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TEMA 1. MÉXICO: UNA HISTORIA Y MUCHAS CULTURAS

INTRODUCCIÓN

Clara Inés Ramírez González | Gibran Bautista y Lugo


México tiene múltiples raíces históricas y culturales. La existencia de las diversas tradiciones indígenas, en particular la mesoamericana, de las herencias africanas y las comunidades afrodescendientes, las distintas influencias regionales y de las nacionalidades del mundo ibérico, así como las historias compartidas con el sudeste asiático y el mundo árabe islámico son elementos para comprender que las sociedades mexicanas actuales resultaron de procesos históricos complejos, generados a partir del siglo XVI, en los que intervinieron grupos humanos de distintas partes del mundo con características culturales propias, quienes se vieron inmersos en los mecanismos de la expansión de la economía europea. Se trata de una historia multicultural y planetaria que trasciende la trama de una pretendida historia local o nacional.

La producción comercial, el trabajo y las migraciones fueron elementos básicos en la construcción del mundo moderno, dieron forma a los procesos de intercambio económico, político y cultural que formaron las actuales sociedades del mundo, incluyendo a las mexicanas.
La tradición mesoamericana se formó como resultado de diversos movimientos migratorios, de nuevas formas de asentamiento humano y de la interacción con el mundo natural, así como de múltiples intercambios culturales, materiales e ideológicos, en un proceso iniciado aproximadamente 4 000 años antes de la toma de México-Tenochtitlan por los españoles.

Millones de hombres y mujeres mesoamericanos se vieron ante grupos de soldados, navegantes y frailes portadores de una tradición cultural que se fraguó en la interacción de las diversas sociedades del mundo mediterráneo, por lo menos desde el siglo v antes de nuestra era. Griegos, romanos, árabes, cartagineses y otros pueblos de todas las márgenes del mar interior amalgamaron sus tradiciones a través de las rutas del comercio, las migraciones y la guerra. Por más de veinte siglos, los habitantes del Mediterráneo y su entorno organizaron su vida con la certeza de que el mundo era sólo su mundo.

La guerra de conquista española comenzada en 1519 desarticuló la organización económica, política y social de las sociedades mesoamericanas. La colonización europea estableció nuevas relaciones sociales de dominación que fueron la base de la sociedad moderna. Asimismo, la introducción de esclavos africanos y del sudeste asiático a través de las rutas comerciales europeas diversificó las bases económicas de la sociedad novohispana y, por lo tanto, sus relaciones sociales cotidianas.

En el mundo mesoamericano, la esclavitud de los indios y su comercialización entre 1521 y 1555 determinaron las primeras migraciones forzadas que formaron parte de la desarticulación económica y social de los señoríos indios, al mismo tiempo que produjeron los primeros intercambios culturales de la nueva sociedad colonial.1

Este proceso se volvió transatlántico y transpacífico en la medida que las empresas novohispanas subordinaron mano de obra esclava traída de otros mundos, del sudeste asiático y sobre todo del África central. La gran mayoría de los hombres y mujeres africanos convertidos en mercancías y obligados a migrar a Nueva España provinieron de un espacio cultural ubicado en el centro del continente africano, heredero de una historia lingüística y cultural común, conocida como bantú, cuyos comienzos se remontan a aproximadamente 1 000 años antes de nuestra era, aunque los primeros grupos humanos datan de 4 000 000 de años antes de nuestra era.

Las invasiones ibéricas sobre África, Asia y América permitieron la incorporación entre 1450 y 1560 de casi 5 000 000 de kilómetros cuadrados de territorios nuevos y por lo menos 50 000 000 de seres humanos a la lógica económica europea.2

La tradición cultural mesoamericana, la fuerza de las tradiciones mediterráneas y la herencia cultural bantú confluyeron en el espacio novohispano, y son el interés de este primer tema. Pero estas tres herencias no fueron las únicas, existe por lo menos otro mundo, el asiático, que también fue parte de esta historia.

Después de la circunnavegación de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián el Cano, en 1521, la monarquía hispánica conquistó las islas al sur del océano Pacífico, bajo la empresa dirigida por Miguel López de Legazpi. La principal adquisición fue Manila, cuya condición de centro político y económico del archipiélago fue aprovechada por los españoles.3

Aunque la monarquía hispánica estableció con los conquistados tratos parecidos a los que se realizaron con los señoríos indios de México, algunos nativos de las islas Filipinas fueron explotados en encomienda y otros traídos como esclavos a Nueva España, a lado de chinos, malayos, indios, samoanos y japoneses. El comercio esclavo que se desarrolló por el Pacífico, aunque fue mucho menos significativo que la trata atlántica, también condujo mano de obra forzada hacia México a través del puerto de San Diego de Acapulco.

Los orígenes del comercio hispano-asiático están vinculados al lugar que ocupaba Manila en el comercio de Oriente. Antes de la conquista hispánica, era un centro de rutas comerciales controlado por los árabes de la región de Zulú, en donde concurrían comerciantes de las más diversas regiones: chinos, japoneses, malayos, portugueses, en busca de las especias pero también de esclavos provenientes de diversas regiones de Asia e Indonesia.

La introducción de los esclavos asiáticos a Nueva España, como en el caso de los africanos, está ligada íntimamente con el comercio. Desde finales del siglo XVI, galeones provenientes de Manila dotaron de diversas mercancías a la sociedad novohispana, entre éstas, los esclavos. Durante el siglo XVIII, esta ruta comercial se convirtió en una fuente de dinamización de la economía novohispana que despertó la atención y la aplicación de medidas restrictivas desde la metrópoli.4

Al final del siglo XVI, el mundo había dejado de ser el viejo mediterráneo donde nació Europa y se convirtió en un mundo planetario.


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