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TEMA 2. LA PAVOROSA REVOLUCIÓN DE CONQUISTA Y LA PRIMERA INTEGRACIÓN PLANETARIA

2.1 EUROPA Y SUS NECESIDADES: LA DEMANDA DE METALES PRECIOSOS PARA ENSANCHAR EL MERCADO EUROPEO

Armando Pavón Romero | Clara Inés Ramírez González

 

Siempre es difícil establecer el cambio de una época a otra. ¿Cuándo termina una época, cuándo comienza otra? ¿Qué elementos caracterizan un periodo? ¿Desaparecen esos elementos cuando empieza otro? A decir verdad, en historia es prácticamente imposible trazar rupturas tajantes. La Edad Media no se terminó un día y comenzó la Época Moderna al siguiente. Las fechas nos ayudan a orientarnos, pero no pueden ser respuestas a preguntas tan amplias como las que nos estamos formulando.

Así pues, sería imposible situar el cambio de la Edad Media a la Edad Moderna con una fecha exacta. Debemos aceptar, entonces, que hay un periodo más o menos largo, en que la sociedad europea se transforma y da lugar a eso que llamaremos Época Moderna. De hecho, Jacques Le Goff nos previene contra el uso de la palabra modernidad. Lo moderno, nos dice, es lo presente, así cada época es, en sí misma, moderna. Los filósofos del siglo IX llamaron a los tiempos de Carlomagno "el siglo de los modernos". Los intelectuales de los siglos XIII y XIV están seguros de su modernidad frente a sus antecesores, rápidamente transformados en antiguos.1 Nosotros mismos hoy nos pretendemos modernos frente a nuestros abuelos.

La diferenciación entre Edad Media y Edad Moderna tiene como objetivo aludir a cambios importantes. Los historiadores establecen diferentes fechas para señalar el nacimiento de la Época Moderna, pero ello no debe preocuparnos, porque, como se ha dicho, este tipo de cambios no puede determinarse por fechas exactas.

Así, de una manera amplia, podríamos decir que entre 1348 y 1492 ocurrió el tránsito entre una época y otra. La primera fecha, 1348, es la de la gran peste negra en Europa, cuando se calcula que alrededor del 40% de la población murió víctima de esa terrible enfermedad.2

La llegada de la peste negra provoca movimientos demográficos muy interesantes, pues los habitantes más ricos de las ciudades huyen hacia sus palacios en el campo en busca de un sitio menos contaminado, más aislado. En cambio, la llegada de la enfermedad a los poblados rurales hace que los campesinos huyan a las ciudades en busca de auxilio médico y alimentos, pues el aprovisionamiento siempre era mejor en las ciudades. Este movimiento poblacional nos complica el recuento de los caídos por la enfermedad, pues si una ciudad en 1345 era de 100 000 habitantes y luego, en un censo de 1351, resulta con sólo 50 000, el cálculo de la baja demográfica no puede establecerse en 50%, pues durante la peste esa ciudad pudo haber recibido un incremento tal que elevara su población hasta aproximadamente 140 000 habitantes. Así, entre los 50 000 restantes se encontrarían antiguos pobladores, pero también miles que arribaron durante la peste.

La caída demográfica es ya un dato bastante serio para imaginar un colapso en el mundo feudal, pero el movimiento poblacional del campo a las ciudades agravaría aún más el proceso, pues no sólo se trata de campesinos muertos, sino de campesinos huidos a las ciudades que nunca regresarían debido a que muchos de los sobrevivientes encontraron acomodo en los puestos liberados por sus antiguos ocupantes. Es decir, los nuevos habitantes de las ciudades hallaron ocupación como sirvientes, tenderos, ayudantes de panadería, etc. En consecuencia, se presenta una desestructuración, más que del mundo urbano, del mundo rural, que es la base de la sociedad medieval.

En la ciudad la producción manufacturera sufrió una grave contracción y, con ello, las frágiles rutas comerciales que iban desde Italia hasta los Países Bajos, atravesando el territorio francés, casi desaparecieron. El bosque, tan apreciado por nosotros en esta era de destrucción ecológica y de contaminación ambiental, era en aquella época un signo de derrota humana. Tras la peste de 1348, el bosque volvió a crecer sobre los campos de cultivo. En el terreno político, por otra parte, debe considerarse algo muy simple: la peste atacaba casi por igual a un campesino que a un rey. Así, numerosos señores feudales murieron con todo y su linaje, razón por la cual pudo darse un proceso de reorganización feudal y, en algunos casos, los sobrevivientes pudieron anexarse los feudos de quienes corrieron la peor de las suertes.

La peste de 1348 fue una de las más intensas que la historia recuerda. Pero antes y después hubo pestes que diezmaron a la población europea. La verdadera causa de la "crisis" medieval no se encuentra necesariamente en la gran peste negra, que, en el mejor de los casos, es sólo la expresión más clara de ésta. Los orígenes deben buscarse en las transformaciones que estaban ocurriendo en la sociedad medieval y en los límites técnicos de la época. En efecto, por una parte el feudalismo funcionaba en sociedades pequeñas, pues partía de condiciones técnicas muy limitadas. Así, cuando se generaba un crecimiento demográfico más o menos sostenido podía suponerse la llegada de la crisis, pues la agricultura era insuficiente para satisfacer las necesidades alimentarias de la población. Entonces, en una población mal alimentada cualquier plaga podía causar grandes destrozos. Debemos considerar que los señores feudales no tenían interés por aumentar la productividad de sus tierras, pues estaban satisfechos con sus rentas. Y los campesinos no podían aumentar la productividad porque carecían de los recursos para ello.

Más que los orígenes de la crisis, lo verdaderamente interesante sería su resultado. La contracción demográfica provocó que un nuevo agente hiciera acto de presencia en la agricultura y aun en la ganadería europea: la burguesía.3 En efecto, desde el año 1000, la burguesía había cobrado fuerza en las ciudades. Sus principales actividades se encontraban en el área textil y en el comercio pero, tras la crisis del siglo XIV, comenzó a invertir también en la agricultura. A diferencia de los nobles y los campesinos, la burguesía procuraría incrementar la productividad agrícola con el objeto de exportar los excedentes. Esto, en sí, ya era un gran cambio, pero también generaría otro muy importante: la contratación de campesinos para laborar las tierras a cambio de un salario. Hasta entonces, los campesinos trabajaban sus tierras para subsistir, y las de sus señores a cambio de la protección que éstos les brindaban. Antes de que la burguesía invirtiera en el campo, el pago del trabajo agrícola era casi inexistente. Como resultado, ahora los campesinos podían comprar algunos objetos.

Debemos recordar que nos encontramos ante una economía muy elemental, donde la moneda apenas era utilizada por los comerciantes, por los nobles y por los habitantes de las ciudades, pero no por la gran masa de los campesinos. De esta manera, los dos fenómenos que hemos mencionado –la inversión burguesa en la agricultura para la exportación y el pago del trabajo de los campesinos– significaron el comienzo de un nuevo crecimiento.

La producción para la exportación tuvo un impacto geográfico muy importante. Ya desde el año 1000 se habían establecido rutas para las manufacturas textiles, la venta de las especias llegadas del Lejano Oriente y otros productos, que iban desde Italia hasta los Países Bajos, cruzando territorio francés. Pero tras la crisis del siglo XIV estas rutas se colapsaron y aparecieron otras nuevas, para todas esas mercancías, pero también para la venta de productos agrícolas. Los nuevos caminos del comercio se trazaron más al oriente, atravesando ciudades suizas, austriacas y otras del Sacro Imperio Romano Germánico.4 Asimismo, se hizo evidente que el comercio marítimo era mucho más eficiente que el terrestre. En efecto, debemos imaginar que el transporte terrestre había avanzado poco en velocidad desde tiempos del Imperio Romano, pues prácticamente no hubo innovaciones en este campo en ese lapso de más de mil años. En cambio, el transporte naval estaba siendo impulsado por diferentes adelantos técnicos, así como por su mayor capacidad para transportar productos agrícolas.5 Por tanto, las rutas marinas que partían desde Venecia o Génova hasta Flandes cobraron mayor importancia. Muchos puertos intermedios, como Barcelona o Lisboa, también adquirieron relevancia. Y, por el norte, volvieron a reactivarse las rutas que iban desde el mar Báltico hacia los Países Bajos, extendiéndose hasta la lejana Inglaterra. Así, podemos empezar a hablar de la constitución de un amplio mercado europeo.

 

Mapa rutas de comercio

 

¿Cuáles eran los objetos del intercambio que circulaban por esas rutas marítimas o terrestres? El norte de Italia y los Países Bajos eran los principales centros manufactureros y comerciales, es decir, que allí se producían y concentraban bienes como telas, tejidos, vidrios, cerámicas, productos de peletería y armas, entre otros. También desde Italia partían las especias llegadas desde el Lejano Oriente, a través del Mar Negro y luego del Mediterráneo, y de ahí se distribuían a regiones occidentales como París, Castilla, Aragón, Portugal, Inglaterra, u orientales como Bohemia, Moravia, Rusia o Ucrania. Por su parte, estas regiones aportaban al intercambio mediante la venta de trigo y madera, usada esta última para la industria naval. España e Inglaterra, a su vez, impulsaban la cría de ganado ovino para la venta de lana que sería procesada por las ciudades italianas y flamencas.

Expertos en demografía histórica calculan que una sociedad como la medieval tardaría unos veinte años en recuperarse de los trágicos efectos de una epidemia. La peste negra produjo daños mucho más graves y ni siquiera un siglo y medio después podría recuperarse el mismo tamaño de la población. Sin embargo, la sociedad medieval supo sortear la contracción económica y respondió con un crecimiento notable que se vería fuertemente incrementado en el siglo XVI.

El desarrollo burgués estaba articulando un mercado europeo. Pero también es cierto que Europa mantenía con el Lejano Oriente el comercio de las especias. La historia de la alimentación se enlaza con las historias económica, política, militar. El descubrimiento de las especias por los paladares europeos abrió el comercio con Asia, que construyó una ruta marítima por el Mediterráneo primero y luego por el Mar Negro, punto de encuentro con las rutas terrestres asiáticas. En este tráfico comercial fueron los venecianos quienes llevaron la voz cantante. Desafortunadamente, la caída de Constantinopla en manos de los turcos dificultó el comercio. Los venecianos católicos se vieron precisados a establecer relaciones de paz con los turcos musulmanes, pero el tráfico comercial estaba ya amenazado.

El reino de Portugal se haría cargo del relevo veneciano. La explicación tradicional del éxito portugués destacaba la temprana reconquista de su territorio en una guerra exitosa contra el Islam que terminó en 1253, además de la toma de Ceuta, en 1415, que introdujo a Portugal en el manejo de los tráficos lejanos y despertó en la nación el espíritu de las cruzadas. Comenzaron así los viajes de reconocimiento a lo largo de la costa africana y, lo más importante, se contó con dos personajes que impulsaron la exploración marítima: Enrique el Navegante, hijo del rey Juan I, quien se rodeó de sabios geógrafos, cartógrafos y marinos, y el rey Juan II, bajo cuyo reinado se alcanzó el extremo sur de África (el Cabo de Buena Esperanza) y se estuvo en condiciones de establecer la ruta comercial hacia India. El costo militar no fue alto y en cambio la pimienta puso a Lisboa en el centro de Europa.

Fernand Braudel, el gran historiador del Mediterráneo, de quien ya hemos hablado antes, nos introduce en una serie de explicaciones nuevas, menos heroicas, pero mucho más interesantes.6 Portugal, nos dice Braudel, no es un reino ni pequeño ni pobre. Su cercanía con el Islam hispano lo introdujo en la economía monetaria muy pronto. Su agricultura se había enfocado hacia cultivos más comerciales, como la vid, el olivo, el alcornoque y muy pronto la caña de azúcar. Todo ello en detrimento del cultivo del trigo. Semejante agricultura debe considerarse como muy adelantada, pues el trigo bien podía comprarse y a precio relativamente barato, mientras que los otros cultivos alentaban la producción del vino, el aceite y el azúcar, destinados al mercado más que al autoabastecimiento, como era el caso de la agricultura feudal.

No obstante, el tema agrícola era una de las mayores preocupaciones portuguesas, pues la recuperación demográfica, tras la peste negra, comenzaba a ser una presión que empujaba a la búsqueda de nuevos territorios de cultivo. El inicio de las exploraciones marítimas tuvo como primer objetivo encontrar campos para la labranza del trigo y, sólo posteriormente, los territorios conquistados se fueron transformando en zonas de producción comercial, en especial de caña de azúcar. Así, Madeira, descubierta en 1420, fue destinada al trigo y sólo se reconvirtió al azúcar cuando fueron redescubiertas las Azores en 1430, las cuales a su vez comenzaron dedicadas al cereal.

Además de las islas, los portugueses establecieron contacto con el norte africano y muy pronto descubrieron dos grandes negocios: el intercambio de polvo de oro africano por la sal aportada por los europeos y la compra de esclavos negros. Sin embargo, no fueron negocios simultáneos. El comercio de oro fue muy importante durante el siglo XV y los primeros años del XVI, mientras que el tráfico de esclavos cobraría mayor fuerza a partir de la colonización americana.

El incipiente desarrollo marítimo de Portugal se vio favorecido por el arribo de comerciantes y banqueros genoveses que establecieron sus plazas en Lisboa. Desde allí fue relativamente fácil invertir en aquellas empresas marítimas, las cuales fueron creciendo hasta alcanzar el Cabo de Buena Esperanza. Así, junto con el tráfico de oro y de esclavos, Portugal consiguió un gran negocio con el comercio de las especias.

Braudel llama la atención sobre el siguiente dato. Portugal estaba tan interesado y tan seguro de que podría rodear la costa africana para establecer la ruta de las especias, que despreció la hipótesis de Cristóbal Colón de que se podía llegar a la India por el Atlántico. Es decir, apostó por la certeza en lugar de la quimera y allí perdió parte del futuro americano.

Es necesario considerar con más cuidado el negocio portugués con el polvo de oro, pues, contra lo que se pueda pensar, su principal utilidad no era la joyería sino la fabricación de monedas. La monetarización de la economía europea estaba aumentando, dado que, como se recordará, tras la crisis demográfica del siglo XIV, la burguesía estaba invirtiendo en la agricultura y en la ganadería, para lo cual utilizaba trabajadores a quienes había que pagarles un salario. Pero en este nivel la moneda de oro o de plata no era tan importante, pues para ello se utilizaban metales menos valiosos. En cambio, para el comercio a gran escala sí era decisiva la moneda de oro o de plata.

La recuperación económica europea y la articulación de un mercado que involucraba regiones distantes, dentro y fuera del mismo continente, planteaba la necesidad de contar, cada vez más, con mayores volúmenes de monedas de oro o plata.

Llegados a este punto, podemos plantear el siguiente fenómeno económico. La producción manufacturera de aquella época podía crecer, pero tenía límites, pues el mercado comprador estaba restringido a las élites urbanas y nobiliarias. Pero el crecimiento estaba determinado también porque el inversionista esperaba que sus productos subieran de precio. Así, si los precios no subían, la producción se estancaba. Y los precios sólo pueden subir cuando existe moneda circulante suficiente para comprar los productos ofrecidos.

Entonces, a lo largo del siglo XV encontramos un aumento de la producción de bienes manufacturados y, en consecuencia, un aumento en la demanda de moneda. Aquí es donde entraba el negocio portugués del polvo de oro. Durante un largo periodo, Portugal surtió buena parte del oro necesario para acuñar moneda. Otras regiones aportaban plata, pero hay serios indicios de que al finalizar el siglo XV se estaba llegando a una situación crítica: el volumen de moneda existente empezaba a ser insuficiente para seguir alentando la producción manufacturera. Por no decir que el comercio de las especias era deficitario para Europa, pues se compraba pimienta y a cambio debía pagarse con oro. Asia ha sido vista, de esta manera, como un cementerio de metales preciosos provenientes de Europa. De no encontrar una fuente importante de metales preciosos, dicha situación podía derivar, perfectamente, en una crisis llamada por los economistas "deflación". Afortunadamente para la economía europea, Colón, con el apoyo de los Reyes Católicos, tropezaría con un nuevo continente, en 1492, capaz de suministrar inmensas cantidades de plata.


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