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3.2.3 Romanticismo

Ilustración del cuento de Edgar Allan Poe "El Gato Negro"

Ilustración del cuento de Edgar Allan Poe El Gato Negro, de H. Meyer, 1884.

La situación del cuento literario cambia con el parisino Charles Perrault (1628-1703) con sus Cuentos del tiempo pasado, subtitulados Cuentos de mamá Oca, entre los que figuran "El gato con botas", "Blancanieves", "Caperucita roja", "La Cenicienta", así como sus Cuentos de hadas para adultos, en los que se juega con lo maravilloso desde un punto de vista racional.

Se modifica, más aún, con los hermanos Grimm (Jakob, 1785-1863, y Wilhelm Carl, 1786-1859), que tienen el mérito de haber rescatado y cifrado toda una memoria popular, que la tradición oral mantenía viva en el ámbito local, para difundirla e incorporarla a la cultura del mundo entero. Jakob y Wilhelm trabajaron durante muchos años en la recolección de estas historias que posteriormente escribieron en sus Cuentos de niños y del hogar, entre los que podemos destacar "El aldeano y el diablo", "Los siete cuervos" y "El lobo y el hombre".

Continúa en esta tradición Cecilia Böhl de Faber (1796-1877), futura Fernán Caballero, a quien se considera iniciadora en España de la recopilación de cuentos, coplas, refranes y otras creaciones populares. En este campo publicó sus Cuentos y poesías populares andaluces (1859), en donde destaca "La suegra del diablo". Otro gran cuentista folclórico es Hans Christian Andersen (1805-1875), quien escribe relatos que, aunque agradan a los niños, nacieron como facetas y reflexiones del mundo de los adultos. Muchos de sus cuentos son narraciones que había oído contar durante su infancia, basados en el folclore danés, y otros de su invención. Citamos, por ejemplo, "El Porquero", "El Pequeño gran Claus", "El eslabón", "El traje nuevo del emperador", "Pulgarcito", "La margarita", "El abeto", "La mariposa", "El patito feo" y "La sombra".

En fin, se habla ya del cuento maravilloso, casi siempre de origen folclórico, por lo que la voz popular se vuelve a escuchar. Estas colecciones pudieron anunciar la resurrección, que nunca se dio, del cuento literario inserto en el tradicional.

A pesar de este encuentro con lo popular, a los cuentistas no les resulta clara la alquimia de metamorfosear relatos orales en relatos literarios. Y, además, el oscurecimiento de la tradición folclórica nativa se debe a que los literatos están fascinados con la imaginería del mundo nórdico de sílfides, ondinas y duendes, con la cual tenían poco que ver.

No obstante, la narración breve se renueva y se ensancha, principalmente por la creación del cuento fantástico, que aleja la narración escrita de la oral, como queda expresado en las narraciones breves de los siguientes autores: el escritor, músico y pintor E. T. A. Hoffmann (1776-1822), con "Afortunado en el juego", "El consejero Krespel", "Fantasías a la manera de Callot" y "Piezas nocturnas"; el ante todo poeta Alexander S. Pushkin (1799-1873), con "La nevasca", "Cuento del pescador", "Cuento de la tsareuna"; el autor de Carmen que inspiró la ópera de Bizet, Prosper Mérimée (1803-1870), con "La toma del reducto", "Las almas del purgatorio"; Edgar Allan Poe y, años más tarde, Gustavo Adolfo Bécquer (1863-1879), con "Maese Pérez el organista" que forma parte de su serie de Leyendas.

Al respecto, es importante señalar que el vocablo cuento, short story, con el significado de pieza de ficción en prosa cuya brevedad permite leerla ininterrumpidamente, se debe a Edgar Allan Poe, escritor nacido en Boston (1809-1849), de una familia de protestantes escoceses emigrados a Irlanda y luego a Estados Unidos. Bajo el influjo de Poe se intentó dar precisión científica al género fantástico y se concibió el cuento como una obra de arte, como un dictado de la imaginación y como un riguroso método de análisis en el que ningún hecho está dictaminado por el azar.

Lo novedoso en su concepción del cuento es la introducción en la historia de elementos fantasmagóricos, de inquietantes soluciones metafísicas, psicoanalíticas y sobrenaturales. Tomando rasgos de su vida atormentada y neurótica, Poe supo plasmar una obra, no obstante fantástica, de carácter realista, porque como él mismo había conceptuado, el fin último de la belleza es la verdad. Ejemplos de sus cuentos policiacos son: "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", "La carta robada", "El escarabajo de oro" o "Los crímenes de la calle Morgue", y ejemplos de sus cuentos de horror fantástico o de terror son: "El corazón delator", "El pozo y el péndulo", "El tonel de amontillado", "El gato negro", "La caída de la casa Usher" y "Manuscrito hallado en una botella", entre muchos otros.

Así, junto a la modalidad del cuento de terror, cultivado por Edgar Allan Poe y Hoffmann, en el siglo XIX domina el cuento realista, como se puede apreciar en los escritores Guy de Maupassant (1850-1893), con sus relatos de adscripción realista y también con sus extraordinarios cuentos fantásticos y de terror; algunos de sus textos son: "¿Quién sabe?", "El collar", "Monte Oriol", "Pedro y Juan", "Nuestro corazón", "El retorno", "Bola de sebo", "Mademoiselle Fifí", "El miedo" y "El Horla". Citamos, asimismo, a Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901), autor de la novela La Regentay gran cuentista, quien escribe relatos de temática diversa, del ruralismo a la visión crítica e irónica de la sociedad decimonónica española, de la sátira al intenso lirismo. Ejemplos de sus cuentos son "¡Adiós, cordera!" y "Protesto".

Es importante precisar que existe una gran diferencia entre el cuento fantástico (que se basa en la realidad cotidiana) y el cuento maravilloso (que se refiere a un mundo fuera de la esfera de lo posible). Se crea, pues, una barrera entre el mundo oral de este último y el escrito del cuento fantástico.

A continuación se presentan los distintos nombres que tiene el cuento, según lo expone Anderson Imbert:2

nombres del cuento

El olvido del cuento folclórico a mediados del siglo xix se parece al ocurrido en los siglos áureos. Sin embargo, aunque la novela corta tiene gran auge, el cuento fantástico llega a ocupar en este periodo un lugar privilegiado.

En cuanto a la definición de cuento el problema continúa. Por ejemplo, Mérimée y Maupassant prefieren llamarlo, siguiendo a Boccaccio, novella; y Flaubert, despectivamente, conte. En cambio, los novelistas españoles privilegian la palabra cuento.


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