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TEMA 3. LENGUAJE

Jorge Armando Reyes Escobar


Sin título, de Cora Kelley Ward, 1960. CC BY-SA 3.0

3.1 INTRODUCCIÓN


En este capítulo se verá cómo el uso cotidiano del lenguaje trae consigo problemas y paradojas que influyen en nuestra comprensión de conceptos tales como la verdad, la racionalidad, la capacidad para entender a miembros de otras culturas, así como la imagen que nos formamos de nosotros mismos.

El lenguaje nos parece algo sumamente común y corriente, como una de tantas capacidades que utilizamos a diario. Y suele considerarse que al momento de plantearnos un problema o un tema filosófico, lo realmente importante es cómo lo pensamos, la imagen que tenemos de él en nuestra mente; como si la forma que adquiere en el lenguaje viniera después.

Sin embargo, si se consideran con cuidado los procesos que aparecen cuando pensamos un tema o un problema de manera concreta, se advertirá que difícilmente podemos examinarlo usando únicamente imágenes y sensaciones, pues tarde o temprano tendrá que recurrirse al significado para clarificar el tema ante nosotros mismos y ante los demás. Por ello, veremos cómo la relación entre pensamiento y lenguaje es más complicada de lo que se suele asumir.

¿Primero conocemos las cosas y después las nombramos? Cuando reflexionamos acerca de un tema o problema concreto, ¿aparece el lenguaje? De ser así, ¿qué papel desempeña? ¿Hasta qué punto el lenguaje condiciona el pensamiento?

Cotidianamente calificamos de racionales o irracionales a ciertas creencias o individuos, pero en pocas ocasiones nos preguntamos por los criterios con base en los cuales atribuimos racionalidad e irracionalidad. El análisis de la formación de estos criterios permitirá esclarecer por qué damos por sentado que nuestros juicios acerca de la racionalidad pueden ser, al menos, comprendidos por sujetos cuyas circunstancias son distintas a la nuestra.

¿Hay un lenguaje que sea más “verdadero” o “correcto” que otro? ¿Hasta qué punto el lenguaje depende de las formas de vida constituidas por la tradición y la costumbre? Si realmente ocurre así, ¿con base en qué podríamos criticar como irracionales otras formas de vida? ¿Cómo responder a la pregunta “quién soy yo”?

Frente a la idea de una identidad inmóvil, defendida por una larga tradición filosófica —de la cual sólo tomaremos como modelo al estoicismo—, se verá, a manera de contraste, que la identidad no es una cosa sólida y de contornos bien definidos, sino una narración cuyos límites y contenidos dependen de las descripciones que hagamos de nuestras acciones y creencias, así como, al mismo tiempo, de la manera en la que los otros entienden, aceptan, critican o rechazan esas descripciones.

Después de leer este capítulo esperamos que se pueda reconocer la importancia del ámbito lingüístico y tomar conciencia de que los conceptos y las acciones, que creemos claros e indiscutibles, pueden no serlo y que requerirán de acuerdos mínimos que obedecen a ciertas formas de vida. 


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