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6.2.3 Dos concepciones sobre la relación individuo-sociedad

La relación individuo-sociedad se puede entender básicamente de dos maneras: privilegiando el ámbito individual o el ámbito social. Ambas posiciones las podemos ejemplificar con dos corrientes fundamentales del pensamiento político: el liberalismo y el comunitarismo. Cada una de estas posiciones concibe de modo diferente la relación individuo-sociedad.

La concepción liberal

Si bien hay diversos tipos de liberalismo, en general podemos decir que para esta corriente de pensamiento lo más importante son los individuos, los cuales se conciben como seres libres que, aunque necesitan vivir en sociedad, son independientes y separados entre sí. La libertad del individuo es entendida como autodeterminación, es decir, que él mismo construye y escoge sus propias determinaciones. Por ello, la preocupación principal del liberalismo es proteger al individuo de cualquier control o injerencia que se le quiera imponer en nombre de otras personas o de la sociedad en su conjunto. En este sentido, se trata de una concepción que defiende especialmente la autonomía individual y los derechos de los individuos frente a toda posible autoridad.

El liberalismo es una doctrina ligada al desarrollo de la modernidad. Sus supuestos principales vienen de los siglos XVII y XVIII, cuando emerge la oposición a las monarquías absolutas y la defensa de la separación entre la Iglesia y el Estado, así como la exigencia de que todos los hombres sean considerados iguales ante la ley y que existan leyes que limiten también el poder de los gobernantes. Estas ideas estuvieron presentes en los principales movimientos sociales de la época, entre los que destacan la Revolución francesa y la Independencia de Estados Unidos.

Para el pensamiento liberal, la libertad del individuo es prioritaria; por ello, frente a cualquier tipo de autoridad, promueve la creación de leyes y el establecimiento de derechos de los ciudadanos que deben ser respetados por todos. Otra tesis importante de esta concepción es que el progreso técnico y moral de la humanidad es el resultado de un constante debate y enfrentamiento entre las ideas o los intereses diferentes que tienen los individuos, los cuales, incluso, pueden ser contrapuestos. De esta manera, en todos los ámbitos sociales, como la economía o el saber científico, la diversidad, la crítica y la competencia entre particulares son las que impulsan el desarrollo. Por ello se rechaza cualquier sistema absolutista, unívoco, excluyente de la diversidad, y, en consecuencia, se insiste en que las leyes y las normas que rijan nuestras relaciones sociales sean tomadas por acuerdo y consenso entre todos.

Esta última tesis del liberalismo es especialmente importante porque señala que, si se respeta la libertad del individuo y el derecho de todos a autodeterminarse, siempre surgirán diferencias y discrepancias en las relaciones sociales; antagonismos que, lejos de considerarse negativos, son vistos como promotores del desarrollo individual y colectivo. Incluso los conflictos más severos representan una oportunidad para buscar acuerdos que lleven a una mejor convivencia. Pensemos, como ejemplo, en las diferencias que puede haber dentro de un grupo de amigos o de trabajo. El debate, la confrontación y la discusión ayudan a encontrar salidas aceptables para todos y a superar los problemas. En cambio, cuando se ocultan los conflictos como si éstos no existieran, la mayoría de las veces explotan con costos muy altos, como la pérdida de la amistad o de la relación laboral.

Uno de los principales representantes del pensamiento liberal clásico es el filósofo inglés John Locke. En su obra Segundo ensayo sobre el gobierno civil, de 1690, sostiene la primacía del individuo sobre la sociedad. Este autor parte de la idea de que, por naturaleza, todos los hombres son libres y dueños de su persona y posesiones, pero que para vivir en sociedad tienen que renunciar a parte de esa libertad. ¿Por qué deben renunciar a ella? Locke dice: “A pesar de disponer de tales derechos [libertad y propiedad] en el estado de naturaleza, es muy inseguro en ese estado el disfrute de los mismos, encontrándose expuesto constantemente a ser atropellado por otros hombres. Siendo todos tan reyes como él, cualquier hombre es su igual; como la mayor parte de los hombres no observan estrictamente los mandatos de la equidad y de la justicia, resulta muy inseguro y mal salvaguardado el disfrute de los bienes que cada cual posee en ese estado. Ésa es la razón de que los hombres estén dispuestos a abandonar esa condición natural suya que, por muy libre que sea, está plagada de sobresaltos y de continuos peligros. Tienen razones suficientes para procurar salir de la misma y entrar voluntariamente en sociedad con otros hombres que se encuentran ya unidos, o que tienen el propósito de unirse para la mutua salvaguardia de sus vidas, libertades y tierras.”

De esta manera, para Locke, los hombres se unen en sociedad con el fin de preservar sus propiedades que incluyen tanto su propia vida, como su libertad y sus posesiones. Del siglo XVII a la fecha se han discutido mucho estas ideas, incluso se ha llegado a conformar una corriente nueva denominada neoliberalismo, entre cuyos principales representantes podemos mencionar al filósofo contemporáneo Robert Nozick. Los siguientes puntos caracterizan la postura del pensamiento liberal en la relación individuo-sociedad, en la que se privilegia al primero sobre la segunda:

  1. El ser humano es libre; es decir, está sujeto sólo a su propia voluntad y no a la de otros.
  2. El individuo es propietario de sí mismo, de sus capacidades y de lo que haga u obtenga con ellas.
  3. Las relaciones que establecen los individuos deben ser voluntarias.
  4. La sociedad debe proteger la propiedad individual y las relaciones de intercambio que los individuos establecen entre sí de manera voluntaria.

La concepción comunitarista

Hay diversos tipos de comunitarismos, aunque todos ellos se caracterizan por criticar la concepción individualista que sostiene el pensamiento liberal. El comunitarismo surgió en la década de los ochenta del siglo pasado, a finales de la guerra fría, cuando el liberalismo se perfilaba como una teoría indiscutible. Sus antecedentes pueden rastrearse a lo largo de la historia en autores como Karl Marx y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, e incluso llegar hasta la Grecia antigua.

Frente a la idea de la autodeterminación del individuo, que defiende la visión liberal, el comunitarismo señala que toda persona está marcada por su pertenencia a determinados grupos. Nacemos en ellos y sin ellos no seríamos quienes somos porque nuestra identidad se construye a partir de estos vínculos fundamentales. En este sentido, más allá de nuestros gustos, el hecho de haber nacido o crecido en determinada familia o comunidad es lo que nos hace ser lo que somos. Si nos preguntáramos cómo seríamos si hubiéramos estado vinculados a otra familia o comunidad, tendríamos que concluir que seríamos otra persona.

A diferencia del liberalismo —que se plantearía preguntas como quién quiero ser o qué quiero hacer de mi vida, porque parte de la idea de la autodeterminación del individuo—, entre las preguntas vitales que se haría el comunitarismo están quién soy o de dónde provengo, porque parte de la idea de que nuestra identidad se define a partir del conocimiento de dónde estamos ubicados, cuáles son nuestra relaciones y compromisos, con quiénes y con qué proyectos nos sentimos identificados.

Esta gran diferencia de perspectivas en la relación individuo-sociedad se puede ejemplificar también con la propuesta de dos grandes clásicos de la filosofía: por un lado, Kant caracteriza al sujeto ideal como uno autónomo; por el otro, Hegel plantea que la realización del ser humano se encuentra en la integración de los individuos en su comunidad.

Un gran estudioso de Hegel, que es también uno de los principales representantes del comunitarismo, es el filósofo canadiense Charles Taylor. En su libro Hegel y la sociedad moderna, señala: “Los escritos de Hegel constituyen uno de los intentos más profundos y trascendentes para elaborar una visión de la subjetividad encarnada, del pensamiento y la libertad surgiendo de la corriente de la vida, encontrando expresión en las formas de la existencia social y descubriéndose a sí misma en relación con la naturaleza y la historia.”

En este pasaje se puede ver cómo un comunitarista reconoce la importancia de la obra de Hegel, porque entiende que la libertad del ser humano es siempre situada, forma parte de ciertas prácticas que compartimos con otros. Por ello, una de las principales críticas del comunitarismo al pensamiento liberal es su visión atomista de la sociedad; es decir, que los liberales entiendan a la sociedad como una simple suma de individuos que actúan para alcanzar sus propios fines, como si antes del individuo no existiera nada.

Para un comunitarista, esta concepción liberal no toma en cuenta que los individuos sólo pueden crecer y autorrealizarse dentro de un determinado contexto, que no son autosuficientes y que siempre requieren de la ayuda y el vínculo con otras personas. En fin, que los individuos no viven en el vacío, sino que lo hacen siempre dentro de un ambiente social y cultural particular que los constituye.

En este sentido, para la visión comunitarista, la historia de nuestras vidas se inscribiría dentro de una historia más amplia, que es la historia de nuestras comunidades, perspectiva que nos proporciona un panorama muy diferente de la visión liberal. Podríamos preguntarnos cómo vemos nuestra historia personal. Con seguridad, además de los esfuerzos y decisiones personales con las que hemos construido nuestras vidas, siempre habrá vínculos sociales que nos marcaron, que situaron nuestra libertad. Por ejemplo, podríamos comparar la vida, las aspiraciones y los proyectos que tienen las personas a quienes les tocó vivir de cerca y sobrevivieron el terremoto de la ciudad de México en 1985 o el tsunami asiático en 2004, con aquellas a las que no.


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