conocimientos fundamentales

| filosofía | política y sociedad

Página anterior Página siguiente





6.4.3 Ciudadanía y pluralismo

Una característica propia de las democracias contemporáneas es el pluralismo. Ubicado entre dos extremos en los que se encuentran, por una parte, los individuos y, por la otra, el Estado, el pluralismo reivindica la importancia de los grupos sociales. Sin embargo, hay que aclarar que democracia y pluralismo son dos conceptos distintos que no siempre han estado ligados. La democracia se opone a la autocracia, a la dictadura; en cambio, el pluralismo se opone a la monocracia, al totalitarismo. Por ello, en un breve recorrido histórico, podemos encontrar una sociedad democrática y no plural, como la república de Rousseau; una sociedad no democrática y plural, como la feudal; y una sociedad no democrática y no plural, como la monarquía absoluta. Pero aquí interesan las sociedades contemporáneas que se caracterizan por ser democráticas y plurales al mismo tiempo.

Si bien hay diversos tipos de pluralismos, los modernos que están ligados a la democracia coincidirían en lo siguiente: a] las sociedades son complejas, por lo que existen diversas esferas relativamente autónomas; por ejemplo, los grupos organizados, como los sindicatos o los partidos; y b] el sistema político debe permitir que las diversas esferas se puedan expresar políticamente, es decir, que participen directa o indirectamente en la toma de decisiones colectivas.

Para el pluralismo tradicional, que tiene sus raíces en la antigüedad, la sociedad está formada por diversos grupos que ocupan un determinado lugar dentro de un orden jerárquico e inamovible. Un ejemplo es la república ideal de Platón en la que, de acuerdo con la función que deben desempeñar en la sociedad, se distingue a los hombres de oro/gobernantes, de plata/guerreros y de bronce/artesanos. Una de las metáforas utilizadas para ilustrar estas concepciones de la sociedad es la imagen de un cuerpo humano en el que a un grupo le toca estar o ser los pies, a otro el tronco y a otro más la cabeza. Cada grupo tiene una función que cumplir, que no se puede cambiar sin poner en peligro a todo el conjunto (como sucede, de hecho, en el cuerpo humano: no se puede pensar con los pies ni caminar con la cabeza). Así, en este tipo de sociedades, cada uno de sus miembros forma parte de un grupo y no puede pretender cambiar de posición. Esta característica es peculiar de las sociedades tradicionales, la que ha llevado a describirlas como sociedades jerárquicas e inamovibles.

 En cambio, las sociedades contemporáneas se caracterizan por buscar limitar al poder, evitar el abuso del mismo, controlarlo; esto es posible a partir de la participación ciudadana. Pero este control del poder no puede reducirse a un control “desde abajo”, se necesita también un control recíproco entre los grupos. Por eso es tan importante la legalidad del disenso en una democracia. Si bien el control “desde abajo” necesita del consenso expresado en lo que eligen las mayorías, este consenso sólo es real si hay la libertad para manifestarse en contra, es decir, de disentir. En otras palabras, si en nuestras sociedades se toman las decisiones por mayoría, debe ser lícita la existencia de la minoría.

Es precisamente el disenso dentro de los límites marcados por un Estado de Derecho el que promueve los cambios pacíficos en las sociedades modernas. El dinamismo y desarrollo de nuestras sociedades complejas se debe, entre otras cosas, a la existencia de esas minorías que, en su momento, no estuvieron de acuerdo con lo establecido y propusieron nuevas alternativas viables, las cuales con el tiempo llegaron finalmente a ser aceptadas por la mayoría. Como ejemplo podemos mencionar a los grupos y asociaciones civiles que se dedican a denunciar el abuso que cometen muchas empresas en contra de la naturaleza y de los animales, como el caso específico de las corporaciones petroleras que contaminan los mares, o los cazadores de focas que cometen crueles matanzas. Estas denuncias y movimientos, menospreciados en sus inicios, han llevado en muchos países a tomar conciencia de los problemas del medio ambiente y a reconocer la necesidad de mayores regulaciones al respecto.

Por último, en relación con el pluralismo que caracteriza a las democracias contemporáneas, es pertinente hacer otra observación. La relevancia del pluralismo radica en su contraposición no sólo frente al Estado totalizante, que pretende concentrar todo el poder, sino también frente al individuo que atomiza a la sociedad. Como ha señalado Bobbio, la existencia de grupos de poder que se ubican entre el Estado y los individuos constituyen una doble garantía: del individuo frente al Estado y del Estado contra la fragmentación individualista.

En nuestro país, además de los partidos políticos, existe una multiplicidad de asociaciones y organizaciones que apoyan o no determinados proyectos políticos. No sólo los sindicatos, sino también las asociaciones de barrios, estudiantes, padres de familias, escuelas, empresarios, indígenas, campesinos, feministas, religiosas, deportivas, artísticas, defensoras de los derechos humanos, protectoras de los animales. Puede haber muchas más —de hecho, las hay—, dependiendo de cómo y para qué se organizan las personas. Más allá de los intereses particulares que cada grupo puede tener, en un Estado de Derecho y en una sociedad democrática todos tienen el derecho a la libre expresión y a luchar de manera pacífica para que sus planteamientos lleguen a todos los miembros de la sociedad, los cuales podrán decidir,también libremente, si se suman o no a sus propuestas.


Inicio de página