La reconstrucción del evento teatral en la Grecia antigua requiere de una reflexión paralela: el teatro fue un acontecimiento social, político y, sobre todo, religioso para los pueblos helénicos. Si recuperamos los diferentes vestigios que hablan del teatro del siglo v a. C., se observa que la representación de una tragedia era un ritual religioso de complejas dimensiones, desarrollado en una de las construcciones arquitectónicas más sorprendentes de la cultura griega: el espacio teatral.
En la antigua Grecia, el teatro era una propuesta de representación que necesitaba un conflicto, actores, espectadores y un espacio denominado espacio escénico.7 La representación trágica griega convocaba a los habitantes de la polis a presenciar desde una gradería o théatron ubicada en un sitio lejano, al pie de una colina, el ceremonial que se llevaba a cabo en la orchestra o lugar del coro. En este espacio irrumpía el coro, constituido por músicos, danzantes, cantantes y recitadores. Con movimientos solemnes, los coreutas se diseminaban en este gran círculo e invocaban a Dioniso alrededor de un pequeño altar denominado thimele, dispuesto al centro de la orchestra.
Posteriormente, el coro ofrecía los pormenores de la historia que el espectador iba a presenciar, lo que creaba una gran expectación antes de que el protagonista apareciera por una de las puertas de la skene o escena. La skene era una modesta edificación ubicada frente al público y permitía ocultar a los actores, así como realizar el cambio de vestuario y máscaras. Este edificio se encontraba ligeramente elevado con respecto al espacio de la orchestra; al frente de la skene existía un pasillo por donde podían deambular los actores, denominado proskenion, el actual proscenio.
Las tragedias tenían como característica estar constituidas por secuencias en donde, para presentar los conflictos de la historia escenificada, intervenía alternadamente el coro (estásimos) y los protagonistas (agones). Al llegar a la resolución del conflicto, el coro tomaba distancia con la destrucción del protagonista e indicaba que la representación había culminado. La salida o éxodo del coro marcaba el fin del evento.
Hasta hace algunas décadas era común encontrar reflexiones sobre una "evolución" del espacio escénico. Gracias a los diferentes estudios de la crítica histórica ha sido posible reconstruir el desarrollo de las diferentes teatralidades con una visión particular de cada una de ellas, así como distinguir propuestas específicas de sus espacios de representación.
Por ejemplo, los romanos emplearon varios tipos de foros: anfiteatros (o coliseos), ágoras, circos, pistas de carreras, etc. El escenario necesitaba un enorme espacio para poder reproducir casas enteras, caminos o paisajes; eran espectáculos en donde nada debía ocultarse, a diferencia de lo desarrollado por los griegos. Los foros contaban con techo contra el sol y la lluvia, sistema de rocío para refrescar el ambiente y telones. La característica fundamental de estos espacios fue su disposición urbana. Para los romanos, el teatro debía ser ubicado en medio de la ciudad por su conocimiento constructivo del arco de medio punto; de esta forma, el edificio se erigía sin necesidad de tener como soporte una colina, como sucedió con la resolución arquitectónica teatral de los griegos.
Durante la época medieval, la cristiandad generó dos propuestas de espacio escénico: en el interior de sus iglesias (hacia el siglo VIII d. C.) para representar sus dramas litúrgicos; posteriormente, en las plazas de las incipientes ciudades empleó carromatos o estaciones para ofrecer piezas religiosas sobre historias testamentarias, marianas o de vida de santos.8 Estas manifestaciones se desarrollaron en diversas regiones de Europa durante siete siglos; sin embrago, todavía en la actualidad es posible ver festejos religiosos en plazas o en el interior de las iglesias, como sucede con la representación popular de la fiesta de la Asunción en Elche, España.
Durante el Renacimiento también se distinguen dos grandes vertientes del espacio escénico. El primero, y como prolongación de lo establecido durante el medievo, es la adecuación de escenarios tipo plataforma establecidos en plazas, mercados, bocacalles, corrales, ruedos taurinos o salones y jardines de los palacios. De esta manera, se propusieron formatos como el teatro isabelino o los corrales españoles. Paradójicamente, el teatro no tuvo acceso, salvo casos excepcionales, a los edificios teatrales que comenzaron a desarrollarse arquitectónicamente desde el siglo XVI hasta el siglo XIX.
La segunda vertiente renacentista se encuentra en el estudio de las propuestas arquitectónicas de la Antigüedad, específicamente la difusión del texto De architectura del tratadista romano Marcus Vitruvius Pollio. Tanto en este texto como en las apreciaciones de algunos escritores latinos, como Terencio y Horacio, los pensadores italianos del Renacimiento comenzaron a articular hipotéticamente la manera en que estaba configurada la tragedia; esto los llevó a plantear la ópera. Según ellos, la tragedia era una representación cantada de los conflictos de los dioses, la cual se llevaba a cabo en un espacio que los arquitectos renacentistas interpretaron como un foro de pequeñas dimensiones que podía erigirse y ubicarse en el jardín de un palacio.
El ejemplo más ilustrativo de esta interpretación arquitectónica lo encontramos en el Teatro Olímpico de Vicenza, Italia, del arquitecto Andrea Palladio, diseñado hacia 1570. A partir de esta propuesta se desarrolló en Europa la denominada caja italiana, es decir, un teatro frontal que paulatinamente va ampliando sus espacios tanto para público como para el espectáculo, con el fin de convertirse en un elemento obligado del paisaje urbano de las grandes ciudades europeas. Este desarrollo se relaciona con las necesidades particulares de la ópera ya que este arte escénico de gran aceptación social durante varios siglos y vastos territorios, requería un amplio escenario, foso de orquesta y desahogos para escenografías.
A fines del siglo XIX el teatro comenzó a tener de nuevo lugar en los edificios teatrales, sobre todo ante la incorporación técnica de la iluminación eléctrica. En el siglo XX se desarrolla la experimentación y el diseño de escenografías propias para el teatro, lo que propicia que el espacio escénico se enriquezca con formatos arquitectónicos diversos.
Como ya se ha expuesto, la propuesta de teatro, representación y espacio escénico no es exclusiva de las culturas de Occidente; también hay interesantes ejemplos de estas manifestaciones en diversas culturas del mundo.
En Iberoamérica existen repercusiones formales de las propuestas de espacialidad escénica configuradas en Europa; sin embargo, las comunidades americanas aportan ciertos elementos distintivos de la región; por ejemplo, el uso de la capilla abierta como escenario teatral durante la evangelización de la Nueva España en el siglo XVI, así como la adaptación del escenario del circo en Buenos Aires, a fines del siglo XIX, para la presentación de piezas populares, como el espectáculo Juan Moreira.9
En Japón se emplea un espacio particular para la presentación del teatro noh, kabuki y bunraku. La India tiene también sus propuestas particulares de espacio escénico, y en varias comunidades africanas existen espacios dedicados a la representación ritual y dancística. En general, una mirada curiosa y crítica puede descubrir en procesiones, danzas dialogadas, representaciones con muñecos, conciertos multitudinarios, ceremonias deportivas o actos políticos un manejo sistemático de un espacio de representación y una pertenencia al ámbito de la ritualidad.
Mito, rito y representación son fenómenos humanos que se desarrollan y contienen en un espacio de acción con características determinadas por la intención misma del proceso de la representación. La universalidad de estos fenómenos y su particular inherencia a la vida en sociedad hacen que el tema pueda ser interesante objeto de estudio.