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4.3.2 De la poesía y el duelo

Tumba Ribaudo, Cementerio monumental de Staglieno, Genova

Tumba de la familia Ribaudo, de Onorato de Toso, cementerio de Staglieno, 1910.
Fotografía de Daniele Libero Campi Martucci / CC BY 3.0

Ahora bien, la poesía no es únicamente una forma de encontrar "ciertas esencias" a través del lenguaje y de hacer que el lector las experimente al activar una "chispa" de experiencia, sino que posee funciones múltiples que dependen también de muchos factores. Se escriben poemas para honrar a alguien y preservar su memoria, para encontrar consuelo, para reflexionar sobre la continuidad natural o sobre valores morales, metafísicos y religiosos. Un poema puede ser también un espacio en el que se construye una identidad cultural. Puede ser el reflejo de la manera en que el ser humano experimenta la vida social, la historia, el lenguaje y el lugar específico en el que vive. La forma poética está asociada, como escribieron Huidobro y Gorostiza, a lo más esencial y misterioso, pero también al juego y a la cotidianidad.

Algunas de estas otras funciones pueden ilustrarse con textos específicos. Por ejemplo, un poema puede ser la forma de lamentarse y expresar una pérdida. El escritor estadounidense Archibald MacLeish (1892-1982) pensaba que un poema puede contar la historia del dolor con sólo mostrar un corredor vacío y una hoja de maple. El español Miguel Hernández (1910-1942) escribió, a la memoria de su amigo Ramón Sijé, los siguientes versos:


Elegía6

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con mis dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Hernández fechó su poema el 10 de enero de 1936, dos semanas después de la muerte de Sijé. Entre otras cosas, con él había colaborado en la revista El Gallo Crisis, a pesar de que no compartían la misma visión de lo que la poesía tenía que ser. Hernández creía que ésta debía estar más ligada a la vida cotidiana y a la historia (como lo ejemplifican las canciones que escribió a su hijo y esposa o los poemas centrados en la guerra civil española), y no únicamente ser una forma sublimada de escritura.

En la poesía moderna, una elegía es un poema de tono formal o ceremonial que se escribe cuando alguien muere. Se escriben elegías para lamentarse, para honrar a alguien y para encontrar consuelo. Todas éstas son formas de experimentar una pérdida: al lamentarse, se expresa un dolor, se honra a la persona que ha muerto y se le idealiza al preservar su memoria entre los vivos; asimismo, se busca consuelo por la pérdida reflexionando sobre la continuidad natural o sobre valores morales, metafísicos y religiosos. El poema de Hernández es una de las elegías más memorables en lengua española. El dolor que se experimenta por la muerte del amigo ("Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento") se expresa brutalmente en versos que van suavizándose paulatinamente ("Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte"), y que buscan algún consuelo en el homenaje que se escribe ("Tu corazón, ya terciopelo ajado, / llama a un campo de almendras espumosas / mi avariciosa voz de enamorado").

La unidad del poema no se debe únicamente a la descripción del proceso del duelo, sino también a que la métrica es rigurosa: son tercetos encadenados por la rima, esto es, por versos que riman con un verso de la misma estrofa y con otro de los tercetos inmediatamente anterior y posterior (ABABCBCDEC…XYXZYZ). Además del patrón sonoro que se desprende de la rima, esta estructura rítmica posee una extraordinaria función semántica ya que hace que se preste atención a la relación sonora entre dos palabras distantes y, de esta manera, se creen asociaciones de sentido (semánticas) que resultan en imágenes que refuerzan el tema principal. Así, por ejemplo, las palabras involucradas en la última rima del poema, "te requiero" y "compañero", parecen resumir el impulso original del poema y concentrar lo que se expresa a lo largo de la elegía completa.

Resulta un tanto extraño discutir un poema sobre el dolor que puede causar la muerte de un ser querido a partir de los términos aparentemente fríos de la rima. Sin embargo, la escritura (y la lectura) de poemas que siguen patrones formales tan estrictos también es una especie de terapia que permite experimentar las pérdidas fundamentales de otra manera. Es un ritual gracias al que puede seguirse adelante, sentir que existe una comunicación con lo que se ha perdido y que es posible compartirlo con los que están cerca.


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