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5.4.1 Objetivismo

El objetivismo se basa en la tesis según la cual los valores son y valen por sí y en sí mismos, es decir, no dependen del sujeto que los valora ni del objeto en que se encuentran. El sujeto únicamente capta esos valores en un objeto al igual que lo hace con otras de sus propiedades como son el tamaño, el color o la flexibilidad. Por su parte, el objeto es valioso porque contiene un valor. De esta manera, obras de arte tan diferentes como el David de Miguel Ángel y una pintura de Jackson Pollock serían igualmente bellas, no por sus características materiales (piedra, tela, colores o forma) ni porque el ser humano así las considere; antes bien, son bellas porque participan del valor ideal de la belleza, que es objetivo y universal.

Esta teoría de los valores tendría su antecedente más lejano en Platón y su doctrina metafísica de las ideas. Para el filósofo griego, conceptos como lo bello y el bien existen de manera ideal, es decir, como entidades inmutables, absolutas e independientemente de cómo se proyecten en las cosas empíricas, temporales y mutables que se encuentran en nuestra experiencia. Así, el objetivista considera que la justicia o la utilidad son valores separados de las cosas que consideramos justas o útiles. Estos valores son ideas superiores que se objetivan, es decir, que se hacen realidad en un objeto, acción o persona, pero éstos no pueden considerarse por sí mismos como justos o útiles. Este valor les es proporcionado por participar de la justicia o la utilidad como valores superiores.

Para entender mejor esta idea quizá sea conveniente hacer la distinción entre valores y bienes. Los valores son ideas que se presentan como absolutas, inmutables e independientes de objetos y personas y, por lo tanto, constituyen un espacio propio de existencia. Por su parte, los bienes son aquellas cosas, acciones o personas reales, empíricas, que consideramos valiosas. Esto significa que algo es un bien en la medida en que es portador de un valor. Los bienes contienen un valor, por ejemplo: un martillo para clavar un clavo, lo útil; una imagen religiosa para ser venerada, lo sagrado; las personas justas, la justicia; las obras de arte, la belleza. Los valores son ideas; los bienes son aquello que participa de un valor.

Un bien es digno de estimación y aprecio mientras participe de un valor positivo, pero la raíz de aquella valoración positiva se encuentra en los valores que son independientes a los bienes y a las personas. Max Scheler, en su libro Ética, lo plantea en los siguientes términos: “Cuando expresamos con razón un valor, no basta nunca querer derivarlo de notas y propiedades que no pertenecen a la misma esfera de los fenómenos de valor […] No tendría sentido preguntar por las propiedades comunes a todas las cosas azules o rojas, pues la única respuesta posible sería decir que son azules o rojas. […] hay auténticas y verdaderas cualidades de valor, que representan un dominio propio de objetos, los cuales tienen sus particulares relaciones y conexiones […] independientes de la existencia de un mundo de bienes, en el cual se manifiestan, e independientes también de las modificaciones y del movimiento que ese mundo de los bienes sufra a través de la historia. Respecto a la experiencia de ese mundo de los bienes, los valores son a priori”.

De esta manera, el objetivismo nos advierte que no debemos confundir la valoración y el valor. La primera se refiere al juicio de valor que podemos emitir sobre un objeto, una acción o una persona; pero el valor es independiente de ella. Sin el valor no sería posible hacer una valoración, si no existiera la belleza, la justicia o lo útil como valores independientes de lo real, sería imposible darnos cuenta de su manifestación en nuestra experiencia.

Para el objetivista no es posible que un objeto sea valioso para una persona y para otra no. En todo caso, si existe alguna discrepancia sobre el valor de algo, ésta se refiere únicamente a los bienes y no al valor en sí mismo. Se podría sostener que un martillo tiene un valor positivo para alguien que necesita clavar un clavo, pero también puede tenerlo para alguien que quiere defenderse de una persona. En ambos casos, el martillo participa de un valor: lo útil.

Para esta teoría, los valores que se encarnan en los objetos son únicos e inmutables. Aunque es cierto que los bienes pueden no desempeñar o participar totalmente de un valor; por ejemplo, la punta de un martillo puede estar muy gastada y se resbale al pegarle al clavo, o el mango tener un defecto que impida utilizar bien el martillo. En este sentido, los bienes pueden ser imperfectos, pero ello no afecta al valor en sí mismo.

En cuanto a su relación con el ser humano, el objetivismo sostiene la independencia de los valores con respecto a toda persona. Los valores existen por sí mismos y no para el sujeto; es decir, el valor existe aunque el sujeto no lo note. Un objeto, una acción o una persona poseen un valor determinado aun cuando nadie lo note; dicho valor no desaparece ni, mucho menos, deja de darle un carácter positivo o negativo al objeto, acción o persona que lo posee. Aun más, el objetivista consideraría que los valores no necesitan siquiera encarnarse en algo o alguien para seguir existiendo: son entidades absolutas e independientes.

Según esta postura, el ser humano se relaciona de diferentes maneras con los valores: los conoce, los produce o los estudia. Estas formas de relación pueden variar históricamente: pueden producirse objetos valiosos de forma manual e individual o en grandes fábricas con miles de obreros; incluso puede ser que en una determinada época o en una determinada cultura un valor no sea apreciado como tal.

Pese a todas estas variaciones y circunstancias, el objetivista está seguro de que los valores no se ven afectados ni en su existencia, ni en su contenido, ni en su realización, pues existen de manera intemporal, absoluta e incondicionada.


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