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4.3.2 Los contextos sociales en los que se desarrolla la ciencia

Para observar las interacciones entre ciencia y sociedad podemos analizar la actividad científica en cuatro tipos de contextos sociales, según lo que propone el filósofo Javier Echeverría: el contexto de educación y difusión, el de investigación e innovación, el de evaluación y el de aplicación. Podemos visualizar escenarios típicos para cada uno de estos contextos: el de educación es el aula o laboratorio de enseñanza, pero también el museo o la revista de divulgación; el de innovación es el laboratorio experimental; el de evaluación es el congreso científico o la revista especializada; el de aplicación, la feria o exposición de alta tecnología, la industria o los medios de comunicación.

La comunidad científica trabaja en estos distintos ámbitos e interactúa con diversos agentes y destinatarios sociales (alumnos, inversionistas y agencias gubernamentales, colegas y academias o asociaciones científicas, tecnólogos, técnicos y usuarios, entre otros). El desarrollo actual de la ciencia depende de la interrelación de estos cuatro contextos sociales que, en conjunto, demarcan y delimitan la eficiencia de las teorías y constituyen la plataforma para el avance del conocimiento científico.

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Contexto de educación y difusión

Un primer ámbito fundamental de interacción entre la sociedad y la ciencia reside en la educación misma de los científicos. Todas las personas de la comunidad científica se forman en un marco institucional (universidades, institutos y centros de investigación) en el cual predomina la ciencia paradigmática. Los paradigmas científicos están plasmados en los libros de texto y en los documentos de constitución de las instituciones y políticas científicas. Estas personas aprenden en estrecho contacto con sus profesores las reglas, los valores y prácticas de un determinado paradigma. Las relaciones jerárquicas entre maestros y discípulos a veces se mantienen durante largo tiempo.

El ámbito educativo es el más propicio para el desarrollo de la ciencia normal, en términos de Kuhn. De hecho, los sistemas de formación de científicos suelen ser más bien rígidos y tradicionalistas: los estudiantes no siempre tienen oportunidad de criticar los paradigmas establecidos, o cambiar muchas de las normas no escritas, o desarrollar al máximo su creatividad teórica. En la etapa de formación pasan por un proceso de aprendizaje muy disciplinado en el que deben seguir de manera puntual las indicaciones de sus maestros. Tienen que observar las reglas, adiestrarse en el uso de los instrumentos paradigmáticos, acostumbrarse a ver los hechos que constituyen los problemas típicos del paradigma. Así que, por lo menos en el contexto educativo, la ciencia dista de ser una búsqueda libre y creativa de la verdad.

Por eso, los procesos de cambio paradigmático tardan mucho más tiempo en asentarse en el ámbito escolar. Los contenidos de ciencia en los programas de enseñanza básica no siempre están actualizados. Los profesores de ciencia que no se encuentran en contacto con las innovaciones y las aplicaciones pueden quedar rezagados. En definitiva, el ámbito académico no es el más innovador de los contextos sociales de la ciencia.

El contexto educativo de la ciencia no se restringe a la formación de nuevos científicos, sino que se extiende a la difusión de una cultura científica general, mediante la educación formal y los medios de comunicación.

 Hoy en día, todos los sistemas educativos públicos en el mundo enseñan conocimientos de diversas ciencias naturales (física, química, biología, etc.), sociales (historia, sociología, psicología, ciencia política) y formales (matemáticas, lógica). Desde los primeros años escolares el alumnado entra en contacto con una cultura científica general. De hecho, la enseñanza obligatoria contiene en su currículo un conjunto de conceptos y competencias científicos que los alumnos deben poseer para avanzar a los niveles superiores de educación.

La difusión del conocimiento científico no tiene sólo fines estrictamente educativos, sino también informativos y recreativos. Uno de esos fines reside en la comunicación de valores de la ciencia. Tanto en la difusión como en la educación, el principal valor científico es la comunicabilidad universal y, derivada de ella, el carácter público y abierto de los descubrimientos científicos. Esto es, la ciencia se muestra como un conocimiento accesible a cualquier ser humano que se proponga aprender, así como un conocimiento de interés público, que no constituya propiedad privada de unos cuantos, ni que sea ocultado para beneficiar o afectar intereses particulares. El conocimiento científico es, entonces, un bien público.

La ciencia ha alcanzado, así, una alta importancia social gracias no sólo a la educación formal (institucional), sino también a la difusión y la divulgación científicas (que en algunos casos puede considerarse una educación no formal). La difusión se realiza gracias a los medios de comunicación masiva (televisión, radio, internet, cine, revistas, diarios), así como mediante los museos, planetarios, zoológicos, acuarios y otras actividades culturales (por ejemplo, visitas a reservas ecológicas).

Es verdad que los medios de comunicación no siempre difunden con la objetividad y claridad deseadas los conocimientos científicos, así como los valores de la cultura científica, pero han contribuido a que la ciencia haya llegado a muchas personas que, de otro modo, no podrían recibir un mínimo de información científica.

Los medios de comunicación y los museos no sólo transmiten conocimientos, sino que también divulgan una “imagen social” de la ciencia; es decir, una determinada valoración social de la actividad científica. En la cultura contemporánea, la ciencia representa no sólo saber, sino que es también una fuente de poder, influencia y prestigio. Quienes se dedican a la ciencia no son personas excéntricas que viven encerradas en su torre de marfil, como mucha gente se los imagina; en la actualidad pueden llegar a ser celebridades, a veces casi héroes nacionales (desde luego que no tan populares como los deportistas o cantantes), y también llegan a ser modelos de virtud moral, como es el caso de Albert Einstein. Sin embargo, muchas personas reconocen la imagen de un científico célebre pero no siempre conocen o comprenden sus aportaciones científicas.

Gracias a esta divulgación vivimos rodeados de mucha información científica. La difusión de la ciencia ha contribuido a modificar nuestras ideas sobre el mundo y la vida. Por ejemplo, la mayoría de las personas que ha recibido educación sabe que la materia está formada por moléculas y átomos, que existen microorganismos (virus y bacterias) que son la causa de muchas enfermedades (como el cólera o el sida), o bien, que la vida ha evolucionado en el planeta y que el ser humano es producto de esa evolución. Asimismo, todas las personas con un mínimo de educación científica deberían comprender que entre los seres humanos no existen diferencias biológicas y genéticas que justifiquen la discriminación, el racismo o la intolerancia.

Contexto de investigación e innovación

En este ámbito —no tan público como el de la difusión— observamos a la comunidad científica en plena actividad. Es en los laboratorios y centros de investigación donde constantemente se realizan experimentos, pruebas y observaciones. Aun en los experimentos más rutinarios pueden generarse innovaciones que conducen a nuevos descubrimientos, al cuestionamiento de los supuestos teóricos de un paradigma, o a importantes aplicaciones tecnológicas.

Los prototipos de máquinas, herramientas e instrumentos diseñados en laboratorio son ejemplos característicos de las innovaciones científicas; pero también lo son las invenciones de nuevas nociones o modelos matemáticos, de nuevos lenguajes y programas informáticos o de teorías que explican de una forma diferente un hecho científico.

Las innovaciones científicas tienen un alto potencial para desencadenar otras innovaciones sociales: por ejemplo, la introducción del lenguaje binario para digitalizar todo tipo de información (visual, auditiva, lingüística); la incorporación del láser, que tiene múltiples aplicaciones en la industria y en la medicina; la innovación del uso de antibióticos, sin los cuales no habría aumentado la duración promedio de la vida; la utilización de las pruebas de ADN en el sistema judicial, con las que se puede descubrir y probar un crimen.

En este contexto, la ciencia es más productiva y menos reproductiva que en el contexto educativo. Éste es el ámbito por excelencia de la ciencia extraordinaria y, a veces, revolucionaria. En dicho ámbito podemos observar a la ciencia plenamente instrumentalizada, es decir, dotada de un conjunto de artefactos y herramientas para modelar y estudiar fenómenos naturales.

En el ámbito de investigación e innovación, los científicos interactúan con otros agentes sociales interesados en los resultados de la ciencia. Pueden ser los organismos e instituciones públicas que financian las investigaciones, o bien, los inversionistas privados que tienen intereses en desarrollar conocimientos científicos de aplicación tecnológica. Por ejemplo, el Proyecto Genoma Humano, diseñado para secuenciar todos los genes de la especie humana, se dividió en dos sectores: un proyecto público en el que participaron varios países, y un proyecto privado financiado por unas cuantas empresas. Ambos llegaron a los mismos resultados más o menos al mismo tiempo.

Se relacionan con la ciencia otras instituciones sociales, como los parlamentos, agencias gubernamentales o el sistema jurídico, los cuales acuden a la comunidad científica para solicitar su opinión experta en la resolución de algunos problemas o proporcionar información que oriente una adecuada decisión política o jurídica. Por ejemplo, para legislar sobre nuevos productos como los transgénicos o diseñar políticas públicas de salud para evitar epidemias.

Sin embargo, el desarrollo de innovaciones científicas no está dominado sólo por intereses puros de conocimiento, sino que entran en juego otros factores y actores sociales cuando se debe determinar qué se investiga y cómo, y qué tipo de proyectos tiene prioridad.

Lo que se ha observado en los últimos años es que, cada vez más, la investigación científica está financiada con recursos privados. Es por ello que esas investigaciones responden a los intereses comerciales de los inversionistas e implican, de algún modo, la privatización del conocimiento generado, por vía de las patentes de las innovaciones que se realicen. Una patente es un derecho de propiedad sobre una innovación científica o técnica concedido por un Estado a su inventor, que impide que cualquiera pueda usarla sin pagar los derechos correspondientes al propietario. Las patentes de invención protegen el derecho exclusivo a fabricar, producir, utilizar o comercializar el objeto de la patente. Tienen un periodo de vigencia variable, después del cual esa innovación pasa al dominio público.

En otros casos, como las investigaciones en tecnología bélica, son los gobiernos más poderosos del mundo los interesados en financiar y apoyar este tipo de investigación en países democráticos en donde quizá la mayoría de la población rechaza la guerra. Así pues, la ciencia pierde su carácter universal y público en el contexto de innovación, pues sus producciones se convierten en propiedad intelectual y en mercancía patentable.


Contexto de evaluación y valoración

El contexto de evaluación es el ámbito en el que se justifican y se validan las teorías e innovaciones científicas, y en el cual adquieren relevancia social por sus implicaciones epistémicas y sus posibles aplicaciones prácticas. Los descubrimientos de la ciencia consiguen legitimidad mediante la evaluación que la propia comunidad científica lleva a cabo.

Los congresos científicos y las revistas especializadas fungen como entidades de evaluación para validar las teorías o descubrimientos científicos. También constituyen un referente de autoridad para la sociedad entera. Si una teoría científica se publica, por ejemplo, en alguna de las dos más importantes revistas científicas (Nature o Science), adquiere validez casi asegurada. Tal fue el caso de la clonación de embriones, por un equipo científico coreano, que después resultó ser falsa.

¿Qué factores intervienen para que una teoría científica conquiste esta legitimidad no sólo entre la comunidad científica, sino en la sociedad en general? Un conjunto de valores epistémicos es decisivo para evaluar una innovación científica: la capacidad explicativa y predictiva de una teoría, su coherencia y consistencia, la capacidad para producir artefactos o instrumentos, para medir los fenómenos que predice la teoría, así como para resolver problemas surgidos de las anteriores teorías. Pero también inciden valores de tipo técnico, pues la sociedad está interesada en las aplicaciones de las teorías: así, éstas se justifican también por su utilidad y su transformación en aplicaciones tecnológicas.

Finalmente, muchas de las innovaciones científicas (principalmente las de aplicación tecnológica) están destinadas a los usuarios. Es la opinión pública y el uso generalizado lo que refrenda una innovación científica y le proporciona validez social.

De modo similar al contexto de innovación, en el de evaluación participa una diversidad de agentes sociales que valora la ciencia desde distintas perspectivas: la comunidad científica misma, los gobiernos, las empresas, los organismos ciudadanos (como los grupos ecologistas).

Podemos observar que, a diferencia de lo que planteaba la concepción heredada sobre la ciencia, una teoría científica adquiere validez en un amplio contexto social en el que no sólo interviene la comunidad científica, sino también otros agentes sociales con sus propias perspectivas y valores.

En este ámbito, la comunidad científica también requiere de habilidades para convencer a los demás miembros de la sociedad (no sólo a sus colegas) de la validez de sus teorías, así como de la importancia o de las repercusiones prácticas de sus investigaciones. El convencimiento implica que la sociedad acepte nuevas formas de ver las cosas, y que también modifique y corrija concepciones tradicionales, por lo que es de esperarse que algunos sectores de la sociedad reaccionen y se resistan a aceptar alguna teoría científica, como ha sido el caso de los que niegan la validez de la teoría de la evolución.


Contexto de aplicación

La ciencia no sólo prueba sus afirmaciones con demostraciones teóricas (razonamientos y pruebas empíricas), sino también con aplicaciones tecnológicas. Las teorías científicas constituyen herramientas mentales para diseñar y construir diversos artefactos: instrumentos, máquinas y dispositivos tecnológicos para actuar e intervenir sobre las cosas. Por ello, la sociedad actual está mucho más atenta a los resultados de las investigaciones científicas y evalúa la ciencia no sólo en tanto mero producto teórico (en tanto saber), sino por sus implicaciones prácticas, pues la investigación científica contemporánea está, en gran medida, asociada con el desarrollo de innovaciones tecnológicas; por ejemplo, las aplicaciones que se desprenden de la investigación sobre el genoma humano y, en general, de las ciencias de la vida.

Normalmente concebimos a la ciencia como un conjunto de teorías que tratan de describir cómo es el mundo; sin embargo, las teorías científicas no son sólo contemplativas, también transforman el mundo al aplicarlas, en primer lugar, porque alteran nuestras ideas sobre la realidad, cambian la forma en que pensamos las cosas, las apreciamos y las vemos, modifican valores y costumbres, revolucionan la imagen que nos hacemos de lo que nos rodea. Éste es el gran influjo de teorías como la de la evolución, la genómica o la astronomía. En segundo lugar, porque la ciencia participa en la fabricación de instrumentos y gran cantidad de artefactos que transforman la realidad en la que vivimos.

En el contexto de aplicación, la ciencia se vincula con la tecnología y forma un nuevo entramado denominado tecnociencia, que constituye el siguiente tema. Aquí las producciones de la ciencia adquieren otro valor, ya no únicamente epistémico, sino pragmático, es decir, vinculado con la fabricación y uso de objetos y artefactos. En el ámbito social de la aplicación del conocimiento científico, interesa más la utilidad de las teorías, modelos, simulaciones, artefactos prototípicos; también, su eficacia y capacidad para transformar o intervenir en objetos concretos, así como su rentabilidad económica. La ciencia se convierte, entonces, en una parte de la producción tecnológica, por ejemplo, el caso de las teorías electromagnéticas para la industria de tecnologías electrónicas.

De este modo, a la cultura científica general que hemos analizado se agrega una nueva dimensión de cultura tecnocientífica, en la cual están más interesados muchos agentes sociales (desde los inversionistas hasta los usuarios). Es frecuente, por lo tanto, que causen más expectación e interés las innovaciones tecnocientíficas (los videojuegos y simuladores de realidad virtual, el iPod, los celulares multifuncionales, los procedimientos médicos con cirugía láser o rayos gamma) que las innovaciones científicas que no están ligadas a determinados desarrollos tecnocientíficos, como las teorías paleontológicas y subatómicas sobre el origen del universo.


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