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5.4 LOS VALORES

El infierno

El infierno, del tríptico del carro de heno (fragmento), de Hieronymus Bosch

, 1485–1490.

La característica principal de la existencia humana es poseer una conciencia que, a su vez, le permite darse cuenta de que como existencia libre es capaz de autodeterminarse, es decir, poner a consideración sus alternativas de actuar y, finalmente, decidirse por una de ellas.

 Una de las facultades que se desprende de estas dos características es el acto de valorar. Los humanos constantemente valoramos lo que nos rodea, tanto a otros seres humanos como a los objetos. En este sentido, valorar significaría estimar cualidades positivas o negativas en las personas, en los objetos e, incluso, en las acciones que realizamos. Por ejemplo, valoramos la comida en la medida en que nos alimenta y proporciona los nutrientes necesarios para nuestra vida; pero también la valoramos por su buen o mal sabor. Valoramos el dinero en la medida en que nos sirve para conseguir satisfactores a nuestras necesidades; se valora como buena a una persona que combate las injusticias; valoramos positivamente el hecho de que se asignen bienes materiales y comida a los damnificados de un huracán o un terremoto; valoramos como buenos a los maestros que enseñan la importancia del conocimiento.

Hacemos estas valoraciones por medio de juicios de valor, esto quiere decir que, con expresiones como “¡esta pluma es muy buena, no me ha fallado en años!”, o “¡qué inteligente es esta persona!”, o “¡qué bella es aquella pintura!”, estamos expresando un valor —positivo en estos casos— acerca de un objeto, una persona o una situación.

Para entender mejor un juicio de valor es pertinente distinguirlo de un juicio de hecho, que se expresa en oraciones como: “es de día”, “las letras de este libro son negras” o “Marco Aurelio fue emperador de Roma”. Un juicio de valor se expresa en oraciones como “¡qué pena es que llueva!”, “éste es un buen libro” o “Marco Aurelio fue el más justo de todos los emperadores romanos”. Un juicio de hecho describe un objeto, una persona o una situación, mientras que un juicio de valor lo califica, lo evalúa. El ser humano valora continuamente. Los valores dirigen nuestras actividades y decisiones; con base en ellos decidimos qué objetos comprar, qué alimentos comer, con qué personas relacionarnos y qué acciones llevar a cabo.

Los valores que nosotros mismos construimos (o que heredamos) nos muestran qué es lo bueno y qué es lo malo para nuestra vida, por lo que nos sirven de guía en nuestras elecciones.

Pero los valores no sólo hacen referencia a aquello que es bueno o malo. También los encontramos en otros ámbitos, como el caso del dinero —cuyo valor es ser un medio universal de intercambio—, una obra de arte —que tiene el valor de la belleza— o un libro de historia —con un valor intelectual o académico—. Los valores pueden ser éticos, ya que nos dicen qué es bueno o malo. También hay otro tipo de valores, entre ellos, los epistémicos, que nos enseñan a distinguir lo falso de lo verdadero; los económicos, que nos dan el precio de algún objeto; los religiosos, que determinan qué es lo sagrado y qué lo profano; los tecnológicos, que nos dicen cuándo un objeto es eficiente y cuándo es obsoleto; los estéticos, que nos indican criterios de belleza.

La disciplina filosófica que se encarga del estudio de los valores es la axiología. Esta disciplina se plantea, entre otras preguntas: ¿qué son los valores?, ¿son ideas o cualidades materiales?, ¿el valor es en sí mismo o es creado por el ser humano?

A continuación veremos dos posturas que intentan dar respuesta a estas preguntas. La primera de ellas es el llamado objetivismo de los valores y está representada principalmente por Nicolai Hartmann y Max Scheler; la segunda es el subjetivismo de los valores, defendida por filósofos como Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre.


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