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1.4 ERRORES EN LA ARGUMENTACIÓN

Alegoría de la falsedad

Alegoría de la falsedad, de Giovanni Bellini, circa 1490.

En cualquier contexto argumentativo siempre está latente la posibilidad de que nos engañen, es decir, que aceptemos como verdaderas conclusiones que no están lo suficientemente fundamentadas en las premisas ofrecidas como para respaldarlas. A veces, cuando generamos argumentos podemos cometer errores y caer en falacias. Las falacias son argumentos que, a simple vista, parecen bien hechos, pero cuando los analizamos cuidadosamente descubrimos que no lo son, aunque tengan fuerza persuasiva. Se trata de argumentos deficientes, porque las premisas no ofrecen un apoyo adecuado para aceptar la verdad de la conclusión. Las falacias se pueden cometer por diversos motivos: a veces porque tenemos el afán de tener siempre la razón (aunque sepamos que estamos ofreciendo argumentos malos, lo hacemos para buscar el reconocimiento o aceptación de quien nos escucha y no porque busquemos la verdad), pero también pueden ser producto del descuido, de la ignorancia o de la poca habilidad para elaborar buenos argumentos.

Las falacias, como señalamos, están lejos de ser argumentos sólidos; sin embargo, pueden verse como recursos retóricos en la medida en que se usan para convencer o persuadir. Emplear falacias como recursos para lograr la persuasión supone privilegiar ese fin a cualquier otro, es decir, buscar la aceptación del interlocutor, dejando atrás otros fines importantes, como alcanzar el conocimiento de lo verdadero, obtener acuerdos racionales o llegar a la solución más eficaz y eficiente de un problema.

Con frecuencia, para ganar una discusión o un debate los interlocutores apelan a todo tipo de recursos, a veces a falacias cuando presentan argumentos con fallas lógicas. Sin embargo, hay otros recursos retóricos en los que la intención no es propiamente la de ofrecer argumentos. Son entonces simples “marrullerías”, es decir, flagrantes trampas con tal de ganar al oponente y mostrar que se tiene la razón. Ejemplo de esto es tomar una afirmación del adversario y exagerarla, con la conciencia de que no ha dicho lo que pretendemos, pero lo hacemos con el fin de debilitarla, pues mientras más general es una afirmación, más vulnerable se torna. Otros ejemplos  son utilizar de manera consciente premisas falsas; plantearle al adversario muchas preguntas a la vez, sin orden y sin relación entre ellas, para confundirlo y hacerlo admitir, sin advertirlo, lo que queremos que acepte; también se puede provocar abiertamente su cólera, ya que sumido en ella no será capaz de evaluar correctamente los argumentos que se le presenten e, incluso, de construir bien los propios.

Aunque es importante ocuparse del estudio de las “marrullerías”, aquí sólo las mencionamos para ubicar mejor el terreno de las falacias, de las que hay extensas investigaciones. Presentaremos algunas de las que usamos en la vida cotidiana con mayor frecuencia.


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