Todo mito es un relato que proporciona una red de sentido con la cual se explica el orden del mundo; los mitos de origen, por ejemplo, sirven para que el mundo físico encuentre su razón de ser y su finalidad.
El relato mítico, dice Pierre Ansart, sitúa la finalidad suprema de la vida cotidiana en la realización del mito, "en la fidelidad a los modelos y la representación renovada de su sentido colectivo mediante el rito y la ceremonia".12 El rito justifica
los ciclos de la vida colectiva, los diferentes momentos de la vitalidad común con sus fases de latencia y regeneración. La fiesta del retorno a los orígenes expresa el momento supremo de la adecuación de lo vivido a las significaciones. En ellos se somete a prueba el sentido universal cuya repetición asegura, mágicamente, la regeneración total.13
La necesidad de repetir el rito, la fiesta y la recitación del mito obedece a que el sentido debe ser actualizado incesantemente para que la vida colectiva conserve su coherencia; lo que se renueva con la repetición no es el esquema de legitimación que asigna derechos y deberes. Por lo tanto, el mito no es sólo estructura de sentido, sino también instrumento de regulación social; los mitos de una colectividad sirven tanto para asegurar la donación de sentido como para explicar el mundo de las cosas y de los humanos, y para imponer un sistema de jerarquías y poderes.