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3.2 LA DOMINACIÓN LEGÍTIMA

Construcción de la fuerza espacial


Construcción de la fuerza espacial
, de Lyubov Popova, 1921.

Un sistema social, en su interior, se define como una pluralidad de actores individuales que crean una red interactiva de acciones, cada uno movido por la tendencia a la satisfacción óptima; la relación de estos actores se define de acuerdo con un sistema de normas culturalmente estructuradas y compartidas. La relación entre acción y sistema se realiza, según Parsons, por medio del concepto de "variables pauta o estructurales" (1999), que se refieren a lo que se espera de una relación interpersonal y a las cualidades que se valoran a la hora de asignar recursos y recompensas en el ámbito social. Se trata, entonces, de una reconstrucción de las posibles orientaciones alternativas de la acción, tanto en la actitud de las personas frente a los demás, como en las necesidades propias y ajenas, y en el tipo de valores y normas imperantes en un grupo social.

Lo anterior permite determinar sistemas de papeles fundados en la primacía de una determinada combinación de alternativas. Un sistema basado, por ejemplo, en la neutralidad afectiva, la orientación universalista y la prestación, es un sistema de roles profesionales dentro de organizaciones complejas; mientras que las orientaciones particularistas, afectivas y dirigidas a la cualidad de la persona, no a sus prestaciones, corresponden a sistemas de roles tradicionales como las relaciones de parentesco, religiosas y locales. Las alternativas emparejadas y establecidas como "variables pauta o estructurales", describen el paso de una sociedad tradicional a una moderna, así como las posibles combinaciones en cada uno de los subsistemas y planos analíticos.

Éste es el punto de partida para preguntarse sobre el papel que juegan los canales de comunicación horizontales, "cara a cara", de los grupos primarios y las organizaciones informales en la formación de las opiniones políticas. Según el patrón racional esperado en los sondeos de actitud de voto en las sociedades industriales de finales del siglo XX, este tipo de opiniones deberían ser moldeadas por los medios de comunicación de masas y por las opiniones de expertos en distintas áreas. Sin embargo, los resultados mostraron que, aun en las sociedades industrializadas más complejas, el típico líder de opinión no es un experto sino un individuo que inspira confianza, y cuya influencia política es una consecuencia difusa de otros roles.

De lo anterior se derivan dos características que orientan el estudio de los patrones de conducta política. Primero, que cualquier análisis de los rasgos culturales de un sistema complejo debe tener en cuenta la permanente vigencia de las relaciones informales y tradicionales que modelan las acciones y actitudes de los individuos; y segundo, que todos los sistemas políticos poseen culturas políticas mixtas o heterogéneas. La racionalidad instrumental se encuentra presente en la estructura y cultura de las sociedades más primitivas, de la misma manera que las sociedades más modernas y complejas se hallan impregnadas de relaciones y actitudes informales, adscritas y particularistas. El predominio relativo de uno u otro componente, o la composición de la pauta mixta es lo que establece las verdaderas diferencias entre distintos tipos de sociedades. La secularización, por tanto, no es más que una cuestión de grado y de distribución. El campo de estudio de la conducta política se establece como análisis de los procesos políticos de aculturación.

En su estudio comparado de la cultura política en cinco países realizado durante los años sesenta, Almond (1992) construye una tipología de culturas políticas: 1) la parroquial, formada por comunidades locales autónomas y sociedades tribales, con ausencia de roles políticos especializados y de previsiones de evolución iniciadas por el sistema político; 2) la de súbdito, con una relación puramente subjetiva con el sistema político en un nivel general y respecto al elemento administrativo o "corriente inferior", que se da de modo preferente en una sociedad en la que no existe una estructura política diferenciada, y 3) la de participación, la más desarrollada, con una orientación explícita hacia el sistema como un todo y hacia sus estructuras y procesos políticos y administrativos. Esta orientación hacia los objetos políticos puede ser favorable o desfavorable, y se orienta a un rol activo de la persona que puede ir desde la aceptación hasta el rechazo total.

Los resultados obtenidos por Almond demostraron que, en todos los casos, las culturas políticas eran mezclas específicas de la modernización y la tradición. La conclusión es que, si bien en las sociedades modernas las interacciones políticas se realizan en sistemas de roles especializados como las instituciones de gobierno, parlamentos, tribunales, partidos políticos, asociaciones de interés y medios de comunicación, esto no evita que en ellas o en otras sociedades con menor grado de complejidad, las funciones políticas sean realizadas también por estructuras tradicionales como las relaciones de parentesco, étnicas y religiosas (Almond, 1981). Los estudios de opinión pública, de culturas y de conductas políticas demostraron que las sociedades contemporáneas se constituyen con combinaciones singulares de aspectos, que corresponden tanto a sociedades tradicionales, precapitalistas, locales, como a las modernas sociedades industrializadas con su organización "racional" en torno al mercado, el derecho y la tecnología.

De esta manera, los estudios de "caso" o de "coyuntura" realizados en localidades, regiones y naciones se auxilian de las construcciones teóricas o tipos ideales de relaciones económicas, políticas, sociales y culturales. Esto permite situar los objetos de estudio dentro de parámetros o escalas, es decir, dentro de modelos que ayudan a saber cómo se organizaría un sistema de acción si todos sus elementos pudieran desarrollarse en las mejores condiciones posibles y sin alterar las bases de una determinada situación o relación de fuerza entre los actores involucrados. Estas relaciones de fuerza "estabilizadas", hasta el punto de permitir su reproducción en el tiempo, podemos estudiarlas como "tipos de dominación legítima" (Weber, 1969), esto es, como configuraciones específicas de los componentes y de los acuerdos básicos o estructurales, más allá de los cuales una determinada organización social debe modificar los supuestos de su funcionamiento para sobrevivir, ya sea mediante procesos de reformas, de cambios revolucionarios o de imposiciones militares, en las reglas de aplicación de las relaciones y de la composición de los grupos dominantes y de las mayorías dominadas.

A lo que Parsons llama "sistemas de roles tradicionales" corresponden, según Weber, dos tipos ideales de dominación legítima: la carismática y la tradicional. Cada uno de estos tipos se descompone en subtipos. El liderazgo carismático, o la fe en las virtudes extraordinarias de una personalidad, surge en situaciones históricas de emergencia, de conmoción colectiva, y sólo existe en tanto vive el dirigente que ejerce la autoridad personal. Uno de los primeros subtipos del carisma corresponde a los profetas iniciadores de las grandes religiones u órdenes religiosas, quienes a partir de sus virtudes personales transmiten una orden divina en forma de profecía que en todos los casos intenta sistematizar la conducta de los adeptos en una vida regulada normativamente. Si triunfan en el intento, los profetas darán lugar a la formación de una comunidad religiosa permanente, en donde el carisma del fundador se traslada a (se "rutiniza" en) las instituciones y las órdenes, con reglas claras en cuanto a bienes, cargos y conductas personales ejemplares o extremas, por ejemplo, el celibato.

Otro subtipo histórico del carisma corresponde a la organización patriarcal, representada por el caudillo tribal de las comunidades agrarias que combina todas las funciones del liderazgo. Es cabeza patriarcal de la familia y del clan; jefe de las expediciones de caza y de guerra; mago principal, promotor de lluvias, curandero mayor y, sobre todo, juez. El patriarca aparece dotado de poderes o virtudes excepcionales, sin embargo, con la muerte y la sustitución del titular de la autoridad las propiedades del carisma corresponden más al rol y menos al individuo que lo ejerce, realizándose también una "rutinización del carisma". El carisma se hace inherente al parentesco y se vuelve hereditario, lo que da lugar a lo que llamamos "linajes" y "castas".

Por otro lado, la autoridad tradicional deriva de la santidad inviolable representada por una sola persona, y sólo requiere extender este principio de legitimación patriarcal más allá de los límites de la comunidad doméstica. Esto se puede observar en las primeras tribus urbanas de las ciudades-Estado monárquicas y, posteriormente, en las grandes y supralocales construcciones imperiales. La evolución supone la división de las funciones entre diferentes individuos, donde toda regularización de una función de liderazgo tiende a favorecer la permanencia institucional, sobre todo cuando se da lugar a la creación de un cuadro administrativo asociado al poder unipersonal y despótico (véase cuadro 3).

Esto es lo que Weber llamó la dominación "patrimonialista", que significa que todos los cargos del gobierno se originan en la administración de la comunidad doméstica del rey, donde todos los funcionarios son servidores y representantes personales del monarca, con todos los privilegios inherentes y sujetos siempre a las decisiones caprichosas y arbitrarias del patriarca-monarca-emperador. También significa la capacidad de establecer monopolios económicos y políticos como prerrogativa personal o extensión de la administración doméstica, esto es, hacer un uso privado de los recursos colectivos y públicos. El gobierno patrimonial es una ampliación del que ejerce el monarca sobre su comunidad doméstica; la relación entre el monarca y sus funcionarios se mantiene sobre la misma base de autoridad paternal y sumisión filial. El funcionario sólo es responsable ante quien lo nombró, y en cualquier momento esa misma persona lo puede cesar del cargo.

tabla de procesos de dominación política

Otro subtipo de la dominación tradicional es la del gobierno feudal que sustituye la relación paternalista por un pacto de fidelidad. Éste se determina contractualmente sobre la base del militarismo caballeresco, aristocrático y terrateniente, cuyos integrantes constituyen un grupo estamental o de estatus (posición, rango, privilegios o "estilos de vida" y subculturas de exclusión de los extraños) basado en las relaciones de parentesco (la sangre y el honor) y en los derechos territoriales del terrateniente como gobernante local de colonos patrimoniales y súbditos políticos. Estos derechos son formalizados en la herencia de un feudo mediante el "vasallaje", lo que constituye un antecedente importante del contrato de hombres libres en la sociedad de mercado.

Los parlamentos medievales eran las instituciones que representaban y garantizaban el cumplimiento de las leyes tradicionales de la aristocracia militar terrateniente, de "auxilio y concilio" que regulaban el contrato de propiedad y autoridad, y de señorío y servidumbre en toda la escala jerárquica de la organización feudal, desde el campesino hasta el emperador. En la sociedad feudal europea, dentro de cada reino particular se desarrolló un sistema de estamentos o estados generales que en una asamblea tripartita organizaban a los representantes de las corporaciones estamentales: la nobleza, el clero y, posteriormente, el "tercer estado", los burgueses. Estos últimos eran representantes de las ciudades, en tanto sectores o clases distintas del sistema político feudal, esto es, corporaciones fundadas en principios de afinidad ocupacional y gremial, y no en los principios guerreros de la "sangre".


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