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2.2 AMÉRICA Y SUS RIQUEZAS: LA PLATA AMERICANA Y LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

El descubrimiento, conquista y colonización de América transformaron profundamente la historia de la humanidad. La historia de América se ligó indisolublemente a la de Europa, al tiempo que la historia del viejo continente tendría que contar, desde entonces, con el factor americano para explicar el estado de su economía.

Suele decirse que América aportó a Europa básicamente dos cosas: la plata, que era el metal precioso necesario para acuñar moneda y atender las demandas a gran escala del moderno sistema mundial en formación, y las calorías, a través de alimentos como la papa, el jitomate, el cacao (para elaborar chocolate), el maíz y las alubias (en especial el frijol), entre otros productos. A la plata y las calorías se suman otros aportes menores, entre los que destacan los colorantes empleados para teñir los paños consumidos en Europa, como el añil, la cochinilla o el palo Brasil.

Los alimentos americanos propiciaron la reactivación agrícola europea, a partir del siglo XVII, debido a la intensificación de cultivos de papa, jitomate y maíz. En concreto, la papa resultó un alimento capaz de ser cosechado más de una vez por año y, en grandes cantidades, lo que alejaba el fantasma de nuevas hambrunas en Europa. El maíz, por su parte, fue utilizado principalmente como forraje pero también como alimento humano en regiones mediterráneas. La historia del impacto alimentario de América en Europa debe ser investigada con más detalle. En cambio, la historia de la plata americana y su impacto en Europa ha sido más estudiada.

 

Mapa ivasiones europeas en América

 

El estudio pionero sobre la plata americana se debe a Earl J. Hamilton.7 Primero publicó un artículo en 1929, y luego un libro en 1934. Su texto sobre la revolución de los precios en España analiza los efectos de la plata americana en el mercado europeo. Hamilton midió las remesas de plata enviadas a España, tanto por particulares como por la Corona, y detectó que a partir de 1621 se había producido una reducción en el flujo del metal hacia Europa. Supuso entonces que esa reducción obedecía a una disminución en la producción de plata novohispana, que a su vez respondía a una crisis local. Desde el trabajo de Hamilton la crisis de la economía europea quedó ligada a la disminución de plata americana que llegaba a Europa.

Años más tarde, en 1951, Woodrow Borah concretó la idea de que la caída en la producción de plata obedecía a una depresión en Nueva España, paralela a la crisis que vivió Europa durante el siglo XVII. Borah comenzó a buscar razones para explicar la crisis en caída demográfica del primer siglo posterior a la conquista y situó el inicio de la debacle entre 1576 y 1579.8 La idea de una crisis que afectaba tanto a Europa como a la Nueva España fue reforzada por las investigaciones de Pierre y Huguette Chaunu, publicadas entre 1955 y 1959.9 Ellos midieron el comercio transatlántico y detectaron un evidente derrumbamiento del flujo mercantil en el decenio de 1620 a 1630; concluyeron que la Nueva España había dejado de ser un mercado para las mercancías europeas y explicaron la baja demanda por la crisis económica en la que, según ellos, estaba inmersa la región.

Así pues, los primeros estudios sobre la plata buscaban medir la cantidad de metal circulante en el Atlántico para conocer mejor la historia europea y asumieron una crisis compartida a los dos lados del océano, sin estudiar en detalle lo que pasaba en América. En estos trabajos, la plata se ve como un metal que se encontraba en lingotes, a flor de tierra en el territorio americano, listo para abastecer la creciente demanda europea. Estudiosos posteriores emprendieron investigaciones sobre la plata desde una perspectiva americana.

En 1971, P. J. Bakewell analizó cuidadosamente el caso de la minería en Zacatecas, Nueva España, entre 1546 y 1700.10 A pesar de ser un estudio de caso, sus conclusiones cambiaron, en muchos sentidos, la percepción que se tenía sobre la plata americana. Bakewell demostró que la producción de plata no había decaído en Zacatecas sino hasta 1635; las causas de la caída, según su estudio, estaban en las políticas de la Corona española, que dejó de enviar mercurio a Zacatecas para enviarlo a las minas de Potosí, en Perú. Además, el autor señalaba que las bajas en la producción de plata de las minas de Zacatecas no implicaron la caída en la producción de otras minas novohispanas, como Sombrerete o Parral.11 En las conclusiones de su libro, Bakewell cuestiona las tesis de Borah y Chaunu sobre la crisis de principios del siglo XVII y busca otras razones para explicar por qué, si la plata no había dejado de producirse, se redujo su flujo hacia Europa, como lo había demostrado Hamilton, y por qué, si no había signos de crisis en la Nueva España, la demanda de mercancías europeas disminuyó a partir de 1620, como había demostrado Chaunu. Sus respuestas, aunque hipotéticas, son interesantes. Bakewell considera la posibilidad de que la plata que no llegó a Europa se haya quedado en América. Ese circulante habría estimulado un mercado interno en la Nueva España que comenzó a ser autosuficiente, dejando de demandar productos transatlánticos.

 

La circulación de plata en América y la creación de un mercado interno han sido, a partir de entonces, problemas recurrentes para los historiadores que se ocupan de la América hispana. Ruggiero Romano dedicó los últimos años de su vida a estudiar la economía novohispana y llegó a la conclusión de que no había circulante de moneda ni de plata en lingotes.12 Sostuvo que en Nueva España existía una economía mixta: una parte, la relacionada con la plata, era moderna y estaba vinculada con el mercado internacional, mientras que la otra era de autoconsumo y podía denominarse "economía natural", desvinculada del moderno sistema mundial. Romano supuso que este sistema imperfecto obedeció a decisiones políticas tomadas por los grupos dirigentes americanos que, pese a tener la plata disponible para monetizar su economía, optaron por no hacerlo y propiciaron la creación de este sistema mixto. Sin embargo, Romano sostiene que el mundo de lo político, causa última del desajuste económico novohispano, no es su objeto de estudio. Pese al valor empírico de sus datos, sus explicaciones resultan cuestionables. Los estudios de Romano descansan sobre la moneda como el elemento que define y caracteriza un sistema económico. El autor parte de la premisa de que un mercado requiere moneda. Sin embargo, como se ha dicho, las monedas de oro y plata estaban destinadas sólo a los mercados internacionales; además, una sociedad sin moneda no necesariamente es una "economía natural".13 Es muy posible que los mercados internos europeos de principios del siglo XVII tampoco estuvieran monetizados y que, por lo tanto, también pudieran calificarse de economías mixtas. Además, habría que estudiar con más detalle esos factores políticos que Romano considera determinantes.

Por otro lado, desde los años ochenta del siglo XX, el historiador Carlos Sempat Assadourian ha propuesto diversas interpretaciones que permiten repensar el papel de la plata en la economía americana.14 Sempat Assadourian reconoce que la demanda de plata hizo de la minería la función dominante de todo el sistema económico americano. Pero considera que la minería no se puede pensar aisladamente. Para que creciera la producción de plata tenía que existir una producción agrícola que alimentara a quienes trabajaban de tiempo completo en las minas. Más aún, la minería propició otras industrias, como la textil, por ejemplo. La articulación de estos ámbitos económicos bajo el predominio minero generó la existencia de un mercado interno. Su conclusión resulta muy importante:

 

A nuestro juicio, la producción colonial de plata constituye, a partir de las décadas de 1560 y 1570, fechas en que se implanta en la Nueva España y en Perú la técnica de beneficio por mercurio, uno de los sectores con mayor escala de producción y uso más intensivo de capital dentro de la economía del mundo de aquellos tiempos.15

 

Los principales centros productores de plata en América fueron Nueva España y Perú. Éstos conformaron una compleja articulación económica que permitía la extracción de plata en niveles nunca antes alcanzados en ningún otro lugar del planeta. Hamilton calculaba que sólo entre 1503 y 1600 llegaron a España 153 500 kilos de oro y 7.4 millones de kilos de plata.16

Los sistemas de producción minera de Nueva España y Perú implicaban regiones con distintas especializaciones: las zonas mineras atraían empresarios y capital pero, sobre todo, mano de obra que pudiera utilizarse en la extracción. Propiciaron la creación de haciendas agrícolas, con los mismos requerimientos que la mina, para abastecer a los mineros; se desarrollaron ciudades intermedias como Quito y Puebla, encargadas de la manufactura textil.17 Las ciudades de México y Lima se convirtieron en centros políticos y financieros, que controlaban y financiaban el sistema económico propiciado por la minería.

 

De todos los elementos que componían el sistema económico, uno resulta fundamental: la mano de obra. Ésta fue la verdadera riqueza de América. Sin habitantes originarios del continente, sobre todo en Mesoamérica y Perú, los españoles nunca hubieran podido extraer la cantidad de plata que extrajeron y los mercados europeos no hubieran podido extenderse como lo hicieron. No se trataba sólo de población, sino de gente que entendía el concepto de trabajo y que podía realizarlo. Los pueblos del centro de Mesoamérica, así como los de Perú, eran sociedades organizadas, regidas por estructuras estatales, que tenían puntos de referencia comunes con los pueblos europeos. Serge Gruzinski sostiene que fue en estas regiones de América donde los europeos encontraron imágenes de culto religioso, "signo de una religión y de una sociedad compleja, indicio de una riqueza codiciada de la que se podía disponer". Entonces, sólo entonces, la guerra de las imágenes estaba por comenzar.18 Pero este universo de referentes comunes no sólo era religioso, abarcaba otros espacios de la organización de la sociedad, como el trabajo. Las sociedades mesoamericanas y peruanas estaban acostumbradas a obedecer a un poder estatal y a trabajar. Entendían lo que era el tributo y concebían la esclavitud. La riqueza americana en mano de obra no obedecía sólo al gran número de personas que había, sino, sobre todo, a su capacidad de entender las formas de trabajo europeas. Aunque las economías mesoamericanas prehispánicas estaban basadas en la agricultura y el uso directo de los productos del trabajo, no tenían la noción de mercancía ni de acumulación que existía en Europa desde el siglo XIII. Esas similitudes y diferencias fueron el gran potencial americano. Pero también, el principio del desastre.

Mucho se ha escrito sobre el trabajo indígena en la economía americana. Las investigaciones de Silvio Zavala, José Miranda y Lesley B. Simpson19 definieron la encomienda como la primera forma de organización del trabajo que los españoles impusieron a la sociedad indígena. Se trataba de un pago en trabajo que las comunidades indígenas daban a la Corona y que, en su nombre, se repartían los conquistadores y los primeros pobladores americanos. Ese sistema de trabajo obligatorio y no remunerado, pero temporal, fue la base de la naciente economía novohispana hasta mediados del siglo XVI. Con la cancelación, en 1549, del pago de tributo en forma de trabajo, la encomienda se mantuvo como una renta que se pagaba en productos y se transformó, al final del siglo, en una renta en dinero, con un impacto muy secundario en la economía general de la Nueva España.

El otro pilar de la economía novohispana durante los treinta años que siguieron a la conquista fue la esclavitud indígena. Menos estudiada que la encomienda, la esclavitud indígena permitió el desarrollo de la minería de oro y, a partir de los años treinta del siglo XVI, el de la minería de plata, pues los indios de encomienda no se podían utilizar en la minería y los esclavos africanos resultaban muy caros. La sociedad prehispánica conocía la esclavitud, aunque no era la base del trabajo y cumplía otras funciones sociales. 20 La existencia de un principio común permitió la pronta implantación de la esclavitud en la Nueva España. Se esclavizó a los prisioneros de guerra, a los pueblos insumisos, pero también a quienes estuvieran a la venta en los mercados. Al calor de las guerras de conquista, los esclavos fueron abundantes y los precios de compra-venta eran bajos: 5 pesos por persona, cien esclavos por un caballo.21 No se puede calcular el número de esclavos indios utilizados durante la primera mitad del siglo XVI, pero la esclavitud despobló regiones como el Pánuco y zonas de Jalisco. Como las personas se consideraban mercancías, los indios fueron trasladados de un lugar a otro, rompiendo así los vínculos con sus comunidades y familias. El historiador Jean-Pierre Berthe asegura que, en 1549, las minas de Taxco, propiedad del segundo marqués del Valle, hijo de Cortés, tenían 115 esclavos que provenían de Guatemala, Tututepec, Colima, Pánuco, Zacatlán, Tlaxcala, Cholula, la ciudad de México y Texcoco, entre otros lugares. La esclavitud indígena fue prohibida más pronto y con más eficiencia que la encomienda. Después de los efectos fallidos del decenio de los treinta del siglo XVI, en 1548 se ordenó liberar a las mujeres y a los niños menores de catorce años. Los hombres adultos debían ser liberados, a excepción de los habidos en "buena guerra", lo que no era fácil de probar para sus dueños. Hay constancia de la liberación de muchos esclavos en el decenio de los cincuenta del siglo XVI. Los esclavos liberados estaban desarraigados y, en lugar de regresar a sus lugares de origen, muchos permanecieron con sus antiguos dueños, ahora trabajando como asalariados. Tal fue el caso de los esclavos del segundo marqués del Valle, por ejemplo.22

 

Mucho se ha dicho que la abolición de esclavitud indígena en América obedeció a la mala conciencia de la Corona ante la evidencia de que la población indígena estaba desapareciendo. La esclavitud indígena había sido tolerada, pero nunca autorizada plenamente por la Corona. En teoría, los indios eran súbditos del rey, por lo que no podían ser esclavizados. En 1548, la Corona decidió y tuvo la fuerza suficiente para erradicar esa práctica que, por lo demás, parecía estar en declive. Berthe supone que el adelanto tecnológico que supuso la amalgama de mercurio en la extracción de plata permitió la abolición de la esclavitud indígena sin mayores protestas por parte de los americanos.23 Sin embargo, las fechas no coinciden plenamente: la técnica del mercurio se extendió por la Nueva España durante el decenio de los sesenta y la esclavitud se prohibió desde finales de los años cuarenta. Según los registros conservados, 1553 fue el año durante el cual se liberaron más esclavos (1 381 personas); los primeros experimentos con el mercurio en la Nueva España empezaron un año después, en 1554.24 Podría pensarse más bien, que la encomienda y la esclavitud fueron reemplazadas por formas de trabajo más "libres"25 y "modernas", mejor adaptadas a la economía del mundo en la cual estaban insertas.

Encomienda y esclavitud fueron los sistemas de explotación de la sociedad de los conquistadores para echar a andar sus empresas americanas y construir templos y ciudades. Esas formas de trabajo obligatorio no remunerado sirvieron para desarticular violentamente la antigua organización indígena, pero no fueron suficientes para cimentar la nueva sociedad novohispana. Tal vez ninguna sociedad europea de la primera mitad del siglo XVI pudo disponer de tanta mano de obra como los conquistadores de la Nueva España y Perú. Pero ni siquiera la abundantísima mano de obra americana hizo que esos antiguos sistemas de explotación funcionaran para satisfacer la demanda de metales preciosos que imponía Europa. La sobreexplotación masiva y desordenada mostró su inviabilidad. La percepción de los contemporáneos era compartida: los indios estaban muriendo. Ni la encomienda ni la esclavitud aseguraban la reproducción de la mano de obra y, por el contrario, estaban diezmando brutalmente la población. Así lo percibían tanto Bartolomé de las Casas como Motolinía. El primero hablaba de más de tres millones de indios esclavizados por los españoles, el segundo, más moderado, hablaba de 200 000, pero incluía la esclavitud y el régimen tributario como parte de las plagas que azotaban a la Nueva España.26 Ambas instituciones, encomienda y esclavitud indígena, fueron desplazadas a mediados del siglo XVI por la Corona de Castilla. La esclavitud de los indios fue prohibida y a la encomienda se le restó fuerza. En cambio, se impuso el trabajo remunerado, "libre" u obligatorio, que convivió con la esclavitud de africanos. La nueva organización que se dio al trabajo indígena, sumada a las mejoras técnicas en la extracción de la plata, permitieron el desarrollo acelerado de la minería americana y, con éste, el de las economías locales.

El repartimiento se convirtió, a partir de los años setenta del siglo XVI, en el más importante sistema de trabajo indígena controlado por la Corona de Castilla. Se trataba de trabajo obligatorio pero remunerado. El repartimiento estuvo acompañado de una reorganización de la ocupación de la tierra, las reducciones, por las que se obligó a los indios, antes dispersos, a vivir en pueblos. Pero la Corona no logró el control sobre toda la población y proliferaron los trabajadores independientes, que migraban, en especial, a las zonas mineras. Por eso, la otra fuente principal de mano de obra, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, fue el trabajo "libre" asalariado.

Carlos Sempat Assadourian calculaba que hacia 1646 la población indígena masculina que estaba en los obispados mineros de Perú ascendía a casi 70 000 personas, de las cuales la mitad se consideraban a sí mismos forasteros, es decir, emigrantes y, por tanto, "libres": no tributarios.27 La provincia de Potosí, en particular, estaba compuesta por 10 065 hombres; todos se consideraban foráneos. Si a esa población sumamos las mujeres, cuyo número no ha sido calculado pero que también contribuían a la producción, sea trabajando en las minas, en la agricultura o en el hogar, tendríamos regiones de 20 000 habitantes "libres", creadas por la migración, para el servicio de las minas.

Bakewell daba cuenta de la fuerza de trabajo activa en las minas de la Audiencia de la Nueva España, en 1598: 1 022 esclavos negros, 4 606 naborías (trabajadores libres) y 1 619 indios de repartimiento. Es decir, el trabajo en las minas de la Audiencia de la Nueva España estaba compuesto por 7 247 trabajadores, mayoritariamente "libres". Esto sin contar los trabajadores que escapaban de las cuentas de la Real Audiencia. Según el mismo autor, la minería de Zacatecas disponía a finales del siglo XVI de 1 144 trabajadores: 130 esclavos, 1 014 naborías y ningún indio de repartimiento.28 Así pues, la minería, el sector productivo que articulaba toda la economía novohispana, funcionaba primordialmente con trabajadores "libres".

La manera en cómo llegó a disponerse de esta fuerza de trabajo es, sin duda, una de las más amargas y violentas páginas de nuestra historia. Para el mundo americano esa historia comenzó con la llegada misma de Cristóbal Colón, en 1492, pero para México se inició con el arribo de Hernán Cortés y sus hombres en 1521. En el siglo que siguió, los pueblos originarios sufrieron una profunda transformación en todos los aspectos de su organización. La muestra más evidente de la violencia de estos cambios está en el brusco descenso de la población indígena durante el siglo XVI. Los cálculos son imprecisos y tal vez nunca podamos conocer con certeza las dimensiones de la caída demográfica. Los autores que más han trabajado sobre el tema son Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, quienes, para medir la población indígena y calcular su descenso durante el siglo XVI, tomaron el número de tributarios que aparecen en diversas fuentes y, con base en los datos más completos para el siglo XVIII, multiplicaron el número de tributarios por factores no muy bien definidos que, según ellos, permiten calcular la población total del territorio.29 La zona mejor estudiada por Cook y Borah fue el Altiplano Central de México, definido por ellos mismos como el ámbito de influencia de la triple alianza. Sus cifras han ido variando a través de diversas publicaciones. Las últimas son más drásticas y muestran que hacia 1518 la población del centro de México era de 25.2 millones de habitantes, de lo que se pasó a 2.65 millones hacia 1568 y a 1 000 375 en 1595. Estas investigaciones hablan de una caída de más de 90% de la población. Desde el principio, para Borah ha estado claro que la caída demográfica se debió fundamentalmente a las epidemias traídas por los europeos, que actuaron duramente sobre una población que no había generado anticuerpos.

Los cálculos de Cook y Borah han sido cuestionados, sobre todo por la dificultad de asumir que el número de tributarios refleja la población, en un siglo tan móvil como el XVI en la Nueva España. Estas estadísticas no contemplan por ejemplo las migraciones, muchas de ellas relacionadas con las intenciones de escapar de los padrones de tributación, por lo que una caída en las listas de tributarios no necesariamente implica la reducción de la población. También se ha cuestionado la idea de que las epidemias sean la causa primordial de la caída demográfica.30 Sempat Assadourian cree más adecuado considerar una causalidad múltiple, de la que eran conscientes los autores del siglo XVI. Hacia 1541 fray Toribio de Motolinía enumeraba diez plagas con las que dios había azotado a la Nueva España: las epidemias, la guerra de conquista, la falta de alimentación por la devastación que implicaba la guerra, y seis plagas más derivadas del régimen de explotación al que fueron sometidos los indios, que pueden resumirse en tributos, trabajo obligatorio, esclavitud y construcción de la ciudad de México. La combinación de factores debilitó las defensas de la población y la hizo más proclive a la muerte por epidemias. La clave estaba en la fortaleza del sistema inmunológico. La falta de anticuerpos, las guerras, la destrucción de los cultivos, el hambre, el trabajo excesivo, la desarticulación de la sociedad y de las creencias hicieron a los pobladores americanos poco resistentes a las epidemias que los devastaron. Pese a las discrepancias, la mayoría de los historiadores está de acuerdo con que durante el siglo XVI la población americana sufrió una caída demográfica que osciló entre 50 y 90% de la población.31

 

Sin embargo, no hay acuerdo sobre el efecto que la caída demográfica tuvo sobre el desarrollo de la historia novohispana. La historia europea del siglo XIV había demostrado que una epidemia, con su consecuente caída demográfica, puede resultar benéfica a largo plazo para la reestructuración económica de una sociedad. Los historiadores han considerado que éste no fue el caso de la Nueva España, no siempre con evidencias rotundas. Como ya hemos dicho, Woodrow Borah propuso en 1951 que el descenso de la población ocasionó una profunda crisis económica en la Nueva España. Para él, el decenio de los años setenta del siglo XVI marcó el inicio del declive económico de la producción.32 Chaunu presupuso la crisis después de comprobar la reducción del comercio.33 Pero, como ya mencionamos también, estas tesis fueron cuestionadas por Bakewell, al demostrar que los más altos niveles de producción de plata se situaron en los decenios de 1620 y 1630. Él demostró que en los momentos más graves de la caída demográfica, la producción minera estaba en continuo aumento. No había evidencias de crisis económica posterior a la crisis demográfica.

Carlos Sempat Assadourian trató de explicar por qué con menos población la producción de plata había seguido en aumento. Concluyó que la caída demográfica no había afectado la formación de una economía colonial en la Nueva España y Perú. Assadourian aportó nuevos elementos para explicar cómo fue posible el crecimiento económico en medio de un brusco descenso poblacional.34 Consideró que la Corona castellana, consciente de la importancia de la mano de obra, reorganizó todo el sistema colonial para garantizar mayor eficiencia. Además, apuntó que la introducción de tecnología europea mejoró los niveles de producción. Por último, Assadourian concluyó que habiendo un descenso demográfico parecido en México y en Perú, la reorganización de la mano de obra indígena durante la segunda mitad del siglo XVI fue muy distinta en ambas regiones, lo que creó sistemas con particularidades diversas. Assadourian cree entonces que fue más importante la organización que se dio a la mano de obra que su cantidad.

Reconsideremos esta polémica. Lo que está claro en las cuentas de Cook y Borah es la disminución drástica del grupo de tributarios, más que la caída demográfica que, aunque innegable, es difícil de calcular. Porque la disminución de tributarios no significa necesariamente la muerte de personas, también puede implicar su cambio de régimen laboral: de tributarios pasaron a ser trabajadores "libres". Eso explicaría que en Zacatecas, en 1598, no trabajaran indios tributarios y que la provincia de Potosí, a mediados del siglo XVII, estuviera compuesta por "forasteros".35 Las cuentas de Cook y Borah informan un dato innegable: el descenso de tributarios. Lo que parece claro, entonces, es que a lo largo del siglo XVI cambiaron drásticamente las formas de trabajo a las que estaban siendo sometidos los indios americanos. A esas transformaciones las hemos llamado la pavorosa revolución del siglo XVI.

Epidemias, guerras, destrucción de cultivos, hambre… Las mismas causas que ocasionarion la caída demográfica "liberaron" mano de obra e impusieron el sistema asalariado, que a la larga resultó más eficiente para mantener una economía articulada en torno a la minería que los antiguos sistemas de explotación. El costo de este nuevo sistema laboral fue la pérdida de miles de vidas humanas. El acceso de México a la modernidad fue violento. Pero también lo fue para Europa. No encontramos razones suficientes para suponer que los efectos de la crisis demográfica americana hayan sido muy distintos a los que trajo consigo la crisis europea del siglo XIV. Es posible que murieran muchas más personas en América y que la recuperación haya sido más lenta. No obstante, habría que considerar los datos comparativos entre Europa y América con más cuidado. Parece evidente, sin embargo, que tanto para Europa como para América la modernidad llegó en medio de la crisis demográfica y con movimientos poblacionales de mucha violencia que propiciaron transformaciones fundamentales en las formas de trabajo.

Cuando Cortés y los primeros conquistadores llegaron a la Nueva España trataron de aprovechar el sistema prehispánico de extracción de tributo para someterlo a sus intereses particulares, esa gran sociedad de 25 000 000 de habitantes, organizados y tributarios, comenzó a ser controlada por los conquistadores y por los grupos indígenas que fungían como sus aliados. Su proyecto consistía en mantener la organización anterior, fortaleciendo el señorío indígena, para beneficiarse del tributo. La encomienda fue el mejor sistema para lograrlo, pues el tributo que debían entregar los indígenas era su trabajo. Por eso se entiende el cuidado que pusieron los primeros españoles en conservar algunos de los códices prehispánicos como la matrícula de tributos, donde se registraban los pueblos tributarios y los productos con los que debían contribuir. Ese sistema, sin embargo, se colapsó. Las epidemias, la guerra, el hambre y, sobre todo, la desarticulación de las sociedades indígenas coincidieron con los intereses de la Corona por arrebatar el poder que estaban adquiriendo a los particulares. Junto con el señorío indígena se vino abajo el poder de los conquistadores y la encomienda misma. Una nueva sociedad se gestó en la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVI. La Corona de Castilla se impuso, poco a poco, como mediadora y reorganizadora de este nuevo conglomerado social.

 

Para los indígenas, esa nueva organización se conoce como la "república de indios".36 Obligados a reagruparse en pueblos, a partir del decenio de los setenta, diezmados y perdida su organización original, las repúblicas de indios fueron un nuevo punto de partida para la organización de los pueblos americanos. La Corona computó y controló, mediante el repartimiento forzoso, la mano de obra, al tiempo que permitió la tenencia de las tierras necesarias para la reproducción de aquellas sociedades. No pudo evitar, sin embargo, las migraciones de trabajadores que escaparon del sistema tributario y se hicieron "libres". Los conquistadores se convirtieron en pobladores y se asimilaron con los nuevos emigrantes peninsulares y con hijos de ambos grupos que nacían en América. Estos dos grupos se sumaron a otros emigrantes, y juntos integraron una sola sociedad dividida, no uniforme, ni mestiza, sino múltiple, contradictoria y desintegrada, pero que constituía un sistema económico bastante articulado.

La Corona de Castilla logró imponerse sobre esta nueva sociedad. Para gobernar, desarrolló un complejo aparato de gobierno que constituye el primer Estado moderno de Europa. Las dimensiones y la novedad de la empresa marcaron, empero, los límites de aquel Estado.

 

Mapa de América Colonial

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