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3.4.4 Una gran novela del siglo XVIII

Ilustración de Tristam Shandy

Tristam Shandy de Laurence Sterne, ilustración de J. Bretherton, 1773.


Wellcome Library, London / CC BY 4.0

A lo largo de los siglos XVII y XVIII, después de la publicación de El Quijote, se escribieron pocas novelas. Los mejores ejemplos de este periodo se ubican en Inglaterra y Francia; predominó el tono crítico, en ocasiones ensayístico y casi siempre orientado por una intención didáctica. En las novelas se reflexionaba de manera alegórica y con ironía sobre la sociedad, las costumbres, los prejuicios, como es el caso de Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift; en otros casos se reflexionaba sobre la condición humana y la capacidad del individuo para sobrevivir aun en situaciones adversas, reproduciendo de manera precaria (y hasta cierto punto inverosímil) sus esquemas culturales y costumbres, como ocurre en la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe (1719-1720).

El máximo representante de la novela-ensayo característica del siglo XVIII fue Voltaire, con su novela Cándido o el optimismo (1759), una crítica irónica a la filosofía optimista de Leibniz, filósofo que en la novela es representado por Pangloss, el preceptor del protagonista, quien a pesar de los infortunios que Cándido presencia (y padece en ocasiones), siempre le recuerda que "vivimos en el mejor de los mundos posibles, en el que todo sucede para bien".

La más moderna de las novelas del siglo XVIII es Tristram Shandy (1760-1767), de Laurence Sterne, obra cuya modernidad reside sobre todo en la manera como el autor trabaja con los aspectos formales, tal pareciera que Sterne se hubiera propuesto infringir todas las normas convencionales de la narrativa. Desde su inicio sabemos que la novela contará la vida de Tristram, no sólo desde su nacimiento, sino desde su concepción; sin embargo, es hasta el vigesimotercer capítulo del tercer volumen cuando nace Tristram. La forma discursiva predominante en la novela es la digresión, pues Tristram —quien narra la obra en primera persona— se distrae con todo tipo de reflexiones, de tal manera que el texto se distingue sobre todo por su excentricidad, porque opta por oponerse a los discursos racionales, ordenados y lógicos del pensamiento científico y filosófico de su época, porque se reflexiona con humor sobre cuestiones filosóficas. Sólo reconociendo esa voluntad de ruptura con la tradición por parte del autor puede entenderse por qué la dedicatoria no aparece al inicio de la novela, sino en el capítulo nueve; o bien, por qué el prólogo de la obra está en el capítulo veintisiete del tercer volumen; por ello mismo es pertinente la presencia de una página impresa en negro (en señal de duelo) y otra más en blanco para que el imaginativo lector escriba sus ocurrencias. Éstos son sólo algunos ejemplos de los aspectos novedosos que presenta una de las novelas más memorables de todos los tiempos; en todo el siglo XIX (el gran siglo de la novela) no se escribió ninguna tan revolucionaria de las formas narrativas como la novela de Sterne. Para entender plenamente los rasgos que definen a Tristram Shandy, habría que compararla con las grandes novelas del siglo XX.


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