propio del "yo", por la otra apela a un reencuentro y postula un auténtico diálogo fraternal con el lector y el establecimiento de un "nosotros". Género "cívico" por excelencia y capaz de relegar saberes particulares, es clave su papel de mediación cultural. El ensayista se hace así sujeto y objeto de su propia meditación, y se vuelve capaz de vincular, en un mismo impulso hermenéutico, el yo, el mundo y el texto.19

Este autor se refiere también a las "exotopías del ensayista", para quien, al lado de esta independencia heurística que le garantiza las condiciones de un conocimiento conjunto del "yo" y del mundo, existe otra forma de apartamiento que es el retiro voluntario del mundo, que funda una posición discursiva particular: el ensayista no se instala en la soledad como un misántropo o como un egoísta, sino para mejor servir a los otros: "El ensayo está movido por una lógica interna, de orden ético, que proscribe toda manipulación retórica, tome ella la forma de un golpe de fuerza o de una maniobra de seducción".20 La propia independencia de opinión del ensayista tiene su contraparte en la libertad que se respeta en el interlocutor y que permite establecer un diálogo entre iguales.

El ensayo manifiesta también una orientación ética, que tiene a su vez incidencia sobre su escritura y su configuración, que se niega a la linealidad de los discursos persuasivos canónicos y a las estructuras dialécticas cerradas, para privilegiar una estética de la fragmentación, de los disparos y de la ruptura, apartada de la afirmación de una doctrina.21

El ensayo no busca dar un lenguaje común al grupo, sino hacer surgir preguntas y provocar la confrontación de ideas; por ello nos hace escuchar diversas voces y mezcla muchos lenguajes y temas. De allí el papel fundamental que cumple en su composición la intertextualidad, reunida en la "unidad del dominio simbólico" que hace del libro una biblioteca virtual y de la lectura una modalidad de la exégesis: de acuerdo también con Todorov, "La escritura de un texto aparece entonces como un modo de apropiación de otros textos, una mezcla de citas, una orquestación de ideas diversas, en un juego intertextual".22 Pero debe agregarse que el ejercicio del ensayo supera la mera intertextualidad, puesto que pone en comunicación diversas esferas, más o menos formalizadas como textos y discursos: tal, por ejemplo, su puesta en escena y reconsideración del sistema de valores explícitos y declarados pero también implícitos y latentes en una sociedad. Para decirlo con Marc Angenot, el ensayista, como todo escritor, no sólo pone en práctica su capacidad de leer el mundo, sino también de escucharlo; es capaz de traducir y otorgar una nueva forma a lo ya escrito por una sociedad, pero también a lo que esa sociedad ha dicho en el pasado y lo que ella vive y manifiesta en el presente.

Existe alguna incertidumbre respecto del estatuto pragmático del ensayo, ya que corresponde a un tipo de enunciado que, lejos de constituir un aserto serio que supondría la plena adhesión del autor a su propósito, coloca frecuentemente al lector entre la perplejidad y la duda. El ensayo se balancea sin cesar "entre una convicción fundadora y una duda reguladora". Para hacer justicia a este estatus ambiguo del ensayo, se ha dicho que mostraría una "veridicidad condicional". La propia indecisión del lector convierte la ambigüedad en una característica constitutiva del género: aquella del discurso asertivo que busca la verdad pero sin tener jamás la seguridad de alcanzarla; de allí que, a diferencia del tratado, tenga siempre un fuerte componente de incertidumbre.

La escritura del ensayo instituye una forma de lenguaje metafórico que en algunos casos inventa o recrea el mundo de acuerdo con modalidades cercanas a la ficción misma. La búsqueda de la verdad se plantea en muchos casos en el ensayo como novela de aprendizaje, y el ensayista es a la vez el narrador, el héroe y todos los otros personajes. Por ello, Barthes denomina al ensayo "una novela sin nombres propios".

De manera general, el ensayo no parece instituir un universo ficticio de la misma naturaleza que el de la novela ni tampoco proponer un pacto ficcional que autorice al lector a tratar el texto como un puro producto de la imaginación.

Retrato de Emile Zola

Retrato de Émile Zola, de Edouard Manet, 1868.

Glaudes retoma finalmente la caracterización de K. Korhonen, para quien el ensayo es "un discurso mimético que describe el proceso de pensamiento humano", y de Foucault, en cuanto el ensayo es una "prueba modificadora de sí en el juego de la verdad" y dice que, en su opinión, el ensayo es "una aventura intelectual que confiere a la imaginación una función heurística y la convierte en una modalidad del conocimiento".23 El mismo autor agrega: "la escritura, en el espesor cuasi corporal de sus significantes, es la que da forma a la cosa ausente, la que la convoca en una fórmula, término que debemos tomar tanto en su sentido alquímico como estilístico".24

Existen, por lo tanto, muy pocas características mínimas en las que coinciden los estudiosos: vínculo con la prosa, carácter no ficcional, perspectiva personal del autor, apertura a un amplio espectro de temas y formas de tratamiento, concisión, contundencia, voluntad de estilo. Pero a despecho de estos pocos puntos básicos de acuerdo, es ciertamente mayor la variedad que la coincidencia en las distintas caracterizaciones y definiciones: muchos son además quienes prefieren mostrar su carácter "proteico", "ambiguo", "excéntrico", "híbrido", y referirse al ensayo como "literatura en potencia", "antigénero", "género degenerado", etc. De este modo, mientras unos se preocupan por la dificultad de su pertenencia genérica, otros prefieren pensarlo como diverso, camaleónico, inasible. Quienes insisten en el carácter mixto o incluso ambiguo del ensayo tratan de apoyar sus enfoques a partir de su pertenencia a varios ámbitos a la vez (poesía y filosofía, imagen y concepto, didáctica y literatura, etcétera).

Una revisión cuidadosa de las caracterizaciones y definiciones al uso nos muestra una posible explicación a esta variedad: en realidad, uno de los mayores problemas que enfrentamos es que se trata de atender a distintos niveles de discusión, que en muchos casos acaban por confundirse, y que aquí intentaremos deslindar. El ensayo se piensa desde varias perspectivas de abordaje, como una operación del espíritu, una forma enunciativa, un tipo particular de discurso, una configuración peculiar de la prosa, un estilo del pensar, un estilo del decir, una clase de textos o bien una determinada relación con los lectores y la comunidad hermenéutica. El ensayo puede considerarse así, según la perspectiva y la línea teórica adoptada, un género, una clase o un tipo de textos, una forma discursiva, una manifestación de la textualidad, pero también una modalidad enunciativa, una actividad intelectual, una poética del pensar, un estilo del decir.

Ensayar es una operación del espíritu, una actividad, un acontecimiento discursivo25 que corresponde al acto de pensar; es el despliegue de la inteligencia a través de una poética del pensar y es la puesta en práctica de nuestra capacidad de entender y dar un juicio sobre la realidad desde una perspectiva personal. El acto de entender o de juzgar sobre algún estado o manifestación del mundo lleva a un permanente enlace dador de sentido entre lenguaje y mundo. El ensayista sería de este modo un "especialista" del entender y del decir sobre su entender, que ofrece, como producto de su acto intelectivo, no sólo un conjunto suelto de opiniones, sino una obra nueva y organizada que apoya a su vez, desde su especificidad, aquello por él juzgado.

El ensayo corresponde también a una forma enunciativa particular, con fuertes marcas tensionales, un predicar sobre el mundo desde la perspectiva del autor, un poner por escrito el proceso del pensamiento humano, que deja su inscripción en la textura del ensayo, y mediante la cual se nos participa de una interpretación sobre algún estado del mundo y se nos ofrece una explicación argumentada sobre éste por medio de un discurso generalizante, singularizante y ejemplarizante de la interpretación que se ha llevado a cabo.26

El ensayo es una determinada configuración de la prosa, que no sólo emplea la prosa como vehículo de transmisión de las ideas, sino que se relaciona íntimamente con las potencialidades artísticas y comunicativas de la prosa en general. A partir de un detonante inicial, el ensayista teje una red analógica de "visiones" y "asociaciones" culturales y artísticas a través de la cual "ve" el mundo y lo representa en forma de arte. En esta red se evidencia una dominante explicativa y descriptiva sobre una narrativa.27 La prosa del ensayo actúa además como mediadora entre otras formas de la prosa del mundo, vectores temáticos, conceptos y símbolos preformados culturalmente, ya que los pone en relación y los enlaza en nuevas configuraciones de sentido. El ensayo logra así articular formas, tradiciones, discusiones, y captar no sólo conceptos, sino estructuras de sentimiento que se dan en el seno de la vida de una cultura o en un campo literario o intelectual específico.

El ensayo es también un estilo del pensar y del decir que se coloca fundamentalmente en la dimensión explicativa e interpretativa, aun cuando —a diferencia de otras formas en prosa que pueden hacer un empleo meramente instrumental de las palabras— lleve a cabo un trabajo artístico sobre el lenguaje, logre construir una representación del mundo con su propia legalidad y organización, y pueda apoyarse en operaciones propias de la narración, la poesía, el diálogo dramático, a la vez que citar ejemplos provenientes de otros géneros. El estilo del pensar nos conduce al peculiar modo de intelección del ensayista, quien retoma a su vez el modo de pensar de su época y lo lleva a nuevas cotas de sentido. El "estilo del decir" nos conduce a su modo de inscribir la experiencia creativa, la voz individual, en la institución de la literatura.

Al decir ensayo nos referimos también a una cierta clase de textos (para algunos, un género literario y para otros un tipo o forma discursiva) que agrupa aquellas formaciones caracterizadas por una cierta poética del pensar, y que en distintos momentos históricos se distingue con autonomía relativa de otras formas de la prosa no ficcional o de la literatura de ideas. Y esto nos conduce a la cuestión de los géneros literarios y a la de los géneros discursivos (Bajtín). En efecto, el ensayo entra en relación tanto con formas de una cierta especificidad artística y literaria (el poema en prosa o la prosa poética, por ejemplo) como con la familia de la prosa de ideas (tratado filosófico, discurso didáctico, etc.), o con otras formas pertenecientes a la prosa del mundo (pensemos, por ejemplo, en los géneros retóricos, judiciales y políticos). Pero, más aún, el ensayo entra en diálogo con otras formas como la narrativa, la poesía, el teatro.

El ensayo puede ser concebido también como textualidad, esto es, como forma de manifestación y realización concreta de la función textual en el seno de la vida social. Teóricos como Foucault o Said han enfatizado también la necesaria relación entre el texto y el mundo, su vínculo con hechos históricos, prácticas, instituciones; de allí la obligada inscripción de todo proceso significativo en marcos de referencia políticos, históricos y sociales. Said insiste en la necesaria situación del texto en el mundo (su "mundanidad"), a la vez que la no menos necesaria distancia crítica que debe adoptar el autor, quien es siempre un sujeto activo y responsable del texto.

En The World, the Text and the Critic (1984), Said recupera en toda su vitalidad las ideas de Lukács, en cuanto ve en el ensayo una de las más altas y logradas manifestaciones de la crítica a la vez que un esfuerzo de actualización, de revitalización, de contemporaneización de las discusiones y, por fin, una voluntad de forma. Said recupera también la idea de crítica: es a partir de la distancia entre la conciencia y ese mundo respecto del cual para otros sólo ha habido "conformidad y pertenencia", que existe la distancia de la crítica. Así, "la conciencia crítica es parte de su mundo social real y del cuerpo literal que la conciencia habita y no es, de ninguna manera, una forma de escape de la una ni de la otra".

Desde una perspectiva pragmática, el ensayo presenta un marcador genérico que implica la firma de un contrato de intelección particular a la vez que define un contrato de enunciación y de lectura: en cuanto no ficcional, se entiende que consiste en enunciados de realidad o "ilocuciones serias de estatuto pragmático sin misterio", para decirlo con Genette.

Las enormes dificultades para ofrecer definiciones acertadas del ensayo se deben atribuir entonces, en primer lugar, a cuestiones intrínsecas al género y al complejo modo de articulación que establece entre distintas órbitas: la tensión entre opacidad y transparencia, subjetividad y objetividad, totalidad y fragmento, certeza y duda, ética y estética, etc. Para quien desee llevar a cabo una lectura meramente instrumental, contenidista o superficial, en busca de qué dice el ensayo, resulta también difícil comprender que en su caso se trata precisamente de atender a la vez a un texto y a una operación, a un estilo del pensar y a un estilo del decir, a una configuración que remite al mundo y a un modo de ver el mundo que remite a la perspectiva adoptada. Otra buena dosis de dificultades es la que surge de los problemas suscitados por los propios abordajes de la crítica tradicional, que no fue capaz de atender a otros niveles que en nuestra opinión se deberían tomar en cuenta: ese más allá del texto que tiene que ver con aquello que Benjamin denomina la relación entre el poema y lo poetizado, y Lukács ve como relación entre la generación de valores juzgadores y lo juzgado, o aquello que Derrida contempla como la Ley que está detrás de la ley fundadora de un género. En cuanto al más acá, sólo en años recientes se está redescubriendo —a partir de la teoría del discurso, la sociología de la literatura, la pragmática, etc.— que el texto tiene que ver con las condiciones de enunciación, la semiosis social y las prácticas discursivas en que se inscribe.

Gérard Genette fue uno de los primeros en ofrecer una salida posible a esta cuestión, al poner en relación el texto con el acto enunciativo que lo funda. Siguiendo a Luz Aurora Pimentel, quien afirma que el acto de narrar es una estructura de mediación fundamental en todo relato verbal, podemos decir que estamos en presencia del acto mismo de pensar, estructura de mediación fundamental para esa otra forma discursiva fundamental que corresponde a la dimensión explicativa, intelectiva, propia del discurso gnómico o doxal, "caracterizado por el discurso argumentativo o generalizante, enunciado en el presente intemporal de la reflexión filosófica y de la enunciación de leyes, y que aparece también en la narración como el discurso por medio del cual el narrador expresa sus opiniones, hace reflexiones y generalizaciones sobre el mundo, incluyendo aquel que su narración va construyendo".28

En el caso del ensayo es ostensible el empleo del tiempo presente (un rasgo que ha pasado inadvertido para buena parte de la crítica). Esta continua remisión al momento de la enunciación y de la interpretación constituye, en nuestra opinión, la "clave" del ensayo, ya que, por una parte, nos remite al momento de la enunciación y, por la otra, al plano de la explicación generalizante y —he aquí un rasgo adicional— singularizante. El "encadenamiento" de sentido del ensayo está dado por el "desencadenamiento" a partir del momento de la enunciación; las distintas transformaciones y articulaciones que siguen a esta tensión inicial van tejiendo un entramado en el que el orden de sucesión temporal, causal y jerárquico o de subordinación se encuentra en tensión respecto del orden de coincidencia sincrónica, analógica y de coordinación, que toca al lector poner en movimiento.

El ensayo se coloca fundamentalmente en la dimensión explicativa e interpretativa, aun cuando —a diferencia de otras formas en prosa que pueden hacer un empleo meramente instrumental del lenguaje o apoyarse en un "yo" neutral como generador del discurso— lleve a cabo un trabajo artístico sobre el lenguaje, ponga fuerte énfasis en el "yo" enunciativo, vincule la voluntad generalizadora y la voluntad singularizadora, y logre construir una representación del mundo con su propia legalidad y organización a la vez que él mismo puede apoyarse en operaciones características de otros géneros. Así, no obstante el predominio de la dimensión interpretativa, el ensayo incluye frecuentemente en su entramado elementos y operaciones que lo ligan a la narrativa y la lírica. Más aún, en cuanto performación del acto de pensar, del acto de entender, despliega también mecanismos teatrales: hay una puesta en escena del pensar en la que muchas veces se hace ostensible el carácter dialógico y participativo del mismo.


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