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3.3 LA REVOLUCIÓN MEXICANA Y LA CRISIS DE LA SEGUNDA INTEGRACIÓN MUNDIAL

Gibran Bautista y Lugo

En los capítulos precedentes se ha visto cómo la historia mundial es, en buena medida, la de México. Esta afirmación es particularmente importante para comprender la historia de la formación del Estado y la sociedad mexicanos durante el siglo XIX y principios del XX, pues existe el riesgo de "nacionalizar" las explicaciones ante procesos históricos tan significativos para el imaginario patriótico, como el liberalismo decimonónico y la Revolución mexicana, sobre todo en una época de centenarios y bicentenarios.

Cien años después de 1910, el horizonte ideológico e historiográfico de la Revolución mexicana es vasto. Puede decirse que, desde los ensayos de Luis Cabrera en 1911 hasta los últimos artículos en la víspera del centenario, se han producido muchas revoluciones mexicanas.60

Las múltiples visiones han marcado el pulso de la historiografía revolucionaria que, desde el presente, podrían organizarse en etapas definidas: primero las interpretaciones clásicas al estilo de Frank Tannenbaum,61 después el revisionismo político, en las obras de José C. Valadés o Daniel Cosío Villegas,62 y el revisionismo académico, que tuvo en el Zapata de John Womack Jr. y en la investigación prosopográfica de François-Xavier Guerra sus obras más representativas;63 en la marea de revisiones, la interpretación radical y progresista de Adolfo Gilly se convirtió en punto de referencia para los enfoques posteriores.64 Luego vino la crítica del revisionismo y la llegada de las grandes síntesis, como las de Alan Knight y John Mason Hart,65 y simultáneamente la historia social, institucional y diplomática convirtió a la Revolución mexicana en uno de los temas históricos más estudiados, con las múltiples aportaciones de Friedrich Katz, Romana Falcón, Javier Garciadiego, Lorenzo Meyer y Santiago Portilla, por citar algunos.66 Recientemente la regionalización, las historias culturales y subalternas formularon nuevos enfoques, entre los que destacan los estudios de Daniel Nugent, Gilbert Joseph, Felipe Ávila, Francisco Pineda, César Navarro y Pedro Salmerón.67

Entre la inmensidad de interpretaciones destacan las visiones de conjunto que permiten acercarse al tema de manera general.68 En particular, la publicación, en 1986, de la investigación seminal de Alan Knight69 y el tomo IV de la Gran historia de México ilustrada, De la reforma a la Revolución. 1857-1920, coordinado por Javier Garciadiego y publicado en 2001,70 constituyen dos referencias básicas para emprender el conocimiento sobre el tema, sin perderse en el universo infinito de la historiografía sobre la Revolución.

A pesar de la diversidad de visiones y enfoques, una característica común de las historiografías sobre la Revolución mexicana es la referencia –implícita o explícita– a un proceso histórico decisivo y excepcional de la historia mexicana, aun para los revisionistas más radicales. Sin embargo, en el marco de una historia de revoluciones que comienza en el siglo XVI, la de 1910 ocupa un lugar acotado.

En este texto propongo realizar una lectura concisa de la vasta historiografía sobre la Revolución mexicana, teniendo como eje articulador el contexto mundial. Ejercicios de interpretación como éste, desde luego, han sido emprendidos antes; los historiadores soviéticos Alperovich, Rudenko y Lavrov explicaron las causas de la Revolución mexicana con la subordinación de la economía mexicana a la inversión extranjera directa, y en el resultado del proceso armado observaron el triunfo de la influencia de Estados Unidos en México frente a otras potencias.71

Ante la sugestiva interpretación soviética de la Revolución mexicana, durante las décadas posteriores a su publicación y traducción al español, se produjeron eruditas investigaciones sobre los intereses de las potencias económicas mundiales en México a finales del siglo XIX y principios del XX. Los cambios de orientación del cuerpo diplomático en México, sus crisis internas y posiciones del porfiriato a la Revolución fueron estudiadas con profundidad por Katz.72 También existen aportaciones de carácter teórico e historiográfico que abordan la vinculación de los procesos históricos mexicanos con la transformación de lo que entonces fue llamado el imperialismo.73

A la luz de las investigaciones regionales y sobre la cultura política de los distintos grupos revolucionarios, ¿cómo debemos entender la Revolución mexicana en el desarrollo de la economía y la política mundial?

Por su parte, el porfiriato ha sido caracterizado sucesivamente como una época de autoritarismo y represión; pero también de progreso económico, creación de élites regionales, florecimiento del urbanismo y la paz. Otros, incluso han declarado que se trata del primer Estado mexicano.74 Aunque en gran medida, esos distintos juicios han sido construidos en función de las historiografías de la Revolución.

Así pues, conviene estudiar el porfiriato y la Revolución como dos partes de un solo proceso, que expresó en México el final de una época de la historia mundial iniciada a finales del siglo XVIII.


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