La imaginación ha concebido un astuto y sutil paliativo para ese divorcio inevitable entre nuestra realidad limitada y nuestros apetitos desmedidos: la ficción. Gracias a ella somos más y somos otros sin dejar de ser los mismos. En ella nos disolvemos y multiplicamos, viviendo muchas más vidas de la que tenemos y de las que podríamos vivir si permaneciéramos confinados en lo verídico, sin salir de la cárcel de la historia.
MARIO VARGAS LLOSA, La verdad de las mentiras.
Desde tiempos remotos los seres humanos han contado historias; no es difícil imaginar la creación de los primeros relatos de forma paralela a la creación del lenguaje. Conciencia de sí y del mundo, memoria, capacidad de abstracción, articulación lingüística e imaginación son manifestaciones de la conducta humana que se desarrollaron de manera paralela. Los seres humanos aprendieron a contar historias narrando sus recuerdos más inmediatos; el origen de la palabra literaria puede situarse en el momento en que los humanos dejan de contar exclusivamente lo que han vivido y empiezan a contar también lo que sueñan, lo que desean, lo que temen; cuando no les es suficiente enunciar la realidad que los rodea y crean una realidad imaginaria que los trasciende.
Las primeras grandes historias que contaron mujeres y hombres tenían como propósito explicar el origen (del mundo, del ser humano, de los dioses y de las múltiples anécdotas que contaban la relación compleja entre mortales y dioses). Estas historias las conocemos con el nombre de mitos (cosmogónicos, antropogénicos o teogónicos, respectivamente). Posteriormente se crearon relatos fabulosos que explicaban el origen de los pueblos, su historia heroica, sus peregrinaciones, sus guerras contra otros pueblos y las consecuentes derrotas y victorias; asimismo, los hechos memorables de los reyes y guerreros sobresalientes. Se trataba de historias que, entre otras funciones, tenían el propósito de dar identidad al individuo; es decir, resaltar los rasgos que lo vinculaban con el resto del grupo: un pasado común, ideales semejantes, enemigos comunes, los mismos valores e idénticas explicaciones de la existencia (humana y sagrada).
La Antigüedad nos heredó varias narraciones de este tipo, las cuales se conocen con el nombre de poemas épicos. En estos poemas se desarrollaron algunas de las primeras convenciones de las obras narrativas; por ejemplo, la creación de personajes heroicos, la presencia de los dioses involucrados directamente en el destino de los héroes y de los pueblos. Asimismo, se creó una idea de "lo real", idea que dependía ante todo del manejo del lenguaje, así como del manejo de las nociones de tiempo y espacio; ya los antiguos poetas épicos sabían que el tiempo del relato es un artificio creado para conseguir determinados efectos psicológicos en los lectores; por su parte, el espacio en estas ficciones narrativas proponía la existencia de lugares ideales en los que las acciones humanas adquirían trascendencia y rebasaban lo ordinario de la vida cotidiana, buscando la posibilidad de lograr hechos excepcionales.
Por último, se crearon anécdotas que retomaban formas discursivas semejantes, entre las cuales el viaje tuvo un lugar importante; la idea de un personaje que emprende un viaje desde un lugar cualquiera (por ejemplo, Troya) para llegar a otro lugar (Ítaca), teniendo que enfrentar circunstancias de todo tipo, las más de las veces adversas, conlleva en sí un diseño narrativo, pues supone una acumulación de anécdotas que poseen un inicio, uno o varios puntos climáticos y un desenlace; el viaje discurre sobre una estructura narrativa y fue muy utilizado por una gran cantidad de autores.