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TEMA 5. TEXTOS ORALES

Códice florentino

Mujer azteca hablando, Códice florentino, entre 1540 y 1585.

Podría parecer poco importante poseer conocimientos sobre los textos orales, si tomamos en cuenta que hablamos y nos comunicamos sin grandes problemas desde niños. Sin embargo, resulta evidente que, a menudo, nos cuesta hablar ante mucha gente. Y de algún modo sabemos que no hablamos de la misma manera con nuestros amigos, ante el profesor, al hacer una consulta en una oficina o con la persona que atiende un negocio. Todos hemos tenido la experiencia de un malentendido al intentar comunicarnos con alguien. Las razones pueden ser varias: mucho ruido alrededor, lo cual no permite escuchar bien; el estado de ánimo del interlocutor estaba alterado; la utilización de palabras no adecuadas ("hablé sin pensar, no quería decir lo que dije"); no es posible entenderse porque no se comparten valores y creencias, entre muchos otros motivos.

A pesar de todo, no podríamos imaginar un mundo donde unos a otros no nos escucháramos o no nos habláramos.

Hasta hace pocos años, el concepto "texto" se asociaba exclusivamente a un escrito, por esa razón, incluso actualmente, para muchos aún resulta extraño oír hablar de "textos orales". No obstante, como hemos visto, la comunicación humana se produce mediante textos, no sonidos ni palabras aisladas fuera de una situación y un contexto determinados.

La lengua oral es algo tan familiar que con frecuencia no alcanzamos a darnos cuenta de que la mayor parte de nuestras tareas cotidianas recurren a la lengua hablada. Cada vez que establecemos contacto con alguien hacemos algo al hablar: saludamos, agradecemos, preguntamos, contamos una anécdota, nos quejamos, pedimos, opinamos, criticamos y así sucesivamente. Si nos ponemos a pensar en qué fue lo que hicimos al comunicarnos a lo largo de un solo día, tal vez la lista sea muy larga.

Así, gracias a la lengua los seres humanos vivimos en comunidad, compartimos experiencias, sentimientos, emociones y estrechamos lazos de amistad. Dicen los estudiosos que las lenguas humanas cobran significación en la interacción comunicativa. Enric Larreula, especialista en lengua oral, asocia el término hablar con sentir, compartir, aportar, participar, manifestar, mirar, recordar, ordenar, seleccionar, inventar, escoger, decidir cada palabra y cada frase y situar al oyente en un contexto.1 Es decir, si partimos del hecho de que hablar es comunicarnos con los demás, debemos añadir a esta acción la intervención del lenguaje no verbal: las emociones, la mirada, los gestos, la improvisación, la situación y el contexto.

Usamos la comunicación oral o escrita para reflexionar sobre nuestras experiencias, para expresar nuestros sentimientos, para compartir información del pasado y del presente y para contactarnos con los demás. La lengua escrita siempre ha tenido un estatus superior debido, sobre todo, al prestigio que se le ha otorgado socialmente, entre otras cosas porque es la lengua que ha pervivido. Hasta que no se crearon instrumentos para conservar documentos sonoros, era imposible estudiar la comunicación oral más que a través de transcripciones, que de ningún modo pueden reflejar la cantidad de elementos que en ella intervienen.

Apenas en los años setenta, los análisis conversacionales comenzaron a dar luz sobre los usos orales. De acuerdo con las palabras de Amparo Tusón,2 "Resulta cuando menos curioso que, a pesar de la cantidad de elementos inciertos que conforman una conversación espontánea, del margen de improvisación, de variabilidad (de temas, de tonos, de tiempo, de número de participantes, etc.), la mayoría de las veces nos vamos entendiendo o, al menos, tenemos la sensación de que eso es lo que ocurre".

Y nos entendemos porque, desde que comenzamos a adquirir nuestra lengua, en la infancia,  incorporamos dentro de nuestros saberes una serie de repertorios que quedan almacenados en nuestro cerebro, de modo que, como lo señala la misma Tusón:

En las interacciones comunicativas, los interlocutores continuamente eligen entre las posibilidades que les ofrece su repertorio verbal y no verbal. Esa elección —controlada o no de forma consciente— se produce en todos los niveles (prosodia, morfosintaxis, léxico, gestos, etc.) y es portadora —además de su significado referencial— de un sentido que se le otorga por su uso social.3

Uno de los estudiosos más importantes de la conversación, H. P. Grice, estableció lo que denominó las máximas del principio de colaboración entre los interlocutores (su teoría) que, idealmente, deberían guiar la interacción comunicativa; ellas son:

1. Máxima de cantidad. No dé ni más ni menos información que la necesaria.

1.1 Haga que su contribución sea tan informativa como lo exijan los propósitos del intercambio comunicativo.
1.2. No haga su contribución más informativa de lo que el intercambio exija.

2. Máxima de calidad. Diga la verdad.

2.2 No diga lo que crea que es falso.
2.3 No diga nada de lo que no tenga evidencia suficiente.

3. Máxima de relación (o relevancia). Sea pertinente.

3.1. Haga que su contribución sea relevante.

4. Máxima de modo. Sea claro.

4.1 Sea ordenado.
4.2 Evite la oscuridad en la expresión.
4.3 Evite la ambigüedad en la expresión.
4.4 Sea breve.

Sin duda alguna, ejercitamos el uso de la lengua oral en la vida diaria cuando participamos en conversaciones familiares, laborales, informales o formales, conferencias, comunicados públicos, discusiones, mesas de análisis, debates, juegos, espectáculos, ventas, negociaciones, discursos formales e informales, etc. Como en todo acto comunicativo, para hablar hay que tomar en cuenta al receptor y al contexto, tener claro lo que uno quiere decir y lo que no debe decir. Por ejemplo, si participamos en una discusión, debemos cumplir con ciertos requerimientos: intervenir en cierto momento, ser corteses, no extendernos mucho, callar en el momento preciso. En otras palabras, esto quiere decir que, cuando hablamos, aprendemos a desarrollar el sentido de cooperación y negociación, y a estar atentos a las actitudes de los receptores.

La comunicación oral puede ser espontánea pero también puede ser planificada, todo depende del contexto de uso.

El esquema de la siguiente página ilustra los componentes que participan en un hecho comunicativo fundamentalmente oral.

Al igual que en el caso de los textos escritos y mixtos, los hablantes organizan sus textos orales con distintos propósitos de comunicación y prácticamente todos ellos pueden insertarse en algunos de los grandes esquemas de narración, de exposición o de argumentación.

 

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