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1.4.1 Las falacias

El beso

El beso, de Gustav Klimt, 1907-1908.

Las falacias suelen dividirse en formales e informales. Las primeras se denominan así porque son errores en la forma del argumento; en este sentido, cualquier argumento inválido o que falla en la aceptabilidad de su estructura puede considerarse como una falacia. En cambio, las falacias informales son aquellas cuyos errores no radican en la forma o estructura del argumento, sino en el contenido y en su relación con el contexto. Éstas se clasifican en dos grupos: falacias de irrelevancia y falacias de ambigüedad.

Las falacias de irrelevancia también se conocen como falacias de inatinencia o de no pertinencia, lo que enfatiza la idea de que el error radica en que las premisas no son adecuadas para afirmar la verdad de la conclusión, es decir, no ofrecen un fundamento sólido para inferir esta última. A continuación revisaremos algunos ejemplos de estas falacias.

En una charla con un amigo o compañero de trabajo escuchamos la afirmación: “Luis dice que deberíamos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente, pero claro que eso es falso.” Seguramente tendremos la curiosidad de saber las razones que sustentan esta afirmación y cuestionaríamos a dicha persona, a lo cual puede responder: “Pues Luis sólo nos lo dice porque él vende ese tipo de productos; es obvio que quiere que le compremos su mercancía.” Tal vez éste pueda parecer un buen argumento a simple vista, pero analizándolo con detenimiento advertimos que hay algo que no es lógico: ¿hay una relación lógica entre el hecho de que Luis venda bolsas ecológicas y que por eso sea falso que el uso de estos productos proteja el medio ambiente, es decir, que sea falso lo que afirma Luis? Éste no es un ejemplo de un buen argumento; sin embargo, tal vez no alcancemos a precisar la razón de por qué no lo es. Si no podemos hacerlo, entonces tampoco podríamos refutar a la persona que lo sostiene.

La lógica —y concretamente el conocimiento de las falacias— es útil en este tipo de situaciones, ya que nos permite explicar con claridad en qué consiste el error de este argumento. Una falacia es un argumento, esto significa que tiene premisas y conclusión; para poder explicar el error argumentativo en cuestión es necesario tener claro qué partes del argumento juegan cada una de estas funciones. Procedamos, pues, a ubicar estos elementos. Para ello recordemos el argumento:

Luis dice que deberíamos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente, pero claro que eso es falso, pues sólo nos lo dice porque él vende ese tipo de productos; es obvio que quiere que le compremos su mercancía.

Si detectamos primero la conclusión será más fácil reconocer después las premisas, es decir, las razones que la apoyan. A veces puede ser difícil localizar la conclusión; si esto es así, podemos preguntarnos: ¿qué tesis o proposición se quiere defender? La respuesta a esta pregunta nos dará como resultado la conclusión. Para descubrir cuáles son la o las premisas podemos preguntarnos: ¿qué razones apoyan a la conclusión? Dado que el lenguaje argumentativo frecuentemente está mezclado con otro tipo de funciones del lenguaje, es importante eliminar aquellas partes del argumento que no cumplen una función dentro de las premisas o de la conclusión, de tal forma que cada una de las proposiciones que conforman el argumento que den lo más “limpias” posibles. Hecho lo anterior tendríamos los siguientes elementos:

Conclusión: es falso lo que dice Luis acerca de que debemos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente.
Premisas: Luis sólo nos dice que debemos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente porque él las vende y quiere que compremos su mercancía.

Una vez que tenemos claras las premisas y la conclusión podemos analizar y, posteriormente, responder en qué radica el error de este argumento. Al hacerlo estaremos evaluando el argumento.

Como podemos observar en el ejemplo anterior, con el argumento se quiere mostrar que la afirmación de Luis acerca de que debemos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente es falsa. Pero en lugar de ofrecer razones pertinentes para ello, lo único que se dice es que como él vende este tipo de productos y se ve beneficiado con la compra de ellos, entonces su afirmación es falsa; con esto realmente no se está argumentando nada para demostrar que es falso lo que dice Luis.

Esta falacia ha sido explicada por los lógicos y se llama falacia contra la persona circunstancial de intereses personales. Se comete cuando se afirma que la idea de una persona es falsa porque ella la sostiene en virtud de que se ve favorecida al tener intereses personales en el asunto. Como se puede advertir, conocer en qué consiste una falacia permite reconocer cuando se presenta en diferentes contextos y aun cuando se hable de diversos contenidos. Aunque este tipo de falacias no poseen una estructura tan clara como las falacias formales, es posible reconstruir su estructura.

1. A dice que p.
2. A se beneficia al afirmar p.
Por lo tanto, p es falsa.

Si vaciamos el contenido del argumento que estamos revisando en la estructura anterior queda:

  1. Luis dice que deberíamos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente.
  2. Luis se beneficia al afirmar que deberíamos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente (pues él las vende).

    Por lo tanto, la afirmación de que deberíamos usar bolsas ecológicas para cuidar el medio ambiente es falsa.

Con esta explicación se pretende ofrecer algunas herramientas para evaluar mejor los argumentos, no sólo de las demás personas al poder reconocer si están cometiendo esta falacia o no, sino también los que nosotros podemos formular para no cometer este tipo de errores argumentativos. Sería imposible hablar de todas las falacias, pero se presentan otras a modo de ejemplo:

Una falacia que se comete con frecuencia en la vida cotidiana es la llamada falacia contra la persona de tipo ofensiva. Esta falacia consiste en que, para refutar la conclusión de una persona, en lugar de ofrecer las razones pertinentes para ello, atacamos a la persona que la sostiene. Un ejemplo de esta falacia es el siguiente: “Lo que dice Jorge acerca de que tatuarse el cuerpo es riesgoso, es falso. ¿Acaso deberíamos creerle a un alcohólico?”

En este argumento se quiere defender la conclusión de que es falso lo que sostiene Jorge sobre lo riesgoso que es tatuarse el cuerpo, pero en lugar de ofrecer razones pertinentes para defender dicha conclusión, se ataca a la persona involucrada, es decir, a Jorge, criticándolo por ser un alcohólico y pretendiendo con ello que se está refutando su afirmación.

Otro tipo de argumento erróneo es la llamada falacia de apelación a la autoridad colectiva, que se comete cuando se apela a la mayoría, a la tradición o a la autoridad de una minoría selecta para la aceptación de una conclusión, en lugar de ofrecer razones o premisas pertinentes. Un ejemplo de esta falacia es el siguiente: “Rocío dice a Patricia que no es correcto que tire basura en la calle, a lo que esta última responde que no ve nada de malo en hacerlo, pues todo el mundo lo hace.”

Como podemos advertir, Patricia apoya su conclusión en la premisa de que todo el mundo lo hace, es decir, que es algo que se acostumbra, pero no ofrece ninguna razón pertinente que refute la afirmación de Rocío sobre lo incorrecto de tirar basura en la calle.

Otro ejemplo muy recurrente de argumento incorrecto es la falacia de apelación a la piedad. Se comete cuando, para defender una conclusión, nos apoyamos en supuestas razones con fuerte contenido emotivo encaminadas a provocar compasión, piedad o benevolencia por parte de nuestros interlocutores con el fin de que acepten la afirmación que queremos defender. Un ejemplo de esta falacia sería el siguiente: “No hay nada de malo en haber encubierto a mi pareja por el dinero que sustrajo del trabajo. Después de todo, quién no ha estado enamorado alguna vez, quién no estaría dispuesto a hacer todo por la persona amada. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”

En este ejemplo se quiere defender la tesis de que no hay nada de malo en el hecho de haber encubierto a la pareja en la acción de sustraer dinero del trabajo, pero no se ofrecen premisas pertinentes, sino que sólo se busca conseguir la empatía o provocar la misericordia de quien nos escucha para que acepte la conclusión.

 Veamos otro ejemplo: la llamada falacia de petición de principio. Se comete cuando repetimos la conclusión como una premisa —a veces de forma textual, o expresada con otras palabras—, dando la apariencia de que se están ofreciendo premisas con contenido diferente a lo que se defiende en la conclusión, pero en realidad sólo se está repitiendo la conclusión de otra manera. Un ejemplo de esta falacia es el siguiente: “La clonación es algo antinatural porque va en contra de la naturaleza.”

En el ejemplo se quiere defender la conclusión de que la clonación es algo antinatural, pero la razón que se ofrece es exactamente la misma, sólo que en lugar de hablar de “antinatural”, se cambia el término por una expresión sinónima, como “ir en contra de la naturaleza”, pero no se está ofreciendo ninguna premisa pertinente para defender la conclusión.

Finalmente, revisemos un último ejemplo: la falacia de equívoco. Se produce cuando en un argumento, una palabra o un concepto es utilizado con un doble significado y, por lo tanto, la conclusión no se sigue de manera válida. Por ejemplo: “Todos los hombres son racionales; las mujeres no son hombres, por lo tanto, las mujeres no son racionales.”

 En este caso podemos observar que en la primera premisa se utiliza la palabra “hombre” como especie, por lo que estarían incluidas tanto las personas del sexo masculino como del femenino; en la segunda premisa se utiliza la palabra “hombre” como sinónimo de persona del sexo masculino. Con base en esta ambigüedad del término, se concluye que las mujeres no son racionales, lo cual no es correcto.


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