El juramento de los Horacios, de Jacques Louis David, 1784.
Ejemplo paradigmático de la pintura neoclásica: se retoma un tema clásico, el dibujo tiene una estructura geométrica, y se respetan las unidades de lugar, tiempo e historia.
Para que los textos literarios revelen el uso poético del lenguaje y se perciba la elaboración y la complejidad de su forma y estructura, es preciso que, como condición previa, el lector o lectores de un texto lo consideren perteneciente a la categoría "literatura", ya que, de otro modo, será leído e interpretado a la luz de otros parámetros que incidirán directamente en su valoración y comprensión.
Existe una relación de interdependencia entre la obra literaria y sus lectores, en el sentido de que ambos presuponen una cierta manera de entender y asumir lo literario, por lo que cuando son compatibles los marcos de referencia implícitos, puede establecerse el contacto y la comunicación entre lector y texto. El lector que carezca de esos marcos, o no esté familiarizado con las convenciones literarias, podrá sentirse desconcertado frente a un poema, una novela, un ensayo o una obra de teatro, ya que no sabrá qué hacer con ese lenguaje extraño, hasta cierto punto incomprensible y plagado de incoherencias.
Si bien una determinada tradición literaria —conformada por un conjunto de textos orales y escritos— supone, por una parte, la conservación de la memoria de una comunidad, así como de un acervo de convenciones que aportan la base sobre la cual se estructuran las formas literarias; por otra parte, se trata de una práctica social cuyas reglas de escritura y de lectura se van transformando histórica y culturalmente.
El poeta Luis Cernuda, entre otros, ha llamado la atención sobre el carácter simultáneamente tradicional y renovador de la literatura:
En toda expresión poética, en toda obra literaria y artística, se combinan dos elementos contradictorios: tradición y novedad. El poeta que sólo se atuviese a la tradición podría crear una obra que de momento sedujese a sus contemporáneos, pero que no resistiría al paso del tiempo; el poeta que sólo se atuviese a la novedad podría igualmente crear una obra, por caprichosa y errática que fuese, que tampoco dejaría en ciertas circunstancias de atraer a sus contemporáneos, aunque tampoco resistiría el paso del tiempo. Es necesario que el poeta, haciendo suya la tradición, vivificándola en él mismo, la modifique según la experiencia que le depara su propio existir, en el cual entra la novedad, y así se combinan ambos elementos. Hay épocas en que el elemento tradicional es más fuerte que la novedad, y son épocas académicas; hay otras en que la novedad es más fuerte que la tradición, y son épocas modernistas. Pero sólo por la vivificación de la tradición al contacto de la novedad, pueden surgir obras que sobrevivan a su época.9
La historia de la literatura permite observar la existencia de diversos modelos estéticos que se expresan bajo el concepto de corrientes literarias. Éstas agrupan las convenciones temáticas, de género o de procedimientos formales que son asumidas por un conjunto de autores en un periodo determinado; asimismo, expresan una visión del mundo que, sin duda, está condicionada por el contexto histórico y social en el que se inscribe.
Por ejemplo, el neoclasicismo, que surge como consecuencia de la Ilustración y su convicción de tener acceso a la verdad y al conocimiento mediante el camino único de la razón, concibe la existencia del modelo estético clásico como único válido e intemporal, al cual debía ceñirse todo artista. Por su parte, el romanticismo —que rechaza el predominio de la razón como única vía de conocimiento— reacciona contra la corriente neoclásica y sostiene la validez de una pluralidad de modelos posibles. Los partidarios del romanticismo exaltaron el genio individual, la subjetividad y la imaginación del artista.
La evolución literaria, por lo tanto, no puede desligarse de la historia de las ideas, de la cultura y de la sociedad. Es importante destacar que la influencia entre contexto y arte es recíproca. Al reflejar directa o indirectamente su contexto, el arte permite a su público tomar distancia de dicho contexto para adoptar una nueva perspectiva, posibilitando así el ejercicio de la reflexión y de la crítica.
El fenómeno de la evolución literaria ha sido explicado también a partir de las nociones de "norma" y "desviación", empleadas por los formalistas. Cuando un determinado esquema métrico, un tema o algún otro tipo de recurso que en un momento dado haya resultado novedoso y sorpresivo para los lectores —cumpliendo así su función desautomatizadora— tiende a desgastarse, convirtiéndose a su vez en norma, se vuelve necesario introducir nuevos elementos que transgredan dicha norma.
Por ejemplo, la novela realista utilizó una serie de recursos (narración omnisciente en tercera persona, además de profusas descripciones de ambientes y personajes) para producir la impresión de una mirada objetiva y distante de la realidad representada, manteniendo una clara distinción entre personajes, narrador y autor. Estos recursos se convirtieron en convenciones con las que rompió, en España, la nivola de Miguel de Unamuno, al introducir un personaje que no sólo habla con su autor, sino que cuestiona la autoridad de éste sobre su creación e, incluso, la realidad de su propia existencia. La ruptura con las convenciones de la novela realista le permitió a Unamuno relativizar algunas de las supuestas certezas de la existencia humana, entre otras, los límites entre la realidad y la ficción.
El proceso dialéctico entre norma y desviación ofrece una explicación sobre la secuencia de las diferentes corrientes literarias (barroco, neoclasicismo, romanticismo, realismo, simbolismo, etc.), ninguna de las cuales puede ser concebida al margen de su historicidad.
Guitarra y clarinete, de Juan Gris, 1920.
Juan Gris es uno de los pintores más representativos del cubismo; éste representa la primera vanguardia europea, y establece una ruptura definitiva con la pintura tradicional.
Cada corriente literaria puede definirse también por el tipo de relación que mantiene con los modelos anteriores, es decir, con la tradición, la cual puede ser de continuidad o de ruptura. En la literatura medieval, renacentista o neoclásica, por ejemplo, hay una voluntad por mantener la continuidad de modelos previos, mientras que en la literatura romántica o vanguardista hay un deseo expreso de ruptura y de incorporación de nuevos elementos que cambien, en alguna medida, lo que el lector de ese momento está acostumbrado a entender y valorar como literario.