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3.4.5 El auge de la novela realista

Muchacha lectora

Muchacha lectora, de Franz Eybl, 1850.

El inicio del siglo XIX ocurrió de forma paralela al surgimiento de un escenario social nuevo, producto de una revolución política y de una revolución en el mundo de las relaciones económico- sociales: la Revolución francesa y la Revolución industrial, respectivamente. La Revolución francesa fue consecuencia de un movimiento intelectual —la Ilustración— en el que se reverenció la razón y se atacó el pensamiento dogmático, lo que dio origen a un pensamiento crítico en todos los ámbitos de la vida social. En consecuencia, la desigualdad, las injusticias y la arbitrariedad en el ejercicio del poder por parte de los monarcas absolutos crearon la revuelta social que a la larga provocaría la caída de varias monarquías europeas, las cuales fueron sustituidas por regímenes parlamentarios que, por primera vez, daban oportunidad a los individuos de expresar su voluntad política en una forma de gobierno que habría de ser característica de los nuevos tiempos: la democracia.

Paralelamente a esta revolución social cobró fuerza la Revolución industrial, iniciada a fines del siglo XVIII en Inglaterra. Este movimiento económico-industrial trajo como consecuencia cambios en la organización social, movimientos masivos de población del campo a la ciudad, y la expansión de una nueva clase social: los obreros, quienes junto con el burgués serán los personajes centrales de las novelas del siglo XIX.

A lo largo del siglo XIX se escribieron novelas románticas, realistas y naturalistas. A la distancia puede afirmarse que las primeras fueron las menos significativas para el desarrollo de la novela moderna. En términos generales, se trató de novelas de estructura convencional, cuya innovación estuvo en los temas: se escribieron novelas históricas en las que se idealizó el pasado medieval; también novelas sentimentales, en las que los protagonistas poseían invariablemente deseos nobles y exaltados que en algunas ocasiones los llevaban a morir de amor. Asimismo, surgió la novela gótica, en la que se recrearon una gran cantidad de motivos románticos, como los ambientes nocturnos y los escenarios desolados que sobrecogían a los lectores: cementerios, castillos medievales en ruinas, sótanos, puertas secretas con pasadizos en los que los individuos invariablemente se perdían. Son novelas en las que los personajes vivos entran en contacto con fantasmas o espíritus de seres que murieron tiempo atrás; la novela gótica gozó de mucha fama y se siguió escribiendo a lo largo del siglo XIX, incluso durante el gran auge de la novela realista.

Para la década de 1830 surgió una nueva generación de novelistas que habían nacido en una nueva sociedad, ya familiarizados con las nuevas corrientes de pensamiento, que se habían educado presenciando el desarrollo de las ciencias sociales y naturales, así como el desarrollo de la prensa escrita y sabían de su importancia como vehículo de difusión masiva de información y de ideología. Esta formación los llevó a tener un acercamiento distinto a los fenómenos sociales.

La principal preocupación de estos autores fue mostrar de manera minuciosa la vida de los individuos en las grandes ciudades europeas; esta característica no sólo los convirtió en obsesivos retratistas del paisaje urbano (calles, tejados, ventanas, carros, estaciones de trenes, etc.), también los llevó a exponer la vasta variedad de tipos humanos que poblaban esos espacios, y en ocasiones pusieron énfasis en la presentación de la miseria, de los seres que se convertían en desperdicios de la industria. Su intención fue mostrar lo real sin alteraciones, sin idealización, de la manera más completa que fuera posible, para lo cual a veces crearon proyectos narrativos que se desarrollaron a lo largo de varias novelas. Tal es el caso de La comedia humana, de Honoré de Balzac, quien a lo largo de decenas de novelas pretendió hacer una presentación total de la vida parisina de su tiempo; en esta monumental obra predominan los análisis sociológicos, así como la necesidad de indagar en los móviles de las pasiones humanas que conducen a hombres y mujeres a la felicidad y al éxito, o a la degradación y la miseria.

De forma paralela a la publicación de las primeras novelas de Balzac, se imprimieron en Inglaterra los primeros folletines, novelas que se escribían para ser publicadas por entregas en los periódicos. En 1836 Charles Dickens publicó Pickwick Papers (traducida al español como Papeles póstumos del Club Pickwick); su éxito convenció a los dueños de los periódicos de las grandes ventajas de las novelas por entregas, pues los costos eran baratos y llegó a darse el caso de periódicos que incrementaban sus ventas dependiendo del novelista al que publicaran. El folletín dio una nueva posición social al escritor: la de trabajador asalariado que cobraba tantas entregas como hiciera al periódico. La estructura de las novelas también se vio determinada por el espacio, pues los capítulos tenían que ajustarse al espacio —fijo y preestablecido— que se les asignaba en el periódico; además, las anécdotas se contaban de forma episódica, pues cada entrega debía contener un núcleo anecdótico completo, con la condición de que terminara de tal manera que el lector tuviera deseos de conocer la continuación del último episodio leído; de esta manera, los novelistas se volvieron maestros en el manejo del suspenso, las situaciones ambiguas, la insinuación de momentos climáticos que siempre estaban a punto de ocurrir. Muchos estudiosos del folletín insisten en resaltar las semejanzas entre el folletín decimonónico y las modernas series de televisión por episodios, como las telenovelas.

A lo largo de las décadas de 1830 a 1850, la novela realista fue definiendo sus primeros rasgos: la descripción como método discursivo privilegiado, la aspiración a presentar cuadros completos de la vida social, la presentación de individuos de distintas clases sociales, el mundo de la miseria. En cuanto a la narración se refiere, se trataba de novelas narradas en tercera persona, por un narrador omnisciente que, en esos primeros años, era una proyección del autor, de sus opiniones, juicios y valores éticos. En este sentido, no era difícil leer una novela y saber de parte de qué personajes estaba el autor y qué era lo que quería mostrar con ellos. Seguían siendo novelas escritas con una finalidad didáctica, bien intencionadas como discursos sociológicos, pero todavía elementales en el plano estilístico.

El gran renovador de la novela realista fue Gustave Flaubert. En 1857 publicó Madame Bovary, obra que muestra una nuevamanera de presentar la existencia humana,así como una transformación radicalen la elaboración estilística de la prosa.Como El Quijote, Madame Bovary cuentauna historia en la que la lectura denovelas(románticas, en este caso) modificaradicalmente las aspiraciones,creencias y valores de la protagonista.Emma Bovary no se resigna a la mediocridaddel mundo en el que ha crecido:la mediocridad de su marido, de sus vecinos,la insignificancia del pueblo en elque vive, la falta de escenarios en los queel espíritu pueda trascender, en los queel alma humana vibre de pasión. En todoello Emma tiene razón, sólo que nose da cuenta de que ella es tan mediocrey necia como todos los demás, de tal maneraque la novela cuenta la historia deuna mujer que no sabe resignarse, perotampoco sabe cómo liberarse de las ataduras de la necedad. Tiene el impulso para salir de la inmediatez de lo cotidiano, pero carece de sensatez y de inteligencia, lo que la precipitará a una dramática degradación moral que, a su vez, la arrojará al escenario de una tragedia en la que nada trasciende, en la que no conmueve a nadie (salvo al risible marido). Madame Bovary recrea el mundo sin brillo de los seres comunes, los que en verdad se parecen a los seres reales que pueblan este mundo.

Flaubert tuvo el acierto de crear un narrador neutro en relación con la historia contada y con los personajes que en ella aparecen. No hay juicios de valor por parte del narrador, quien no toma partido por unos u otros personajes (ni explícitamente —celebrando o condenando sus acciones— ni implícitamente —llevando a algunos a posiciones morales ejemplares que los volvieran dignos de ser gratificados en la historia mediante el éxito de sus proyectos—). Por ello se suele decir que Flaubert es el gran maestro de la objetividad. Después de la publicación de Madame Bovary es muy difícil —si no imposible— encontrar una gran novela en la que el narrador se convierta en juez de las acciones de sus personajes, porque los buenos escritores saben que ése no es un asunto que ataña a ese complejo estilístico que se llama narrador, sino a los lectores, quienes deben incorporar lo que la novela muestra según su horizonte de expectativas y, desde ahí, replantear su conocimiento de la existencia humana y sus circunstancias.

Además de la importancia que tiene para la historia de la novela moderna la propuesta narrativa de Flaubert, en cuanto al manejo de la objetividad se refiere, también es importante resaltar el hecho de que Flaubert fue un escritor que no se conformó con utilizar los recursos y el lenguaje empleados por la mayor parte de los novelistas de su tiempo. Flaubert sabía que la belleza de una obra no depende de su anécdota o del diseño de los personajes, sino de la forma literaria, del estilo, del arduo y minucioso trabajo con las palabras. Mario Vargas Llosa se refiere a este aspecto de la siguiente manera:

Con Flaubert ocurre una curiosa paradoja: el mismo escritor que convierte en tema de novela el mundo de los hombres mediocres y los espíritus rastreros, advierte que, al igual que en poesía, también en la ficción todo depende esencialmente de la forma, que ésta decide la fealdad y la belleza de los temas, su verdad y su mentira, y proclama que el novelista debe ser, ante todo, un artista, un trabajador incansable e incorruptible del estilo. Se trata, en suma, de lograr esta simbiosis: dar vida, mediante un arte depurado y exquisito, a la vulgaridad, a las experiencias más compartidas de los hombres.23

En la segunda mitad del siglo XIX aparecieron gran cantidad de novelistas importantes en España —Benito Pérez Galdós, Pedro Antonio de Alarcón, Leopoldo Alas "Clarín"— y en Rusia —Lev Tolstoi, Antón Chéjov, Fiódor Dostoievski—. De todos ellos, el que más influyó en el desarrollo de la novela fue Dostoievski, quien llevó las formas de la narración objetiva flaubertiana a un nivel más complejo y más acorde con las formas de pensamiento de su tiempo, las cuales se pueden sintetizar en la tesis de Friedrich Nietzsche, quien afirmaba que en las relaciones que establece el individuo con el mundo, con los otros individuos y consigo mismo, no existen hechos, sólo interpretaciones. De la misma manera, Dostoievski nos muestra en sus novelas un mundo complejo por contradictorio, en el que la ambigüedad y la ausencia de certezas apremian a los personajes. Para el teórico ruso Mijaíl Bajtín, Dostoievski es el iniciador de la novela polifónica, de una forma narrativa en la que cada personaje será creado con una posición ética individual, compleja, que sólo representa sus propias ideas, sus culpas y anhelos, circunstancias que no coinciden con las de nadie más, ni siquiera con las del propio autor. Leer una novela de Dostoievski es adentrarse en un territorio de dolor en el que los grandes sistemas de ideas (el cristianismo, por ejemplo) no están al servicio de los humanos, "sino de una divinidad terrible e incognoscible. Ya no hay ni naturaleza ni historia sino una cosmogonía de dolor, donde la negatividad de la realidad histórica se asume como una condena absoluta o como una absoluta salvación. Sólo si es pisoteado el hombre podrá ser hombre. Sólo si toca el fondo se salvará".24

En relación con el concepto de polifonía en las obras de Dostoievski, Bajtín comenta:

Para el pensamiento crítico, la obra de Dostoievski se ha fragmentado en un conjunto de construcciones filosóficas independientes y mutuamente contradictorias, defendidas por sus héroes. Entre ellas los puntos de vista filosóficos del mismo autor están lejos de ocupar el primer lugar. […] El héroe posee una autoridad ideológica y es independiente, se percibe como autor de una concepción ideológica propia y no como objeto de la visión artística de Dostoievski. […] La pluralidad de voces y conciencias independientes e inconfundibles, la auténtica polifonía de voces autónomas viene a ser, en efecto, la característica principal de las novelas de Dostoievski.25

La presentación de la existencia humana como un proceso de deterioro físico y moral y como un proceso apesadumbrado de abandono existencial, por una parte; y la polifonía, por la otra, permiten tender un puente entre las obras de Dostoievski y las grandes novelas del siglo XX; por ello, no es exagerado hablar de Dostoievski como si fuera un contemporáneo.


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