El lector que sólo cuenta con su propia experiencia —siempre limitada— puede ampliar sus horizontes y enriquecer sus perspectivas al leer textos literarios, ya que la lectura lo pone en contacto con la invención de una realidad ficcional (basada en conceptos e intuiciones del autor) que le permite confrontar el mundo conocido, sus creencias, sus valores o lo que considera como verdadero o posible. En ese sentido, la lectura literaria se ofrece como fuente insustituible de experiencia, reflexión y conocimiento sobre el mundo, la sociedad y el individuo mismo.
Mediante la lectura de textos literarios se adquieren conocimientos y se desarrollan habilidades de razonamiento que favorecen la comprensión de los fenómenos que constituyen la experiencia de vida de cualquier individuo. Una persona que dispone de un marco cultural amplio y herramientas para la comprensión de textos, particularmente literarios, incrementa su posibilidad de reelaborar los significados, de comprenderse a sí mismo y de explicarse su realidad.
El contacto con los textos literarios no sólo desarrolla en los lectores la imaginación, la intuición y la vitalidad sentimental, sino también una "sensibilidad narrativa". Ésta consiste en la capacidad para pensar en lo que sería estar en el lugar del otro —en sentido amplio— y así facilitar el encuentro empático y la identificación con él, propiciando una actitud de apertura hacia otros valores, códigos y concepciones del mundo que permiten que el lector se interrogue a sí mismo y a la propia cultura.
Entre los efectos que esta actividad conlleva se puede mencionar que la lectura interroga y transforma los criterios implícitos desde los que el lector aborda el texto, rompiendo así su rutina de recepción y proporcionándole nuevos códigos de significación. De ahí que el contacto con la literatura no sólo lleve al lector a una reflexión crítica de sus marcos y expectativas habituales, sino que además, al ampliar sus horizontes y enriquecer sus perspectivas, incide en sus capacidades cognitivas y afectivas. En ese sentido, la lectura de textos literarios puede ser, como ha señalado Michèle Petit, "un camino privilegiado para construirse uno mismo, para pensarse, para darle un sentido a la propia experiencia y un sentido a la propia vida".20
Por medio de la literatura los individuos pueden adquirir plena conciencia tanto de sí mismos y de sus semejantes, como de su pertenencia a una cultura y una tradición basadas en una lengua, una historia, algunos valores y creencias compartidos. Por otra parte, habría que destacar el contacto con tradiciones distintas a la propia. En una sociedad globalizada, pluricultural y multiétnica, la lectura —gracias a que representa la apertura hacia una diversidad de puntos de vista— puede contribuir a establecer un distanciamiento crítico e impedir que una religión, una etnia o un territorio se convierta en una identidad dogmática. Asimismo, permite el desarrollo de valores como la tolerancia y el respeto a la pluralidad y la diferencia.