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4.3.3 Responsabilidades de los(as) científicos(as) y de las instituciones

La imagen usual de la ciencia ha conllevado una concepción tradicional de la relación entre ciencia, tecnología y sociedad. Esta imagen tradicional sostiene que la ciencia descubre hechos y produce conocimientos, mientras que la tecnología los aplica e inventa artefactos y, de ese modo, se produce un progreso material constante e ilimitado para toda la humanidad.

Según esta imagen convencional, con tal de lograr el mayor beneficio social, la investigación científica no debe tener ninguna restricción porque es neutra y desinteresada; los criterios de honestidad y veracidad son suficientes para la autorregulación de la comunidad científica. Aunado a ello se piensa que la ciencia tiene autoridad para, conjuntamente con la tecnología, resolver la mayoría de los problemas sociales.

Sin embargo, un hecho que cuestiona la neutralidad de la ciencia y de la tecnología es que la ciencia actual ya no cumple la función de extender sus beneficios de manera equitativa a todos los ciudadanos (como parecía que podía hacerlo en un principio), sino que tiende a favorecer cada vez más las desigualdades sociales existentes. Sólo las personas con mayor poder de compra tienen acceso a los beneficios directos de las innovaciones tecnocientíficas, como es el desigual acceso a las tecnologías médicas y a los fármacos de nueva generación.

Por otra parte, es frecuente que los medios de comunicación sobrevaloren los logros científicos y exageren las noticias de los descubrimientos. Ello se debe, en parte, a que los científicos y las instituciones de la ciencia deben promover y publicitar sus proyectos para contar con financiamiento y prestigio. Esta lucha por la obtención de fondos y la fuerte competencia internacional ha hecho que algunos científicos simulen sus resultados; de hecho, en los últimos años han aumentado los escándalos de fraudes científicos. El escándalo más reciente —si bien ha sido una excepción— fue el del científico coreano Hwang Woo-Suk, quien engañó a todo el mundo publicando en la prestigiada revista Science que había logrado clonar embriones humanos. Se descubrió que todos los datos y resultados fueron falseados. Hwang había recibido millones de dólares de subvención del gobierno coreano y estaba a punto de abrir un Centro Mundial de Clonación Humana que se convertiría en un negocio multimillonario, lo cual alentó las expectativas de curación de muchas personas que confían en esta innovación de tecnología médica.

En todas las ramas del conocimiento, las instituciones científicas (así como los individuos que hacen ciencia) se enfrentan a problemas y dilemas ético-políticos, además de los problemas epistémicos y teóricos. Es por ello que la cuestión de la responsabilidad de la comunidad científica se ha vuelto crucial. Cada miembro debe ser visto como un agente social cuyas investigaciones implican responsabilidades sociales de una magnitud mayor.

En respuesta a esta situación compleja y crítica para la ciencia, se ha comenzado a plantear en foros internacionales —como el que organizó la Unesco en Budapest en 1999— la necesidad de un nuevo contrato social para la ciencia y la tecnología (Declaración de Budapest sobre la ciencia y el uso del saber científico). La idea de un “contrato social” implica un pacto político para modificar la forma en que se hace ciencia, los fines a que se destina y la manera en que la sociedad está al tanto de los resultados científicos para poder distribuir los posibles beneficios de un modo más equitativo. Así pues, se propuso en dicho foro una nueva forma de regular la investigación para evitar los efectos negativos y redirigir los resultados de la ciencia y la tecnología en el mayor beneficio de la humanidad.

En este sentido, los científicos deben ser muy precavidos para evitar sobrevalorar los resultados de su investigación y crear falsas expectativas (sobre todo, en el campo de la tecnología médica y farmacéutica). Además, la comunidad científica debe asumir las consecuencias por sus pareceres y acciones, puesto que la sociedad actual valora altamente su opinión experta y espera de ella una conducta éticamente adecuada.

La responsabilidad ética de la ciencia va más allá del hecho de no falsear sus datos, no engañar o plagiar información; aún más, la responsabilidad de la ciencia, en tanto que posee conocimientos especializados que los demás no pueden obtener, consiste en advertir de los riesgos y problemas ambientales y de salud, así como en contribuir a encontrar soluciones que sean compatibles con los valores democráticos, de protección de los derechos humanos y de desarrollo sostenible para la mayoría de la población. Estas responsabilidades corresponden sobre todo a las instituciones científicas, aunque no solamente, también a los estados y organismos internacionales.

La idea de que la ciencia es neutra e indiferente a los valores éticos e intereses sociales no tiene hoy en día ningún sustento. Las instituciones científicas son corresponsables, junto con las instituciones políticas —y con todos los ciudadanos—, de asegurar un adecuado desarrollo humano compatible con el bienestar de todas las formas de vida que habitan la Tierra. 


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