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3.4.2 Las novelas primitivas

Metamorfosis

Las Metamorfosis de Apuleyo

, ilustración de autor desconocido, 1787.

En muchos de los antiguos poemas épicos se pueden identificar elementos que posteriormente serán característicos de las primeras novelas: se trata de obras narrativas en las que se cuentan historias de personajes que llevan a cabo acciones sobresalientes. En la mayoría de las ocasiones el desarrollo de los relatos es lineal; así, se apegan a una cronología progresiva, aunque el tiempo de la narración suele acelerarse o retardarse, según la voluntad de los autores.

Las novelas primitivas aparecieron en la Edad Media (salvo ejemplos excepcionales de la cultura latina, como El asno de oro, de Apuleyo), por lo cual suele decirse que se trata del más tardío de todos los géneros literarios. Su origen coincide con la difusión de los últimos poemas épicos medievales (Cantar de Roldán, Poema de mio Cid, Cantar de los nibelungos, etc.); ambas formas narrativas (tanto las novelas primitivas como los poemas épicos) se asemejaban por contar de manera extensa las aventuras de los héroes, pero muy pronto un rasgo formal las distinguió: los poemas épicos, como su nombre lo indica, utilizaban el verso como forma discursiva; mientras que las novelas primitivas adquirieron su definición gracias al auge que para el siglo xiii empezó a cobrar la prosa escrita en las nuevas lenguas de Europa.

En los siglos XIV y XV empezaron a crearse las primeras narraciones en prosa con asunto caballeresco. Los temas se derivaban de las historias que aludían a las cruzadas o giraban en torno a algunos personajes legendarios, como el rey Arturo.

Para el siglo XVI, la primitiva novela europea era un género bien definido; se podía distinguir entre dos grandes variedades: la novela y la novela corta, diferenciadas evidentemente por su extensión, lo que suponía también distinto tratamiento de las anécdotas, mayor o menor riqueza descriptiva, la elección de varias líneas narrativas o de una sola, mayor o menor desarrollo cronológico. También se habían diversificado los subgéneros novelísticos de acuerdo con el tema que abordaran los autores; además de las novelas de caballerías, surgieron las novelas pastoriles, las sentimentales y las picarescas. Esta diversificación del género es una muestra clara del rápido desarrollo que tuvo la novela en poco más de un siglo.

Los autores de estos tipos de novelas, de acuerdo con los cánones artísticos (y de pensamiento en general) de su tiempo, sabían que repetir una fórmula narrativa era prueba de maestría, de dominio del género. Para ellos era importante contribuir a la formación de una tradición que habría de permanecer inalterable en la medida que permitiera las múltiples variaciones anecdóticas que cada novela singular ofrecía. Por ejemplo, si la historia de un pícaro como el Lazarillo de Tormes había resultado exitosa, ¿por qué no seguir escribiendo la vida de muchos otros pícaros? El público exigía originalidad en las historias, no en las formas de narrar, tampoco en las convenciones de cada subgénero narrativo; si en el Lazarillo se había contado —en voz del protagonista— la historia de un niño pobre e ingenioso, que había llegado al mundo para sobrevivir gracias a su astucia, entre sufrimientos, hambre y vejaciones diversas, que mostraba la cara opuesta del mundo heroico en un pueblo pobre que hacía de la sobrevivencia cotidiana la mayor aventura de la existencia, ¿por qué no volver a contar la historia de muchos otros pícaros que pasaran por semejantes desventuras? De esta manera, la repetición de fórmulas narrativas se convirtió en una de las condiciones que mejor caracterizaron a la novela premoderna.


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