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4.1.3 La crisis del mundo capitalista y el final del liberalismo

Tras la primera guerra mundial, la economía de Estados Unidos salió fortalecida y se convirtió en el máximo acreedor del mundo. Toda Europa, sumida en el caos luego de la guerra, debía dinero a Estados Unidos, especialmente Alemania, país al que para mantenerlo debilitado se le obligó, en el Tratado de Versalles, a resarcir los costos de la guerra con una suma imposible de pagar. Por otra parte, la incapacidad de compensar a los vencidos impidió la mundialización de la economía durante la entreguerra y por lo tanto, el crecimiento económico.

De esta manera, el desequilibrio creciente en la economía internacional debido a la asimetría entre la economía de Estados Unidos y las otras potencias, y la incapacidad de crear una demanda suficiente a escala mundial para sustentar una expansión duradera, produjeron una contracción de los mercados que devino en una crisis mundial cuando en octubre de 1929, la Bolsa de Valores de Nueva York quebró.18 Con la caída internacional de los precios el desastre se generalizó en Europa y repercutió sobre todos los países del mundo.

El colapso económico fue similar a las crisis cíclicas propias del funcionamiento de la economía capitalista, que pasa por procesos de expansión y depresión, analizados por Kondratiev como ondas largas. En estas ondas se observa un ciclo de crecimiento y acumulación capitalista que abarata la mano de obra produciendo una rebaja en los salarios y la consiguiente imposibilidad de los trabajadores de comprar lo producido, por lo que comienza a generarse una superabundancia de productos sin compradores. A este fenómeno le sigue una baja en los precios lo que redunda en una baja en las ganancias y acumulación capitalista, originándose entonces una crisis de sobreproducción que afecta a todas las ramas de la industria.

Las causas últimas de la crisis estadunidense de 1929 fueron, por una parte, la contracción de la demanda y del consumo personal, los excesos de producción y pérdidas consiguientes (por ejemplo, en el sector automovilístico y en la construcción) y la caída de inversiones, propiciada por la caída de precios; y por otra, la reducción en la oferta monetaria y la política de altos tipos de interés llevadas a cabo por el Banco de la Reserva Federal desde 1928 para combatir la especulación bursátil.

En cualquier caso, el producto interno bruto estadunidense cayó en 30% entre 1929 y 1933, del mismo modo que el alemán; la inversión privada, en 90%; la producción industrial, en 50%; los precios agrarios, en 60%, y la renta media en 36 por ciento. Unos nueve mil bancos –con reservas estimadas en más de siete mil millones de dólares– cerraron en esos mismos años. El paro, que en 1929 afectaba sólo al 3.2% de la población activa, se elevó hasta alcanzar en 1933 al 25% de la masa de trabajadores, esto es, a unos catorce millones de personas.19 Como consecuencia, Estados Unidos redujo drásticamente las importaciones de productos primarios (sobre todo de productos agrarios y minerales procedentes de Chile, Bolivia, Cuba, Canadá, Brasil, Argentina e India), procedió a repatriar los préstamos de capital a corto plazo hechos a países europeos y en particular a Alemania, y recortó sensiblemente el nivel de nuevas inversiones y créditos.

La dependencia de la economía mundial respecto de la de Estados Unidos era ya sustancial (sólo en Europa los préstamos estadunidenses entre 1924 y 1929 se elevaron a 2 957 millones de dólares), y las debilidades del sistema internacional eran graves: países excesivamente endeudados y con fuertes déficits comerciales, grandes presiones sobre las distintas monedas, muchas de ellas sobrevaloradas tras el retorno al patrón-oro, numerosas economías dependientes de la exportación de sólo uno o dos productos. El resultado de la reacción estadunidense fue catastrófico: provocó la mayor crisis de la economía mundial hasta entonces conocida.20

En todos los países desarrollados se desató un auge de inflación y desocupación. Por otra parte, se esfumó por completo el ahorro privado, lo que provocó una falta total de capital circulante para las empresas, en particular para Alemania que dependía de manera exclusiva de los préstamos exteriores.

Fuera de Europa y Estados Unidos, también se vivió la crisis del sistema capitalista. La baja de los precios llevaron a la ruina a los agricultores que dependían del mercado, en particular aquellos dedicados a cultivos de exportación, mientras que para los que trabajaban y dependían de un salario, el desempleo y la baja en la capacidad de compra se hizo sentir por mucho más tiempo del previsto. Esto resintió aún más el nivel de vida general debido a que no se contaba con sistemas sociales capaces de sostener la situación de quienes entraban en paro. Millones de desempleados enfermos vagaban por las calles de Nueva York, Londres, Berlín, Río de Janeiro, Santiago o Buenos Aires, en busca de cualquier actividad remunerada.

Hacia 1933, algunas economías parecían ya camino de su recuperación, y para entonces lo peor de la depresión había pasado. Pero los efectos a corto plazo fueron devastadores. En primer lugar, el desempleo alcanzó cifras jamás conocidas: catorce millones en Estados Unidos, seis millones en Alemania, tres millones en Gran Bretaña y cifras comparativamente parecidas en numerosísimos países.

En segundo lugar, como ya se había adelantado, la crisis social favoreció el extremismo político. El temor real o ficticio al avance del comunismo y de la agitación revolucionaria provocó en muchos países el auge de movimientos de la extrema derecha. La crisis contribuyó decisivamente al colapso de la República de Weimar en Alemania y alentó el triunfo casi simultáneo del régimen nacionalista.

En tercer lugar, la crisis económica provocó el destierro del liberalismo económico en las políticas de los Estados desarrollados y sus zonas de influencia, hasta los años ochenta, cuando volvió a aparecer. Las medidas económicas proteccionistas que implementaron los gobiernos produjeron fuertes tensiones en las relaciones comerciales internacionales. Por ejemplo, se generalizó el proteccionismo sobre la agricultura, imponiendo aranceles frente a la competencia extranjera.21

En tanto el pleno empleo fue el lema futuro de los gobiernos, auspiciados por el teórico británico John Maynard Keynes, quien propugnaba por la eliminación del desempleo aumentando la demanda de trabajo, pues sostenía que al crear fuentes de trabajo y garantizar un salario a los trabajadores se solventaría la crisis de baja de precios ya que aumentaría el consumo. Esto fue acogido con beneplácito por los gobiernos, pues el desempleo era evaluado como un factor social y políticamente explosivo.

Al final se implantó un sistema de seguridad social y comenzó a establecerse la planificación estatal de larga duración, en parte tomando como modelo a los planes quinquenales de la URSS, un sector del mundo que no fue afectado por la crisis capitalista.22

La experiencia crítica de la gran depresión a escala mundial impuso una serie de enseñanzas a los directores de las economías nacionales, que permitieron la reconstrucción de un sistema económico mixto, como el contenido en las propuestas de campaña del Partido Demócrata estadunidense, que llevaron a la Casa Blanca a Franklin D. Roosevelt y su Nuevo Trato,23 el cual favoreció el auge económico luego de la segunda guerra mundial.


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