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3.4.1 El lenguaje como espejo

Si colocamos un espejo frente a la mesa de nuestra habitación notaremos que refleja fielmente cada una de las cosas que están frente a él. Si en la habitación hay tres jarrones, el espejo reflejará tres jarrones; si hay dos libros reflejará dos libros, y así sucesivamente. Es decir, a cada una de las cosas existentes en el mundo le corresponderá una imagen en el espejo.

Hay una concepción del lenguaje que ha tomado este modelo del espejo para explicar cómo se relacionan las palabras con las cosas del mundo. Así, como vemos una relación directa, de uno a uno, entre el objeto y la imagen reflejada, existe también una relación de correspondencia entre las palabras y las cosas del mundo.

Volviendo al ejemplo del espejo, quizá podríamos decir que no siempre ocurre así. Si el espejo está sucio o roto, esto provoca que la imagen reflejada sea borrosa o que muestre varias imágenes distorsionadas de la cosa, como cuando el espejo está astillado y cada uno de los pedazos funciona como si fuera un pequeño espejo independiente. En principio, si limpiamos el espejo o lo reparamos, entonces seríamos capaces de comprobar que vemos una correspondencia plena entre objeto e imagen.

Algo similar ocurre con el lenguaje. Frecuentemente nos equivocamos en el uso de las palabras, no entendemos lo que los otros nos quieren decir o el significado de sus palabras nos parece oscuro y hasta con un doble sentido. ¿Cómo evitar esa confusión? Revisando nuestro lenguaje para quitarle los elementos que pertenecen a la cultura en la que se usa, la manera de hablar de la persona que lo emplea, los distintos significados que ha adquirido una palabra a lo largo del tiempo y que la costumbre ha vuelto perfectamente normales. Como si limpiáramos un espejo para que las palabras correspondan directamente a una sola cosa sin que haya lugar para otros significados posibles.

Esta correspondencia permitiría hacer posible el sueño de la Torre de Babel. A pesar de que en nuestra vida cotidiana empleamos lenguajes distintos, o incluso palabras diferentes para referirnos a la misma cosa, en principio existiría la posibilidad de crear un lenguaje perfecto que se elevara por encima de todos los demás lenguajes particulares y que permitiera entenderse sin confusión alguna.

¿Es esto posible? Muchos filósofos han pensado que sí. Por ejemplo, Platón, a quien ya mencionamos anteriormente. En La República, uno de sus diálogos más conocidos, sostuvo que a las cosas que poseen el mismo nombre les corresponde una misma forma; es decir, un mismo conjunto de propiedades fundamentales que las distinguen de todas las demás. Por ejemplo, empleamos la palabra “perro” para referirnos a animales muy diferentes: pastor alemán, chihuahueño, bulldog y otros. ¿Por qué nos referimos a ellos con la misma palabra si sus tamaños, colores y temperamentos son tan diferentes? La sugerencia de Platón es que utilizamos la misma palabra (“perro”) para referirnos a ellos porque, a pesar de las diferencias superficiales, comparten un mismo conjunto de características básicas que los distinguen de otros animales, como los gatos.

Si seguimos esta idea a partir de las sugerencias de Aristóteles, quien fue uno de los principales discípulos de Platón, y volviendo al ejemplo de la palabra “perro”, podríamos decir que las diferencias de tamaño o de carácter entre ellos son sólo accidentes; es decir, características menores que se añaden a los rasgos principales que definen lo que el perro es (como el hecho de tener cierto tipo de patas y de dientes), y que están presentes en cualquier perro. El conjunto de estas características básicas que siempre vamos a encontrar en cualquier individuo es la sustancia.

Al recordar las clases de español que tomamos en la primaria, esto no tendría que ser difícil, pues nos han dicho que los sustantivos se refieren a los sujetos de la oración (pluma, elefante, lentes, etc.) de los cuales se predican cosas. Es decir, cada sustantivo expresa una sustancia, el conjunto de características esenciales que definen lo que un objeto es.

Si pudiéramos eliminar los accidentes de las palabras que utilizamos, de la misma manera que separamos las piedras de los frijoles antes de cocerlos, entonces nuestro uso del lenguaje sería tan fluido y sin sobresaltos como comerse unos frijoles perfectamente limpios, pues habría una correspondencia perfecta entre las principales formas que adopta la realidad y las palabras mediante las cuales nos referimos a esa realidad.

Si esta idea del lenguaje como espejo es complicada o extraña, tal vez la manera en que la expuso San Agustín pueda ayudarnos, pues él muestra lo cercana que está la idea del espejo a la comprensión que nuestro sentido común tiene del funcionamiento del lenguaje. Esta idea está presente en la obra de San Agustín Las confesiones. En el lenguaje, las palabras se refieren a objetos. Si digo “perro” puedo señalar al animal llamado perro; si alguien me pregunta qué es una silla, puedo señalar el mueble que recibe el nombre “silla”; y así podríamos continuar con otros ejemplos del mismo tipo. El punto importante es lo clara y natural que parece esta manera de entender el lenguaje: las palabras que utilizamos son un reflejo del mundo porque cada una de ellas señala un objeto particular y determinado. El significado de una palabra depende de la referencia al objeto que señala; por ejemplo, el significado de “mesa” es el objeto-mesa.

Más aún, podemos darnos cuenta de lo enraizada que se encuentra esta idea del lenguaje en nuestro sentido común si revisamos la manera en la que se suele enseñar un idioma extranjero. Los libros de texto para aprender inglés, francés o algún otro idioma, nos muestran imágenes en las cuales aparecen objetos y situaciones de la vida diaria, y aparecen recuadros que señalan los nombres que tienen en ese otro idioma los objetos que nos resultan familiares. Como si a cada objeto o a cada acción le correspondiera una sola palabra que expresara su significado, por lo que basta con aprender esas palabras para manejar correctamente el idioma que venga al caso. Si seguimos esta sugerencia, el lenguaje sería como un enorme diccionario en el que cada palabra tendría un significado preciso que se obtiene a partir de la identificación del objeto al que se refiere.


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