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7.4.1 Creación y delirio

Hoy en día una de las ideas arraigadas en el sentido común es que el arte es cosa de locos: el poeta loco, los artistas bohemios y extravagantes, las actitudes incomprensibles y a veces contestatarias. En general, se considera al artista como un marginado social y un inspirado recubierto por un halo de grandeza.

No es una fama del todo gratuita. Recordemos al poeta Gérard de Nerval caminando por París arrastrando una langosta como mascota, las actitudes estrafalarias y escandalosas del pintor Salvador Dalí o la burla contestataria de Jackson Pollock. El consumo de alcohol y drogas, así como una imagen estereotipada (promovida, por ejemplo, por el cine hollywoodense) ayudan a arraigar la idea de “la locura del artista”.

¿Hay que estar “loco” para poder crear? Pensemos que, con igual frecuencia, se habla del científico loco o del filósofo loco.

La asociación delirio-creación no surge ni es exclusiva de la sociedad contemporánea. La fuerza y presencia que tiene esta asociación en nuestro presente emerge y encuentra su principal impulso en el siglo XIX. Pero ya mucho antes la filosofía se había preguntado por el delirio y su relación con el arte.

En la antigua Grecia la idea dominante era que el poeta creaba por inspiración. Crear es inspirarse, dejar que las ideas “nos lleguen”. En la actualidad decimos: “Se me ocurrió una idea.” Cuando tengo una ocurrencia sucede de repente, sin planificación previa. La idea llega u ocurre. Si llega a mí, ¿significa que yo la produje?, ¿de dónde me vienen las ideas?

Para los griegos, el poeta estaba inspirado por la divinidad, las Musas, y a esto se le consideraba un tipo de locura o delirio. En  uno de los Diálogos de Platón, el Fedro, Sócrates dice antes de pronunciar un bello discurso: “Guiadme, pues, Musas ligeras.”

Así, para los griegos, no todo delirio tiene una connotación negativa, menos aún si éste es producido por la divinidad. Reconocer la fuerza del delirio y de la inspiración en la creación quiere decir reconocer que hay una suerte de estado alterado de conciencia, un “estar fuera de sí”, de no tener el completo dominio de sí mismo. Crear sería algo así como “dejarse llevar” pero, ¿por qué o por quién se deja uno llevar?

A esto se opone la tesis del control sobre los pensamientos, del poder decidir qué y cómo lo pienso, de planearlo y organizarlo, de pretender que la propia conciencia —clara, lúcida y racional— es la única autora de los pensamientos. Hasta cierto punto, el control de sí mismo sería lo racional, mientras que estar fuera de sí sería lo irracional.

En general, Platón considera al poeta como un inspirado; por ende, no sabe lo que hace ni lo que dice, es un delirante. Esto (además del argumento de la “copia de la copia”) lo lleva a considerar que la poesía es engaño e ilusión.

En cambio, Aristóteles, al analizar la poesía trágica y descomponerla en todas sus partes, encuentra un orden y una organización racionales, cierta disposición de las acciones. Como la poesía es una unidad con una organización coherente de sus elementos, entonces no puede ser producto del delirio ni de la pura inspiración. Hay un “plan racional” detrás de la creación, que hace al poeta más un conocedor de universales poéticos que un inspirado que se ha puesto en manos de la divinidad. Se trata de una “racionalización” de la poesía.

Para una parte de la poesía mística cristiana, la creación también se da por inspiración de la divinidad. Piénsese, por ejemplo, en San Juan de la Cruz y su Noche oscura.

El tema de la inspiración es recurrente a lo largo de la historia y representa casi siempre una oposición entre razón y delirio. Quizá lo más relevante del problema de la inspiración es la afirmación de que la propia razón o la propia conciencia no bastan; cuando se crea, hay algo que rebasa lo que tradicionalmente se ha denominado el “yo” o la “conciencia”. De acuerdo con esta tesis, el artista es un “médium” —se encuentra en medio—, una especie de puente entre la obra y el “verdadero creador” de ésta, es decir, lo que está más allá del “yo”.

Este “más allá” ha cambiado históricamente, y su cambio depende o ha dependido de teorías y concepciones del mundo que rebasan el ámbito de la estética. Un breve recorrido por el “más allá” nos hará ver las transformaciones históricas. El artista es inspirado por: las musas (Grecia), Dios (la cristiandad), la Naturaleza (Kant y algunos de los modernos, el Nietzsche de Nacimiento de la tragedia), el espíritu de un pueblo y/o la historia (Hegel), el sueño y el inconsciente (romanticismo), el inconsciente (Freud). Eso que inspira al artista es lo que rebasaría y, al mismo tiempo, marcaría los límites del yo y de la conciencia, la cual se revelaría como insuficiente para poder crear arte. En ese sentido, y en pleno romanticismo, los poetas declaran: “No soy yo el que crea” y “Yo es otro”.

Buena parte del debate moderno que se extiende hasta la época contemporánea sobre la asociación delirio-creación tiene que ver con la llamada crisis de la razón y con la crítica a la modernidad. Esta crítica sostiene que en la modernidad se ponderó y valoró la razón en exceso, haciéndola fuente de todo lo bueno y verdadero; recordemos, por ejemplo, la frase ilustrada: “la razón nos hará libres”. Esto derivaría en una comprensión del ser humano en términos preponderantemente racionales (y en una asociación simple entre la razón y el bien, la locura y el mal).

La respuesta de Descartes a la pregunta “¿qué soy yo?: una cosa que piensa”, podría ser interpretada por esta crítica más o menos en el siguiente sentido: ¿por qué una cosa que piensa y no una cosa que siente? Los sentimientos, las pasiones, los afectos, el cuerpo y la muerte son desvalorizados a favor de la razón. La crítica haría entrar en crisis la idea de razón y eso llevó a la afirmación de que el arte y la creación están más allá de la razón, del “yo” y la conciencia. Es entonces cuando comienza a surgir la idea del “genio creador”, por un lado, y, por el otro, la del “inconsciente” (que encontrará tanta fuerza en la teoría freudiana).


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