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7.4.2 El genio creador

La idea del genio creador aparece en la argumentación de la Crítica del juicio de Kant como aquello que permite dar cuenta del arte. Dentro del sistema kantiano, lo bello no pertenece al ámbito del conocimiento ni al de la moral; por ende, se trata de explicar el arte más allá de estos dos ámbitos. Lo bello es distinto de lo bueno y de lo verdadero.

¿Qué es el arte? Aquello producido por el genio. Esta respuesta de Kant deja ver que la pregunta por el arte se responde aludiendo al creador y ya no a la obra. Esto ha sido llevado al extremo en el arte contemporáneo, pues se suele justificar que algo es arte porque lo hizo una persona que se dice a sí misma “artista” o porque es reconocido en un cierto medio como tal.

Así, en lugar de decir que un músico es músico porque hace música, desde la teoría del genio diríamos que eso es música porque lo hizo un músico. En la primera afirmación, el centro es la obra, por tanto, preguntaríamos qué es la música/la obra de arte. En la segunda, el centro es el artista, por tanto, preguntaríamos qué es el artista.

Si, desde esta perspectiva, el artista determina el arte, entonces en lugar de preguntar qué debe ser tal cosa para ser considerada arte, preguntamos qué debe ser tal persona para ser considerada artista (y, en consecuencia, que lo que produzca pueda ser denominado arte).

Para Kant el artista es un genio que “nace, no se hace”, es un elegido de la naturaleza, un “médium” a través del cual “la naturaleza le da su regla al arte”. Justo como sucedía con la teoría platónica, el artista no puede dar cuenta de lo que hace ni enseñar a otros pues, en última instancia, no es él el verdadero creador de la obra. Si Kant termina apelando al genio creador es porque ésa es la manera en que puede dar cuenta de la libertad del arte y de su exceso de sentido y significación, lo que impide circunscribirlo en los estrechos límites que el mismo Kant había delineado para el conocimiento en la Crítica de la razón pura.

El arte rebasa el conocimiento; no está por debajo o es menos, sino que “dice más” y “genera mucho pensamiento”, tanto que no puede encontrar su determinación en los conceptos del conocimiento. El genio estaría más allá del “hombre de conocimiento” (en expresión de Nietzsche).

De ese modo, Kant representa el umbral del romanticismo, movimiento que se enfrentará a los ideales ilustrados y modernos. En ese marco, Nietzsche elabora su metafísica del artista, la cual, antes de ser una apología de la locura, es una feroz crítica a la idea de razón. No se trata simplemente de establecer una dudosa —y porosa— frontera entre razón y delirio, sino de reconocer que, antes de ser “sujetos que conocen”, somos “seres creadores”; que la creación encuentra su raíz no en la conciencia, sino primordialmente en los “abismos de la vida y de nuestro ser”, puesto que, como dirá Gadamer años después, “somos más ser que conciencia”.

El artista es, para Nietzsche, aquel que afirma la vida con todo su placer y todo su dolor; en ese sentido, sería contrario al “hombre de conocimiento” que trata de adecuar y encajonar el mundo en los conceptos generados por el conocimiento. Así, la idea de vida comienza a cobrar importancia frente a la de objeto de conocimiento.

Como podemos observar, la tesis del genio es la respuesta de cierta filosofía al paradigma del conocimiento y de la ciencia. La respuesta también surgió del lado de la literatura, que reacciona ante el “exceso de racionalismo” y la homogeneización creciente generada por la revolución industrial. Mientras Hölderlin declaraba en Hiperión que “el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”, Baudelaire exhortaba: “¡Embriáguense incansablemente! De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea.”

En el horizonte del romanticismo se buscaba producir estados alterados de conciencia para crear más allá de los límites y esquemas del “yo racional”. Pero esto fue en el siglo XIX; en el XX, los surrealistas (Dalí, Breton o Giacometti), por ejemplo, buscan en lo onírico y lo inconsciente la fuente de la creación. Esta rápida mirada por la historia nos hace ver que el tema del delirio y la creación en su versión moderna y contemporánea es, sobre todo, un cuestionamiento a las pretensiones cientificistas y racionalistas, así como un rompimiento de cánones clásicos en la filosofía y el arte.

Sin embargo, mientras los románticos hablaban de sueño y delirio, surgieron los detractores. Por ejemplo, para el poeta Paul Valéry la creación no es el producto de una especie de “sonámbulo enloquecido”, sino de artistas “racionales”, como Da Vinci.

Es posible sostener que la obra de arte requiere del conocimiento de la técnica para ser elaborada (eso ya lo decía Platón: no basta el delirio, sin técnica no puede haber arte). Desde esta perspectiva, no basta esperar la inspiración para hacer una obra, lo que implicaría pensar que el artista no trabaja metódicamente ni es un estudioso, tampoco se esfuerza, sino que, de repente y de la nada, le vienen las ideas y en un instante crea una magna obra.

Si bien frente al esfuerzo se puede ponderar la espontaneidad, la gratuidad, el virtuoso que simplemente “tiene el don”, el arte también es cosa de técnica, de conocimiento y de teoría, sobre todo en el arte clásico, ya que en buena medida el contemporáneo ha reaccionado contra la técnica en aras de “mayor libertad” y menor determinación por reglas. En ese sentido, los detractores del arte contemporáneo argumentan que cualquiera puede dar tres brochazos y llamarle a eso “pintura abstracta”, o gritar en la calle y decir que ha realizado un performance.

Sin embargo, en lo que respecta al arte clásico y a otra parte del contemporáneo, la técnica es esencial. No puede haber arquitectura sin técnica y sin conocimientos, pues por muy bello que fuera un edificio se derrumbaría si los pesos no estuvieran bien distribuidos. La arquitectura es el arte que muestra con mayor contundencia que la técnica es imprescindible.

¿Quién dudaría que detrás de la música de Bach hay una gran técnica? Lo mismo acontece en la danza de Isadora Duncan, en una pintura de Remedios Varo, en una escultura de Camille Claudel, en un poema de Sor Juana o en una novela de Virginia Woolf.

Dominio de la técnica, conocimiento de las teorías y de la historia del arte, manejo de estructuras y elementos de composición, todo eso sabe y hace el artista en muchos casos para poder crear. ¿Lo sabe el espectador al momento de juzgar la obra o de tener una experiencia estética? Dejemos esta pregunta para el tema de la recepción. Por lo pronto, veamos algunos argumentos más sobre la creación.


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