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1.3.7 El Islam

Los árabes construyeron un gran imperio en tan sólo un siglo. Su expansión se basó en una nueva religión, la musulmana, cuyo profeta y creador vivió en la península Arábiga a principios del siglo VII. Cuando Mahoma murió, en 632, el Islam no se extendía más allá de la mitad occidental de aquella península, pero un siglo después, en 732, los árabes alcanzaron su incursión más lejana en Occidente: Poitiers, donde fueron derrotados por los francos. Desde entonces, los árabes controlaron buena parte de lo que había sido el suroriente del Imperio Romano: desde Siria, en la costa palestina, hasta buena parte de la península Ibérica, pasando por el fértil Valle del Nilo en Egipto. Pese a los múltiples cambios internos dentro del imperio árabe, y a su paulatina debilidad, su influencia política sobre las costas del norte del Mediterráneo no desapareció por completo hasta su expulsión del Reino de Granada, en 1492, ejecutada por los Reyes Católicos.

El Islam se define como una doctrina asociada a un texto: el Corán. En este sentido, el Islam asume un rasgo común a las dos religiones más importantes del Mediterráneo: el cristianismo y el judaísmo. Otro elemento en común es su carácter monoteísta; las tres religiones reconocen un solo dios, que en el caso del Islam es Alá, mientras que Mahoma es sólo un profeta. En el Islam, Alá exige a sus creyentes una sumisión total que se manifiesta en cinco actos concretos: la plegaria diaria; la limosna; la peregrinación a La Meca por lo menos una vez en la vida; el ayuno del mes de Ramadán y la guerra santa.201 Esta doctrina sencilla y ajena a las polémicas teológicas que envolvía a los cristianos de entonces adquirió una fuerza enorme entre los pueblos beduinos de la península arábiga, que unificados en torno a su religión emprendieron la conquista de grandes territorios.

Después de las primeras conquistas, el centro del imperio árabe-islámico se trasladó desde La Meca, en la península arábiga, primero a Damasco, en Palestina, y, finalmente, hasta Bagdad, en lo que hoy es Irak. Desde allí, el imperio se organizó y se extendió, primero bajo la dinastía Omeya y después bajo los abásidas. Con el tiempo, el imperio musulmán se alejó del Mediterráneo y se fundaron entidades independientes, como el Califato de Córdoba, en la península Ibérica. Cada una de estas entidades fue desarrollando características particulares.

Sin embargo, al igual que había sucedido en Bizancio, en el mundo musulmán las esferas de poder político y religioso están entrelazadas. Tal vez esa mezcla de lo religioso y lo político sea, aun hoy, una de las más profundas diferencias entre el Islam y el Occidente europeo, donde, durante la Edad Media, se fueron separando los poderes religiosos y los civiles.

A partir del siglo XI, el imperio musulmán entró en paulatina decadencia, bajo la presión de los turcos, quienes transformaron el mapa de Oriente. Sin embargo, la cultura musulmana de aquella época dejó importantes legados a la cultura mundial. Inventó el papel de algodón, antecedente del que hoy usamos, y desarrolló la poesía, la literatura, la historia, la filosofía y la ciencia. Entre los filósofos, destacó Averroes (1126-1198), escritor nacido en la Córdoba musulmana, cuya obra fue muy importante para la recuperación del aristotelismo en Europa.

Las principales ciudades musulmanas contaban con bibliotecas, cuyos responsables se habían dado a la tarea de recuperar, copiar y traducir textos antiguos. Muchos de nuestros clásicos se conservaron entonces. Los grupos de estudiantes y maestros eran comunes y muy libres, aunque en sus discusiones la filosofía estaba mezclada con la religión.

No estamos en condiciones de ofrecer un balance certero sobre los legados del mundo árabe clásico a nuestra cultura. La historiografía tradicional no se cansa de repetir que los nueve siglos de dominio árabe sobre el sur de la península Ibérica no dejaron una huella fuerte porque las distancias religiosas habían inhibido la mezcla de cristianos y musulmanes. Una somera revisión de nuestro idioma nos siguiere lo contrario: todas las palabras que comienzan con al, como almohada, alumbrado, alberca o albañil, son de origen árabe. De hecho, casi todas las palabras referentes a la arquitectura o la construcción vienen de esa lengua. El antagonismo entre árabes y cristianos que persiste en Europa sigue oscureciendo esta parte de nuestra historia, y no debería ser así. En México, los árabes no son los otros: ni terroristas ni enemigos. Son, en su mayoría, cristianos maronitas, de aquellos que se independizaron de Bizancio y emigraron recientemente, integrándose con facilidad a nuestra cultura. El mundo árabe ha dejado una huella importante en nuestra sociedad, a la que hacemos una breve referencia cuando hablamos de las otras tradiciones que conforman nuestra historia.


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