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1.3.4 El Mediterráneo, un espacio común

Hoy en día imaginamos una gran separación entre Europa y África. Imaginamos una blanca y otra negra, una cristiana y otra diversa en sus creencias religiosas. Sin embargo, si miramos un mapa veremos que la costa de África del Norte casi se toca con la costa del sur de España: las separa el estrecho de Gibraltar, que tiene sólo 14.4 kilómetros de longitud en su parte más angosta. En el centro del mar Mediterráneo se encuentran Roma, en el norte, y Túnez, en el sur, donde antaño estuvo Cartago. La costa siciliana está muy cerca. Otra vez, el sur europeo y el norte africano son vecinos sólo separados por un mar, el Mediterráneo, que, a veces, parece un gran lago.

También pensamos que Europa está muy lejos del Medio Oriente, pero si vemos el mapa con cuidado nos daremos cuenta de que, entre Madrid y Roma, existe casi la misma distancia que entre Roma y Jerusalén, ciudades que en las noticias se presentan como distantes. Estas discrepancias geográficas nos demuestran que nuestra manera de percibir los espacios está moldeada por la historia. A partir del siglo VIII, las tres sociedades que se generaron en torno al Mediterráneo tomaron cursos diferentes que las han alejado económica, cultural e ideológicamente. Hoy en día, un europeo común, español o francés, considera que un árabe es el otro; sea marroquí o argelino, se le presenta casi como un enemigo natural. Por el contrario, antes del siglo VIII, el Mediterráneo era un mar interior que unía a los pueblos que habitaban sus costas, pues sus aguas tranquilas favorecían la navegación durante la mayor parte del año. Fernand Braudel, el historiador que mejor conoce el desarrollo de los grupos humanos que se formaron en torno al Mediterráneo, ha demostrado la existencia de una cultura común desde hace muchísimos años; se puede hablar de una historia de larga duración que ha transcurrido sobre ese mar interior.197

El antagonismo manifiesto que caracteriza las actuales relaciones entre Europa y el mundo árabe obedece, en buena medida, a cambios que se originaron en la Edad Media mediterránea, pero que se han potenciado más recientemente. Más allá de la imagen de ruptura, podríamos rastrear elementos de supervivencias profundas, de continuidades visibles en muchas formas de la vida cotidiana, como la bebida y la comida, por ejemplo. Aún hoy se habla de una dieta mediterránea que se basa en los alimentos comunes a los países que tienen costa sobre el mar. Los nutriólogos dicen que la dieta mediterránea está compuesta por aceite de oliva, vino, trigo y pescado, a los que se suman frutas y verduras venidas de otras latitudes pero adoptadas por los países mediterráneos, como el tomate, las patatas, los pimientos y el maíz, originarios de América; el arroz y la naranja, de Asia; y vegetales como alcachofas, berenjenas y espinacas, traídos de Arabia.198 Pero esas continuidades no existieron siempre, son historia; se deben a la suma de los pueblos que han influido sobre esa particular región del mundo. Las influencias no han sido en un solo sentido. Como hemos dicho, la actual dieta mediterránea debe a América muchos de los productos que la componen. Otros ingredientes los trajeron los árabes. El Mediterráneo es, también en este sentido, una historia que nos incumbe a todos.

En resumen, tenemos una amplia geografía donde se asientan, a partir del siglo VIII, tres grandes unidades culturales. Los árabes se extendían desde el oriente del Mediterráneo hasta el sur de la actual Francia, pasando por todo el norte de África. Unido por la religión islámica, el mundo árabe se contrajo después de su impulso inicial, ante el empuje cristiano; terminó por fragmentarse en entidades culturales menores que dieron paso a los Estados árabes que hoy conocemos. El mundo bizantino, encerrado en sí mismo, en torno a Constantinopla, estuvo presionado cada vez más por los pueblos asiáticos, ante los cuales terminó sucumbiendo en 1453. Sin embargo, los romano-bizantinos cristianizaron a los eslavos y extendieron su dominio cultural por todo lo que hoy es Rusia y los territorios aledaños, creando una zona cristiana ortodoxa, que todavía hoy reconoce la influencia bizantina. El noroccidente mediterráneo comenzó a llamarse a sí mismo Europa hacia el siglo VIII de nuestra era, y fue definiéndose, frente al Bizancio ortodoxo, como el Occidente cristiano. Europa occidental estaba formada por diversos reinos germánicos independientes entre sí y muy débiles, que con el tiempo darían paso a las realidades nacionales que forman la Europa actual.


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