conocimientos fundamentales

| historia | méxico: una historia y muchas culturas

Página anterior Página siguiente





1.3.6 Bizancio: un solo dios, un solo emperador

Con Constantinopla como centro y con territorios en Anatolia (hoy Turquía) y en la península de los Balcanes, el Imperio Bizantino conservó la organización de lo que había sido el Imperio Romano Cristiano. Constantinopla, hoy Estambul, era así una ciudad cristiana, construida sobre la pequeña aldea que fue Bizancio. Inaugurada en 330, la "nueva Roma" se pensó como una ciudad invencible. Amurallada por la parte que daba al continente y difícil de vencer por mar, la ciudad resguarda en su interior los dos edificios más representativos del nuevo Estado: el palacio imperial y la iglesia de Santa Sofía.

Durante el siglo VII, Constantinopla vio caer ante el poderío árabe las provincias más ricas del Imperio Romano Cristiano: Siria, con la cristiana ciudad de Antioquía, y Egipto, con Alejandría, fueron conquistadas en menos de 50 años. El imperio sasánida, heredero de los persas, cayó con igual rapidez. La toma de Constantinopla parecía cuestión de tiempo. Entre agosto de 717 y agosto de 718, la ciudad resistió el asedio de los árabes durante todo un año, hasta que, finalmente, los asaltantes tuvieron que abandonar el sitio: la supervivencia del imperio estaba asegurada. Unos siglos después, en 1204, Constantinopla fue conquistada por los cristianos, quienes fundaron un reino allí; y pocos años más tarde, en 1261, la ciudad fue reconquistada por los bizantinos y permaneció en su poder hasta que en 1453 cayó definitivamente en manos de los turcos y fue arrasada. Sobre sus ruinas se levantó la actual Estambul.

Políticamente, Bizancio se estructuró como una monarquía donde el emperador concentraba todo el poder. Desde Constantino, pero sobre todo a partir de Justiniano (527-565), la figura del basileo o emperador se asoció con la del único dios de los cristianos y se sacralizó. La concentración del poder en una sola persona ocasionó el declive del senado romano, que a partir de entonces perdió fuerza. Sin embargo, la ley fue reconocida por los emperadores bizantinos como el marco según el cual debían gobernar. De hecho, durante el gobierno de Justiniano, hacia el año 533, se realizó la gran recopilación de derecho romano que hoy conocemos como el Código de Justiniano, texto que continúa siendo nuestra fuente para conocer el derecho romano.

La monarquía bizantina, absoluta y centralizada, se valía para gobernar de una burocracia bien organizada y del ejército. A diferencia de Roma, Bizancio había desarrollado la idea de una legitimidad divina que hacía intocable al emperador. El problema era, entonces, quién lo elegía. La sucesión en el trono imperial trató de resolverse con la idea de que el emperador, como gobernante absoluto y divino, podía elegir a su sucesor. Durante buena parte de la historia bizantina, los emperadores intentaron que el trono quedara en su familia, marcando un principio de sucesión hereditaria que no siempre se respetó. La idea de una dinastía divina ha sido muy importante también para los gobiernos posteriores. De hecho, la historia política de Europa se ha entendido como la tensión entre dos maneras de ejercer el poder: una vertical y absoluta, y otra horizontal o democrática.

En torno al emperador, se organizaba la corte bizantina, conocida en todo el mundo por su esplendor y magnificencia; en ella, el arte y la tecnología estaban al servicio del poder, decorando e inventando juegos mecánicos que reproducían el sonido de pájaros y leones para impresionar a los visitantes.199 Con estos principios políticos, además del ejército, la burocracia y la diplomacia, Bizancio logró sobrevivir más de mil años y se impuso sobre muchos pueblos que eran sus contemporáneos.

Los bizantinos también conservaron la religión cristiana que había caracterizado al Imperio Romano Cristiano posterior al siglo IV, pero el cristianismo bizantino se asoció al poder político, y el dogma y la ortodoxia fueron defendidos por el emperador. Religión y política se mezclaron hasta confundirse. La Iglesia se fortaleció, pero perdió libertades al comprometerse con el imperio. Las ideas religiosas se hicieron importantes para el Estado, que se vio en la necesidad de sancionar lo que debían creer sus súbditos. Al inventarse la ortodoxia, se inventó la herejía. Los conflictos religiosos se hicieron políticos y el Estado persiguió a los disidentes: arrianos, monofisitas, iconoclastas y otros más tuvieron que pasar a la clandestinidad. A ese cristianismo bizantino se le conoce como ortodoxo y fue el que, a partir de Constantinopla, se extendió hacia Rusia y otros países del nororiente; actualmente el cristianismo ortodoxo tiene seguidores en todo el orbe.

Bizancio triunfó al mismo tiempo que triunfó el cristianismo, pero el emperador, que asoció su poder absoluto a la existencia de un solo dios, sometió al jerarca de la Iglesia, el patriarca, a su poder. Para el siglo IV la Iglesia cristiana reconocía cinco sedes: la histórica Jerusalén; Antioquía, en Siria, sobre la costa oriental del Mediterráneo; Alejandría, en Egipto; Roma, y Constantinopla. Cada una tenía su patriarca, pero pronto se desató rivalidad entre ellas por querer imponer su supremacía sobre las demás. Constantinopla contó con el apoyo imperial, pero poco a poco las otras sedes se fueron distanciando hasta hacerse prácticamente independientes, en torno al siglo VIII.

La Iglesia de Constantinopla, con su patriarca, quedó sometida al emperador. Pero la unión de la Iglesia y el Estado ocasionó que las disputas religiosas tuvieran consecuencias sociales. Los cismas religiosos crearon verdaderas revoluciones sociales en Bizancio y el descontento y las discrepancias con el patriarca de Constantinopla hicieron más fácil la conquista árabe de los territorios de Siria y Egipto. Los cristianos de estas regiones prefirieron vivir pagando tributos a los árabes que sometidos a Bizancio. Aún hoy existen cristianos que continúan los antiguos ritos de Antioquía y Alejandría, como la Iglesia Copta en Egipto.

La distancia entre Constantinopla y Roma, como sedes de jerarcas cristianos, fue haciéndose cada vez mayor y poco a poco cada una fue desarrollando ritos y creencias diferentes. Ambas comenzaron a hablar lenguas distintas: Roma conservó el latín, mientras que Bizancio lo perdió para usar sólo el griego. Aunque la ruptura definitiva se dio en 1054, siempre hubo intentos de reconciliación. Hasta hoy la Iglesia Cristiana Ortodoxa conserva sus patriarcas e influencia, sobre todo en Europa del Este y Rusia.

Uno de los grandes problemas del Imperio Bizantino fue la presión de los pueblos vecinos por asentarse en su territorio. Las fronteras bizantinas estaban amenazadas por los árabes, en el sur y en el oriente; por los eslavos, en el norte, y por los europeos, en el occidente, con las cruzadas. Para reforzar sus fronteras, el Imperio Bizantino había reorganizado sus ejércitos creando unidades de defensa compuestas por militares que en tiempos de paz se desempeñaban como campesinos. La eficacia de estas unidades aseguró la supervivencia de Bizancio y, además, permitió al emperador contar con una base campesina para hacer frente a las presiones de la aristocracia rural, que amenazaba con disgregar al Estado, como había pasado en Occidente. A diferencia de lo que sucedió en Europa, en Bizancio se logró mantener un Estado centralizado, apoyado por la población de la capital y por los campesinos militares. Sin embargo, se formaron grupos regionales que intentaron controlar al ejército y que compitieron por el poder durante toda la historia bizantina.

De todos los pueblos que presionaban a Bizancio, fueron los europeos quienes lograron conquistar Constantinopla, aunque no a todo el Imperio Bizantino. Desde finales del siglo XI, y con mayor fuerza en el siglo XIII, Europa organizó cuatro grandes avanzadas de peregrinos hacia Oriente para recuperar los lugares santos de Jerusalén, que estaban en poder de los musulmanes. Los primeros cruzados partieron de Europa en 1096 con la intención de recuperar Jerusalén, y lo lograron; los últimos, que zarparon en 1204, se olvidaron de su propósito inicial y se apoderaron de Constantinopla, fundando allí un reino europeo. Los bizantinos, que se habían refugiado en el norte, lograron reconquistar la ciudad en 1261.

Durante el largo siglo que media entre la primera y la cuarta cruzada, los europeos aprendieron mucho de Bizancio: retomaron algunas de sus costumbres, conquistaron sus rutas comerciales y fortalecieron su autoridad sobre el Mediterráneo. Aunque los bizantinos recuperaron Constantinopla en 1261, tuvieron que resistir nuevas presiones: los turcos que venían del norte presionaron hasta conquistar la ciudad en el siglo XV. Durante sus guerras continuas, Bizancio desarrolló estrategias y tecnología militar que fueron aprendidas por la Europa medieval y utilizadas en sus conquistas posteriores.

Después de siglos de lento deterioro, los turcos tomaron Constantinopla en 1453. El impacto para los contemporáneos fue enorme. La ciudad que había reemplazado a Roma y que mantuvo la tradición cultural clásica durante los años más duros de la Edad Media había sido aniquilada. No obstante, para entonces los centros de poder económico y político ya estaban lejos de la vieja Constantinopla y ningún Estado mediterráneo pudo, ni quiso, hacer nada por defenderla.200


Inicio de página