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2.2.3 De lo oral a lo escrito. Una revolución del conocimiento

Con la generalización del libro y la aparición de internet, los seres humanos tuvieron la sensación de entrar en nuevas épocas del saber y han experimentado agudamente la necesidad de encontrar criterios para orientarse en el nuevo maremagnum del conocimiento. No sólo con la imprenta y la red ocurrió esto. Con seguridad, la primera vez que la humanidad se sintió sacudida y desorientada por la gran cantidad de cosas que de pronto se dio cuenta que sabía fue cuando aconteció uno de los saltos culturales más importantes para el desarrollo de las civilizaciones, a saber, el perfeccionamiento de la escritura.

Si la aparición del ser humano en la Tierra, tal como lo conocemos —el homo sapiens sapiens—, data de hace más de setenta mil años, es apenas hace menos de diez mil que los seres humanos descubrieron y desarrollaron de manera suficiente la capacidad para dejar grabadas, a través de marcas hechas en materiales diversos (por medio de un sistema de signos), las creaciones de su pensamiento.

¿Es posible imaginar la revolución cultural, humana, existencial, que significó plasmar en papel los saberes —poemas, técnicas, historias de los orígenes de cada pueblo— que hasta entonces se transmitían de manera oral, aprendiéndolas los hijos “de generación en generación”? El método de aprenderse las historias y relatarlas a las siguientes generaciones parece ahora frágil y poco confiable. Sin embargo, fue de una eficacia sorprendente si consideramos que, haciéndolo así, la humanidad pudo sobrevivir durante miles de años, y aún en la actualidad muchas culturas aisladas o sometidas a persecución han logrado conservarse en las condiciones más difíciles gracias a esa vieja fórmula. Ray Bradbury, un escritor de ciencia ficción, escribió incluso una novela titulada Fahrenheit 451, en la que reflexiona acerca de cómo esa forma de guardar y transmitir conocimientos —aprenderlos de memoria y contarlos— podría ser la salvación de la humanidad no sólo en el pasado, sino también en el futuro.

En algún momento de su historia los seres humanos comenzaron a escribir. Descubrieron entonces, como hemos venido diciendo, que sabían mucho más de lo que se imaginaban. Se vieron en la necesidad de organizar sus nuevas bibliotecas, determinar qué saberes eran verdaderos y cuáles falsos, y qué jerarquía debía existir entre las cosas conocidas. Es muy importante observar que este empeño sistematizador y organizador no consistió sólo en un afán de poner orden.

Además, la escritura trajo consigo una actitud diferente hacia los saberes heredados, y, de hecho, dio nacimiento a una experiencia nueva del mundo. Cuando se tenían que memorizar las cosas para transmitirlas a los que nacieran después, la actitud que había que mantener ante las historias contadas era de total respeto, en el sentido de no cambiarles absolutamente nada. Ser responsable (en aquel momento) con los seres humanos que habían vivido antes implicaba conservar y transmitir el saber recibido sin cambiarle ni una coma. Por eso las narraciones de los tiempos antiguos fueron veneradas, se les rendía culto y se ponían en una situación de adoración para que nadie se atreviera a modificarlas. Era lo correcto entonces, porque hacer transformaciones al saber recibido hubiera sido lo mismo que perderlo.

Cuando se estableció la escritura y los viejos saberes se grabaron en la materia, una nueva manera de experimentar el mundo surgió para el ser humano: nació el pensamiento crítico. Porque una vez guardado en el papel, preservado materialmente, existiendo independientemente de la mente de cada uno, el conocimiento pudo ser criticado, evaluado, transformado. Si se quería, se le podía venerar y adorar como antes, pero también se podía cuestionar su contenido, su forma, sus finalidades. Los seres humanos (si no todos, algunos) podían ahora reunirse y discutir sobre lo que decían las narraciones respecto del origen de sus pueblos y las recomendaciones ancestrales acerca de cómo vivir. Incluso algunos comenzaron a preguntarse si las historias recibidas —que ahora estaban ante los ojos— eran conocimientos verdaderos o no.

Habría que imaginar la complejidad de ese momento. Por una parte, al ver los saberes escritos, sentir que se tenía conocimiento de muchísimas cosas, tantas que ya no podían orientarse en ese océano. Al mismo tiempo, sin embargo, comenzaron a darse cuenta de que mucho del saber que se tenía, de las historias heredadas, decían cosas extrañas, raras, no adecuadas a su presente, y ello no sólo en cuanto al contenido, sino también en cuanto a la forma: ¿por qué, por ejemplo, las viejas narraciones estaban todas en verso? En fin, sospechar de pronto que lo que se había recibido no siempre era verdadero y que tal vez habría que comenzar a conocer casi desde cero… ¡Qué complicado! ¡Cuántas oscilaciones! Pensándolo bien, ¿no es la situación actual, en el umbral de la sociedad del conocimiento, muy similar a esta que venimos comentando?


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