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1.3.8 La Edad Media europea

Europa es la mejor estudiada de las tres entidades mediterráneas, porque la propia disciplina histórica fue retomada, sobre todo a partir del siglo XIX, por los europeos. Sobre la Edad Media europea se han escrito algunos de los mejores libros de historia del siglo XX, aunque ahora sabemos que Europa no inventó todo, sino que retomó la experiencia y la historia de los pueblos mediterráneos. En esos territorios que fueron abandonados por los romanos a los invasores germanos en el siglo V se dieron una serie de acontecimientos y cambios que resultan fundamentales para comprender las transformaciones que sufrió la cultura mediterránea antes de convertirse en la llamada cultura occidental, de la que hoy formamos parte como mexicanos.


Cristianismo y papado

Hacia el siglo VII, el cristianismo era el factor principal que daba unidad a los diversos reinos germánicos surgidos sobre las ruinas del Imperio Romano. Pero los cristianos no tenían aún una estructura jerárquica suprarregional, como es la Iglesia católica de hoy. Cada obispo era la máxima autoridad en su diócesis, la cual podía estar formada por uno o varios territorios. En medio de este mundo fragmentado, el obispo de Roma era reconocido como obispo primado, pero su poder era todavía limitado y aún tenía lazos de dependencia con el patriarca de la Iglesia ortodoxa, quien debía confirmar a cada nuevo papa. Con el tiempo, la distancia entre las dos Iglesias cristianas fue haciéndose cada vez más profunda, hasta que sus lazos se disolvieron totalmente.

Gregorio Magno, papa entre 590 y 604, fue una figura fundamental en el proceso de consolidación del papado como un poder independiente de la Iglesia bizantina. Además de haber reorganizado profundamente la Iglesia romana, Gregorio se alió con un nuevo tipo de religiosos, independientes de los obispos y del clero secular, que desde entonces fueron colaboradores de los papas: los monjes. El monacato debe su origen a los grupos ascéticos y místicos que se desarrollaron en Oriente, pero se extendió por Occidente bajo la regla de San Benito, monje fundador de una comunidad particular a principios del siglo VI. Los monjes se caracterizaban por llevar una vida en común, alejados de los demás seres humanos, a los que conocían como laicos. Los monasterios benedictinos se fueron extendiendo poco a poco por Europa, y tuvieron un papel fundamental en la cristianización, promovida desde Roma, de muchos pueblos germanos, como los anglosajones. Con el tiempo, se fueron fundando otras órdenes monásticas a partir de la regla de San Benito, tanto masculinas como femeninas. A principios del siglo XIII, se fundaron otras órdenes que se llamaron mendicantes, porque a los votos de castidad y obediencia sumaban el de pobreza. Éstas –dominicos, agustinos y franciscanos– fueron, junto con los jesuitas, fundadas en el siglo XVI, las más importantes en la cristianización de América.

Para el siglo VIII, el papado, después de sobrevivir a la crisis de las invasiones bárbaras, había sentado las bases para constituirse en uno de los dos poderes suprarregionales que, a nivel formal, caracterizaron a la Europa medieval: el papado y el imperio. La religión cristiana fue asentándose en Europa y cuando la Iglesia cristiana ortodoxa perdió su centro, con la toma de Constantinopla, durante el siglo XV, el cristianismo europeo, con el papa como máxima autoridad, fue la única Iglesia centralizada del Mediterráneo. Esta uniformidad duró poco, porque en 1517 Martín Lutero comenzó un movimiento que llevó, años más tarde, a la ruptura del cristianismo europeo en dos grandes bloques: católicos y reformados.


El Imperio carolingio y el poder imaginario

Entre los diferentes reinos que conformaban la cristiandad, los francos fueron quienes lograron fundar un nuevo imperio. En 771, Carlomagno, rey de los francos, heredó los territorios conquistados por su abuelo, Carlos Martel, y por su padre, Pipino el Breve, y logró controlar un territorio que geográficamente era mayor que el propio Imperio Bizantino de entonces. Sin embargo, Carlomagno era un rey cuya legitimidad se basaba en el poder militar del soberano: así como su abuelo había derrotado a los merovingios, cualquier otro podría derrocarlo a él. Parecía necesario buscar una fuente más segura de legitimidad y poder.

En el mundo cristiano, y bajo la influencia bizantina, la fuente más importante de legitimidad era la emanada directamente de Dios. La pregunta por contestar era, en aquel entonces, quién representaba el poder de Dios en la Tierra. En el mundo ortodoxo, recordémoslo, no había dudas, el emperador era la fuente de todo poder. En Occidente, por el contrario, los emperadores bizantinos tenían una débil influencia y los obispos reclamaban para sí el poder divino, si no individualmente sí como grupo, en el concilio. En contraposición, el papado había comenzado una campaña de concentración de poder, encabezada por Gregorio Magno.

Ocurrió, entonces, la afortunada coincidencia de intereses entre Carlomagno y el papa. El primero quería ser emperador y el segundo quería ser el único representante de Dios en la Tierra. Qué mejor muestra del poder divino que reclamaba el papa que la posibilidad de coronar emperadores. El emperador y el papa sumaron intereses y, en el año 800, Carlomagno fue coronado por el papa en Roma como emperador del Sacro Imperio Romano. El título le confería a Carlomagno poderes imperiales y hereditarios sobre sus territorios. La coronación legitimaba a ambos poderes, papado e imperio, aunque al mismo tiempo la investidura aportaba argumentos para el futuro conflicto entre el emperador y el papa, pues Carlomagno había sido ungido por el papa como emperador por la "gracia de Dios". Así, había entonces dos representantes del poder divino. Los límites entre ambos poderes parecían enfrentarse.

El imperio carolingio era más una ficción jurídica que una verdadera realidad, por lo que no logró consolidarse y desapareció en el transcurso del siglo IX; no obstante, ese proyecto imperial marcó ciertas líneas de desarrollo para los gobiernos europeo de los años posteriores, como la búsqueda de un poder imperial centralizado y el constante anhelo de regresar a la Antigüedad clásica. De hecho, la modernización de la administración y el impulso brindado por la corte carolingia a las artes y a la escritura han sido denominados como el primero de los renacimientos europeos. Durante el imperio carolingio se inventaron, por ejemplo, las letras minúsculas, pues antes todo se escribía en mayúsculas. Además, escritores cercanos a la corte de Carlomagno escribieron obras que retomaban los clásicos.202

A la muerte del emperador Carlomagno, su poder y sus territorios fueron legados a sus hijos, no como herederos de un imperio, sino como el patrimonio de un padre. De acuerdo con la Ley Sálica de los francos, el soberano no designó un sucesor, sino que repartió su reino entre sus herederos. A cada uno de sus tres hijos le tocó una tercera parte de los territorios acumulados. El título imperial le tocó a Luis, quien sólo gobernaba el tercio oriental del imperio carolingio. Pese a los reacomodos posteriores, y a los conflictos entre los herederos de cada tercio del reino, la división territorial carolingia tuvo importantes consecuencias en la configuración posterior del mapa europeo. La actual Francia terminó por estructurarse en torno al tercio más occidental del imperio; la fracción oriental daría paso, al correr de los siglos, a la actual Alemania, y el tercio central fue dividido, constituyéndose en zona de conflicto en el centro de Europa.

El imperio carolingio no superó por mucho tiempo la muerte de Carlomagno; las costumbres hereditarias de los francos se impusieron a los intereses de unidad imperiales y el territorio acumulado por las generaciones anteriores se repartió. El imperio se fue convirtiendo nuevamente en un ideal. Los reinos no pudieron constituirse en la fuerza política de aquella sociedad; de algunos de sus reyes no se conserva ni siquiera el nombre.

Mapa del Imperio carolingio

Pero el fin del imperio y la debilidad de los reyes no deben interpretarse como signos de una sociedad desorganizada. En cambio, el pacto social que permitía el funcionamiento del mundo medieval debe buscarse en otra parte, no en la figura del rey o del emperador. Aunque nos resulte extraño aceptar la organización de una sociedad sin un Estado centralizado, como es visible en la mayoría de los países contemporáneos, los historiadores han demostrado que la organización política de la sociedad medieval se basó en la articulación jurídica de las relaciones entre personas, una estructura política que, en principio, nos resulta muy ajena, pero que tal vez está más presente en el México de hoy de lo que solemos aceptar.


Las relaciones feudo-vasalláticas, el verdadero poder medieval

El historiador Marc Bloch, en su obra La sociedad feudal, describe los vínculos de dependencia que estructuraron a la sociedad medieval europea y encuentra dos tipos diferentes de relaciones interpersonales: por un lado, estaban las relaciones que establecieron los señores entre sí; y, por otro, los lazos de los señores con los campesinos. Los estudios sobre el modelo de sociedad feudal suelen tomar como referente el caso francés, aunque los historiadores han comprobado su extensión, con algunas variantes, por toda la cristiandad occidental.

Los pactos entre los señores medievales se conocen con el nombre de relaciones feudo-vasalláticas y constituyeron el sistema jurídico que articulaba al grupo dirigente de aquella sociedad. Se trataba de una red de acuerdos entre señores, unos propietarios de tierras y otros de armas. El propietario era conocido como señor y ofrecía al guerrero un feudo, un pedazo de tierra, junto con las atribuciones de gobierno sobre sus pobladores, a cambio de que éste, el vasallo, le brindara fidelidad y servicio militar. En este sistema, las funciones de control sobre las personas eran inherentes al derecho sobre la tierra. Así, por ejemplo, el derecho a ejercer justicia estaba repartido entre los señores y sus vasallos. Cada territorio tenía sus leyes y el señor-vasallo que lo gobernaba era quien impartía justicia. Sin embargo, no se trataba de un sistema totalmente arbitrario ni particularista, porque existía el derecho de apelación ante el señor o la junta de señores que estaban por encima de un jefe local. De manera que los señores-vasallos estaban sometidos a la supervisión de sus pares. Por eso, los pactos entre señores debían hacerse en público, ante testigos que pudieran garantizar el cumplimiento de los acuerdos y velar por el límite de los poderes interseñoriales. Todos los señores sabían a qué estaba comprometido cada uno de ellos y con quién. Ésa era la garantía de funcionamiento del sistema. Este carácter público de los pactos feudo-vasalláticos quedó plasmado en una compleja ceremonia entre el señor y el vasallo, en la que los demás señores fungían como testigos.203

Un vasallo menor poseía un determinado territorio dentro del cual tenía amplio poder para ordenar su explotación y para gobernar sobre quienes allí vivieran. Pero este feudo, así como la protección necesaria para su conservación, habían sido concedidos por un señor a cambio de un juramento de fidelidad que se materializaba por medio del suministro de algunos hombres armados y entrenados, conocidos como caballeros. Por su parte, un señor de mediano poder solía contar con varios vasallos; sin embargo, en función de las tierras que administraba directamente, era vasallo de un señor más poderoso, a quien debía fidelidad y resguardaba con un ejército.

Durante la época clásica del feudalismo, los reyes eran un eslabón más, no siempre el más alto, dentro de la red de relaciones feudo-vasalláticas. En 1066, por ejemplo, el duque de Normandía, quien era vasallo del rey de Francia, conquistó Inglaterra y accedió así al trono inglés. Desde entonces, el rey de Inglaterra era vasallo del rey de Francia, en tanto que duque de Normandía. El trono, de esta manera, no era tan importante como las relaciones feudo-vasalláticas que organizaban la distribución del poder en el mundo medieval.

Si bien los señores tenían el control de la justicia en sus feudos, en su calidad de vasallos podían ser contradichos por sus propios señores. Por ello existía una especie de tribunal de señores en el cual se atendían apelaciones en contra de la justicia impartida por los vasallos, al tiempo que se dirimían las diferencias entre señores. Pero el verdadero campo donde la nobleza feudo-vasallática se manifestaba y cobraba forma era en los torneos, reuniones donde señores y vasallos refrendaban sus pactos en medio de competencias de caballeros para medir las capacidades militares de cada uno.

A partir del siglo XIII, los reyes comenzaron un lento proceso de concentración de poderes, lo que los llevaría a colocarse en la cúspide de este sistema feudo-vasallático, consolidando así las diversas monarquías medievales.

El mundo de los caballeros, sus armaduras, sus estandartes y sus relaciones interpersonales, así como el castillo –una casa grande donde el señor alojaba por temporadas a vasallos y caballeros–, han sido imágenes retomadas, y en muchos casos idealizadas, por cronistas e historiadores de todas las épocas. Desde el siglo XII se pusieron por escrito historias que contaban las hazañas de los caballeros, relatos provenientes, en principio, de tradiciones orales anteriores. El cantar del Mío Cid, para el ámbito hispano, o La chanson de Roland, en el caso francés, son muestras de ello. Entre la fantasía y la historia, se dio paso a un género, la novela de caballería, que proliferó durante los siglos XIV, XV y XVI. Se considera como última expresión de estos relatos, aunque ya cargada de ironía crítica, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, escrita por Miguel de Cervantes a principios del siglo XVII.

El mundo de la caballería, conformado por hombres jóvenes dependientes de un señor, fue creando todo un sistema de valores, una ética y un tipo de amor cortés hacia una dama, usualmente la esposa del señor, idealizada, lejana e inalcanzable. El amor cortés modelaba el comportamiento moral de la nobleza, como ha demostrado Georges Duby.204 Todavía hoy llamamos caballero a aquel hombre que sigue una serie de normas, consideradas de buen gusto, hacia las mujeres, al tiempo que nuestra idea de amor debe mucho al concepto de dama ideal e inalcanzable que forjó el amor cortés de la época medieval. El historiador Johan Huizinga observa que "el amor cortés de los trovadores ha convertido en lo principal la insatisfacción misma". Aunque, como apunta el mismo autor, las poesías sólo estilizaban realidades más violentas.205

Sin embargo, el atractivo que el mundo de la caballería tiene aún hoy para nosotros no puede hacernos olvidar que los caballeros formaban parte de una red de relaciones, las feudo-vasalláticas, que eran, ante todo, un modo de distribución del poder dentro de una sociedad determinada. Los historiadores ingleses, en particular Walter Ullman,206 han estudiado con detalle las formas de organización política de la sociedad medieval. Para ellos, las relaciones feudo-vasalláticas conllevan una distribución horizontal del poder, ya que, por lo menos dentro de la nobleza, los señores se repartían entre sí el ejercicio de ese poder y compartían, de alguna manera, el control sobre la violencia, elemento fundamental para la estructura de la sociedad.

Pero si bien en la sociedad medieval existía una tendencia horizontal para el ejercicio del poder, también había, según señala Ullman, un principio vertical de organización, el que queda expresado, inicialmente, por los esfuerzos centralizadores de los dos poderes suprarregionales –imperio y papado– y retomado después por los reyes o monarcas, quienes, a partir del siglo XIV, irán concentrando, lentamente, el poder político disperso entre sus vasallos. Ambas tendencias, horizontal y vertical, estuvieron presentes, muchas veces en tensión, en la sociedad medieval, y ambas fueron retomadas por los sistemas políticos posteriores que trataron de conjugar los poderes más verticales de un solo hombre con los horizontales de la sociedad en su conjunto. La articulación de poderes descrita, así como la separación entre Iglesia y papado, son dos de los grandes legados del mundo medieval a las posteriores sociedades de la Época Moderna.

El otro tipo de pactos que estructuraban la sociedad medieval se daba entre señores (y sus vasallos) con los campesinos. Este tipo de pactos señoriales sometía a los campesinos a una total dependencia de su señor. No podían alejarse de la tierra y estaban obligados a entregarle un tributo, ya fuese en productos agrícolas o en trabajo. El señor dictaba las leyes y hacía justicia. Las cárceles estaban en la misma propiedad señorial y todavía para el siglo XVIII pervivían leyes tan absurdas como la obligación de ciertos campesinos franceses de mover las aguas de los pantanos cercanos al castillo cuando el señor pernoctaba en él, para impedir que las ranas croaran y lo despertaran.

Sin embargo, a partir del siglo XIII el sistema señorial se fue debilitando y permitió el fortalecimiento de campesinos relativamente libres. Las crisis del siglo XIV favorecieron aún más esta tendencia, que fue aprovechada por grupos de campesinos que se vincularon con los burgueses de las ciudades. El historiador Georges Duby ve en esta alianza las nuevas "fuerzas que repentinamente, en la segunda mitad del siglo XV, impulsaron a la economía rural y a la vida agraria en conjunto de todo el Occidente europeo hacia una nueva etapa de prosperidad".207 Pero los cambios del sistema económico medieval eran comunes a toda la sociedad y habían comenzado años atrás.


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