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3.2.3 La revolución de independencia y la disputa por la nueva nación

Una breve recapitulación de los apartados anteriores debe concluir que, luego de la guerra de los siete años, Inglaterra y España enfrentaban problemas parecidos y las medidas que tomaron reforzaban los aspectos coercitivos hacia sus colonias. Wallerstein concluye de manera muy acertada lo siguiente:

Después de 1763, como respuesta, tanto británicos como españoles tendieron a aumentar el uso de la coerción […] ambos gobiernos intentaron aumentar los impuestos en las colonias […] los colonos de ambos países reaccionaron de forma semejante, los británicos tiraron el té al puerto de Boston en 1770 y los españoles tiraron aguardiente (y también quemaron tabaco) en Socorro en 1781.46

La reacción más contundente fue la independencia de las colonias británicas y, vistas las cosas en retrospectiva, bien podría decirse que la independencia de las colonias españolas también fue el resultado previsible de ese cambio en la política colonial. Sin embargo, vale la pena ser cautos y estudiar las cosas atendiendo al momento preciso en que ocurrieron.

La Nueva España dista casi 10 000 kilómetros de la península ibérica, pero esa enorme distancia geográfica no se corresponde con la estrecha relación que mantenía con la historia y los acontecimientos europeos. América, como otras regiones del planeta, se habían integrado al devenir europeo y el compás de éste marcaba el "tiempo del mundo", según la expresión del historiador francés Fernand Braudel.

Así, la competencia entre Francia e Inglaterra tendría severas consecuencias para la historia de la Nueva España. Hacia 1808, Francia era gobernada por Napoleón Bonaparte. La toma de La Bastilla en 1789 y los regímenes revolucionarios parecían quedar atrás, a la sombra del eminente general Bonaparte, devenido emperador de Francia desde 1804. El genio político-militar de Napoleón le permitió expandir la presencia francesa en distintas regiones de Europa. La guerra y la política eran los medios para apoyar el crecimiento económico interno y fomentar el comercio de exportación. De manera significativa, Francia no había logrado vencer militarmente a Inglaterra. Por tanto, Napoleón decidió bloquearla comercialmente y procuró que las otras naciones europeas participaran en ese bloqueo. Portugal, desafortunadamente, no se sumó al bloqueo y Napoleón decidió invadir el territorio lusitano. Para ello, el emperador francés acordó una acción por tierra. Firmó un acuerdo con el rey español, Carlos IV, que autorizaba el paso de tropas francesas por el territorio hispánico hacia Portugal. El movimiento fue muy rápido y, en pocas semanas, el ejército francés entró a Lisboa. El príncipe regente de Portugal, Juan de Braganza, huyó a Brasil.

En España, el paso de los ejércitos franceses no fue aprobado por toda la nobleza. Se generó una crisis aristocrática y Carlos IV fue depuesto. En su lugar se coronó su hijo Fernando, quien tomó el nombre de Fernando VII. Napoleón aprovechó semejante crisis para intervenir. Convocó a padre e hijo a un encuentro en Bayona, donde forzó a Fernando VII a restituir el trono a Carlos IV y a éste a abdicar a favor de José Bonaparte, hermano del emperador francés. Napoleón se adueñaba de la península ibérica. Pero, más aún, del imperio hispánico, con todo y sus colonias americanas. Podría decirse que, con este acto, Napoleón también atacaba a Inglaterra, pues las colonias españolas en América eran mercados ambicionados por los comerciantes ingleses.

La población reaccionó ante lo que se consideraba una intervención francesa en España. Comenzó un movimiento de resistencia y, sin duda, una guerra de independencia. En términos políticos, la sociedad comenzó a organizarse en juntas locales y provinciales. Durante el verano de 1808 se constituyeron alrededor de dieciocho de estas asambleas y, en septiembre del mismo año, se formó una Junta Central. Esta forma de organización también surgió en las colonias americanas.47

Es evidente que la invasión napoleónica obligaba a la defensa de España por los españoles. Sin embargo, también es cierto que la deposición de los monarcas españoles y la instauración de José Bonaparte planteaban algunos problemas de carácter teórico político. La cuestión más inmediata era, ¿quién podía gobernar en ausencia del rey legítimo? Los teóricos españoles apoyados en su propia tradición política decidieron que, en ausencia del monarca legítimo, la soberanía retornaba al pueblo y era éste quien podía darse la forma de gobierno que mejor conviniera.

Poco más de un año después, la Junta Central se había trasladado a Cádiz y, desde ahí, en enero de 1810, revivió una institución un tanto olvidada: las "cortes". Se trataba de constituir una asamblea donde estuvieran representados los distintos estamentos del reino, pero también donde estuviera representada la amplia geografía hispánica. Las cortes, en sus orígenes medievales, tenían por función dar consejo al monarca. Pero, ante las nuevas circunstancias, asumirían la soberanía perdida por la deposición del monarca legítimo. La convocatoria a las cortes incluyó a los territorios americanos.

La Nueva España, por su parte, también había resentido la invasión francesa de manera inmediata. Las principales autoridades se vieron envueltas en una crisis de legitimidad. El virrey Iturrigaray, por ejemplo, se planteó algunas dudas acerca de cuál era su fuente de autoridad si el monarca que lo había designado había perdido su poder. El ayuntamiento de la ciudad de México, atendiendo a la teoría política más tradicional, consideraba que en el momento en que el rey había sido separado de su trono, la soberanía retornaba al pueblo y, el mismo ayuntamiento, aprovechando la coyuntura, se consideró representante de ese "pueblo". Sin embargo, en aquel momento de crisis, le pidió al virrey que continuara en funciones. Otros ayuntamientos también se consideraban depositarios de la soberanía y deseaban constituir juntas provinciales como las que se estaban creando en la península. La Audiencia, por su parte, consideraba que la crisis no menguaba su poder ni su legitimidad. Por lo tanto, no podía tolerar la posición del ayuntamiento de la ciudad de México ni ninguna otra alternativa.

Mapa La revolución política en el mundo hispánico

 

En una primera instancia, el virrey vio con buenos ojos la idea de una asamblea de ciudades, pero ante la oposición de la Audiencia, decidió consultar a algunas de las instituciones más importantes de la colonia: la Audiencia, el ayuntamiento de México, la universidad, los tribunales especiales, el ejército, el consulado de comerciantes, el tribunal de minería, los monasterios de Guadalupe, Santo Domingo y el Carmen, así como a los gobernadores indígenas de las parcialidades capitalinas. Hubo cuatro juntas: el 9 y 31 de agosto, y el 1 y 9 de septiembre.

La crisis política y de legitimidad se había desencadenado y ya no cesaría sino mucho tiempo después. El virrey Iturigaray fue depuesto en aquel año de 1808. En la metrópoli, las juntas locales dieron paso a una Junta Central, la que, a su vez, se trasladó a Cádiz y desde ahí convocó a unas cortes constituyentes. Ambas instancias –la Junta Central y las cortes constituyentes– dieron lugar a procesos electorales, tanto en España como en América. Así, y aunque en ningún caso se plantearon desconocer a la monarquía como forma legítima de gobierno, se había iniciado un cambio político en el mundo hispánico que sería difícil detener.

Las llamadas "Cortes de Cádiz" se reunieron a partir del 24 de septiembre de 1810 y sesionaron hasta el 20 de septiembre de 1813.48 En el medio, en marzo de 1812, se promulgó la Constitución de Cádiz. Pocos días antes de comenzar las sesiones de aquellas cortes, pero del otro lado del Atlántico, se descubrió una conspiración en el Bajío mexicano y se desencadenó la lucha por la independencia como un fenómeno que trascendió el ámbito de las élites y se convirtió en un fenómeno de masas.

Vale aclarar que en los últimos decenios, los historiadores han revisado los movimientos sociales de fines del siglo XVIII y principios del XIX, y han concluido que las revueltas y conspiraciones eran frecuentes por aquella época.49 Sin embargo, la conspiración de Querétaro adquirió un significado especial por el momento histórico en que se produjo. Por lo tanto, a los actores tradicionalmente conocidos –Hidalgo, Domínguez, Aldama, Rayón, Morelos, Victoria, Guerrero…– debemos incluir los miles de campesinos que los acompañaron en su gesta independentista. Asimismo, a las ideas ilustradas de igualdad y libertad debemos añadir las necesidades de intercambio comercial con otras regiones del imperio y con otras potencias, como Inglaterra y Francia, pero también la búsqueda de las condiciones mínimas de vida del grueso de la población.

Las primeras etapas, encabezadas por Hidalgo y Morelos, tuvieron significados militares y políticos que pusieron en crisis el orden colonial. El movimiento encabezado por Hidalgo fue popular y masivo. Tras su captura y ejecución, Morelos, que participaba en la insurrección desde 1810, tomó el relevo del movimiento independentista y se distinguió como un notable estratega militar y como un político comprometido que intentó hacer realidad sus más altos ideales.50 Convocó a un congreso, del cual emanó la llamada Constitución de Apatzingán. Su captura sumió al movimiento independentista en una serie de guerrillas que se fueron diluyendo y sólo volvieron a tener éxito cuando a los intereses populares se impusieron los criterios de la élite novohispana.

En España, los franceses retrocedieron y Fernando VII quedó en posición de regresar. No obstante, demoró su retorno y sólo lo hizo cuando estuvo en posibilidad de abolir la Constitución de Cádiz y restaurar el régimen anterior. En la Nueva España, esta vuelta al pasado debió ser grata para muchos conservadores. Más aún, Fernando VII cambió al virrey Calleja por Juan Ruiz de Apodaca, quien adoptó una política contemporizadora y ofreció indultos a los rebeldes. Así pues, la Nueva España vio amainar el movimiento independentista. En 1820, Rafael de Riego, un militar español, se levantó en armas para hacer valer la Constitución de Cádiz. Su movimiento tuvo éxito y Fernando VII debió jurar aquel texto constitucional. Este hecho, sin duda, generó desconfianza entre los conservadores novohispanos, quienes siempre habían visto en aquella constitución una amenaza y la descalificaban diciendo que era de inspiración francesa y, por lo tanto, resultaba ajena a las tradiciones políticas hispánicas.

La élite novohispana volvió a contemplar la idea independentista y puso sus ojos en Agustín de Iturbide. Ahora concurrían los intereses de la élite conservadora que deseaba la independencia para librarse de la amenaza liberal y los de los insurgentes, quienes también anhelaban la independencia para impulsar un proyecto nacional liberal. Es decir, tanto conservadores como insurgentes deseaban la independencia, aunque por motivos opuestos. Iturbide logró un acuerdo con Vicente Guerrero, a la sazón el insurgente con mayor capacidad bélica. Ambos se encontraron en Acatempan en 1821 y el 24 de febrero de ese mismo año firmaron el Plan de Iguala, también conocido como de las Tres Garantías, pues se acordaban la independencia de México, la conservación de la religión católica y la igualdad de derechos de españoles y mexicanos. Meses más tarde, Iturbide y el virrey Juan O'Donojú firmaron el tratado de Córdoba, mediante el cual se establecía la independencia mexicana. Así quedó sellada la etapa colonial novohispana.


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