La filosofía de la ciencia de las últimas décadas se ha propuesto la tarea de criticar y superar los supuestos que acabamos de enlistar; ha puesto más atención en la ciencia como actividad que en sus productos finales (las leyes y teorías). Para ella, el contexto social, cultural e histórico en el que se desarrolla la ciencia tiene mucha relevancia. Por eso, ahora no se concibe a la ciencia sólo como un conjunto de teorías verificadas, sino como una actividad socialmente estructurada de búsqueda de conocimiento, que forma parte de un contexto histórico y cultural.
Contrastemos ahora los supuestos de la imagen heredada de la ciencia con las tesis principales de la concepción actual. A diferencia de la concepción heredada, la imagen actual de la ciencia se basa en otros supuestos:
Por ejemplo, si observamos por un microscopio un conjunto de microorganismos, puede suceder que la mayoría de nosotros sólo vea manchas en movimiento; en cambio, un científico entrenado sabrá “ver” determinados microbios o bacterias, y podrá reconocerlos. Pero, con seguridad, antes él también veía algo similar a lo que nosotros vemos, porque sólo después de que estudió y asimiló la teoría, y vio fotografías de esos microorganismos en los libros de texto, pudo comenzar a reconocer las formas que observaba en el microscopio.
Su visión de las cosas cambió porque comenzó a estar informado teóricamente. Ahora reconoce con facilidad distintos tipos de microorganismos con una sola mirada, mientras que aquellos que no tengan la misma instrucción sólo seguirán viendo manchitas. Por tanto, la observación empírica no es lo opuesto de una visión teórica: ambas están entrelazadas en la ciencia. Los hechos científicos son el resultado de la observación guiada teóricamente.
¿Cómo se construyen entonces los hechos que la ciencia observa y estudia? Los hechos no están dados, sino que los conformamos, los construimos en interacción con los demás, mediante nuestras teorías, hipótesis y observaciones dirigidas por estas mismas teorías. Un hecho científico tiene sentido sólo desde el marco teórico que lo constituye.
Los conceptos científicos pueden tener como fin clasificar objetos y entidades, comparar sus relaciones o medir de algún modo sus dimensiones físicas. Muchas ciencias utilizan el lenguaje matemático para expresar y calcular las mediciones y relaciones entre los objetos que estudian. Con este sistema de conceptos, la ciencia se propone explicar la realidad, predecir y calcular algunos fenómenos para controlarlos o manipularlos.
Todas las ciencias han pasado por una evolución que va de conceptos meramente clasificatorios a conceptos métricos. La traducción de la realidad a lenguaje matemático (el proceso de matematización de la ciencia) ha hecho posible operaciones virtuales, predicciones, así como encontrar nuevas relaciones entre los objetos. Si los resultados son exitosos, esas operaciones matemáticas pueden redirigirse al campo de la experimentación para realizar operaciones con los objetos reales. Por ejemplo, pensemos si sería posible enviar al espacio un transbordador sin cálculos matemáticos previos.
La explicación científica es nomológica-deductiva porque se realiza a partir de leyes (nomos significa “ley” en griego), y es deductiva porque procede por ese método de inferencia, es decir, va de lo general a lo particular. Las teorías son hipótesis fundadas que han sido aceptadas por la comunidad de investigadores. Las leyes son teorías fundamentales que permiten, a su vez, deducir o explicar otras teorías, y no directamente los fenómenos. Las leyes constituyen también reglas para la práctica científica y tecnológica: delimitan lo que es posible hacer y lo que no; lo que puede suceder y lo que no. Por ejemplo, las leyes de la gravedad delimitan cómo construir el transbordador espacial que se enviará al espacio.
En la experimentación, el sujeto interviene y manipula fenómenos y objetos naturales, lo cual puede implicar riesgos y peligros desconocidos en la medida en que la alteración de los procesos naturales puede provocar algunos daños.
Asimismo, en el campo de la experimentación, esencial a cualquier ciencia empírica, se produce una vinculación cada vez más directa con las aplicaciones e innovaciones tecnológicas. La experimentación es la parte activa e interventora de la ciencia, ya no es puramente contemplativa: interviene, altera y modifica los fenómenos en condiciones más o menos controladas.
En la experimentación, las operaciones abstractas (matematizadas) cobran otra dimensión mediante los instrumentos y máquinas que utilizan los científicos. En muchas ocasiones, las leyes y las teorías se van formulando en el laboratorio, en pleno proceso experimental, y no como resultado de una prueba empírica posterior a la formulación teórica. Una experimentación sin teoría previa sería ciega, y una teoría sin experimentación permanece sólo como una conjetura.
Es decir, la ciencia se propone dar explicaciones causales de los fenómenos de la naturaleza, pero también se plantea predecirlos, establecer leyes que señalen lo que es posible y lo que no. La ciencia adquiere también fines de utilidad práctica al intentar diseñar artefactos para intervenir en el mundo. De este modo, los fines de la ciencia no sólo son la explicación y la predicción rigurosa, racional y sistemática, sino también la intervención y la manipulación del mundo. Pensemos, como ejemplo, en la producción de materiales y sustancias sintéticas que lleva a cabo la química.
La filosofía de la ciencia se ha interesado en los últimos años en la práctica efectiva de los científicos, cómo y por qué toman determinadas decisiones, y qué hace que la comunidad Científica acepte o no alguna teoría. Asimismo, se propone indagar las funciones que cumplen las instituciones científicas en la validación y difusión de las teorías. Por otro lado, si la ciencia es una actividad que no sólo contempla el mundo, también debe estudiarse cómo interviene en él.