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3.2 LA SEGUNDA INTEGRACIÓN MUNDIAL O UNA GEOPOLÍTICA DE LA INDEPENDENCIA EN MÉXICO

Armando Pavón Romero


3.2.1 El panorama internacional, 1756-1808

El periodo que va entre 1750 y 1867 es una era de grandes cambios en la historia europea y americana. En esa época, dos grandes potencias, Inglaterra y Francia, se disputaban la supremacía europea. El resultado de la lucha tendría consecuencias en diversas regiones del planeta, pues para entonces se había desarrollado una integración mundial todavía más intensa que la presenciada desde el siglo XVI. En este sentido, la historia de México debiera explicarse atendiendo a esas grandes transformaciones.

Necesitamos, eso sí, algunos antecedentes. Una breve mirada a la historia del colonialismo nos dirá que Europa comenzó su expansión desde el siglo XIV, cuando Portugal comenzó sus viajes de exploración.22 Tras la conquista de Ceuta y el descubrimiento de la isla de Madeira, siguió el grupo de las islas Azores y la costa africana hasta alcanzar el Cabo de Buena Esperanza, con lo cual el camino hacia la India estaba ganado. Portugal se hizo cargo de comercio de las especias siguiendo la ruta ya señalada. Las riquezas que se obtenían de cada viaje eran altísimas. Por eso, Portugal no quiso arriesgarse y apoyar la propuesta incierta de Cristóbal Colón: alcanzar la India por la ruta occidental del Mar Océano. En cambio, España, que experimentaba un proceso de crecimiento bastante exitoso y que veía difícil seguir las rutas portuguesas, decidió apostar por la aventura colombina. El resultado, todos lo conocemos, América hizo su aparición, fue conquistada y colonizada, en primer lugar por España y en seguida por Portugal. Los territorios de uno y otro imperio no son comparables, pues España se adueñó de territorios que van desde el norte del continente hasta la Tierra del Fuego. En cambio, Portugal se vio limitado a la gran región del Brasil.

A España le siguió Holanda como potencia colonial.23 Sin embargo, Holanda no se dirigió hacia América, sino al continente asiático. Pero, a diferencia de España, no realizó grandes esfuerzos colonizadores y prefirió seguir un camino de mayor rentabilidad económica. Para ello, creó una empresa en 1602, denominada Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC, por sus siglas en holandés). Poco antes había arribado a la isla de Java (1595-1597) y desde allí se extendió en las numerosas islas vecinas. El objetivo era dominar el comercio de las especias, tan apreciadas por los europeos. Portugal no pudo competir contra Holanda en ese comercio, por lo que ésta se convirtió en la gran potencia marítima del siglo XVII. El éxito holandés se vio fortalecido por el desarrollo de una gran industria naviera; baste decir que la mayor parte del comercio europeo se realizaba en barcos holandeses y, por supuesto, también eran sus naves las que utilizaba la VOC.

Mapa Extensión territorial de Louisiana

 

Francia e Inglaterra también buscaron expandirse en otras latitudes del planeta, especialmente en América del Norte, allí donde España no había logrado afirmarse. Desde finales del siglo XVI, pero sobre todo a principios del XVII, Francia entró en contacto con las costas americanas debido a intereses pesqueros, especialmente en Terranova. Casi al mismo tiempo, los franceses entraron en contacto con pueblos indígenas de aquella región para el comercio de pieles. Se adentraron en el continente y fundaron varios asentamientos: Nueva Escocia, Anápolis, Quebec y Montreal. Desde esta última colonia, Francia inició la exploración de los grandes lagos y, sobre todo, del río Mississippi, que cruza de norte a sur lo que hoy es la parte central de Estados Unidos. Así, la colonización francesa llegó a cubrir una gran región de Norteamérica. En sus mejores momentos, se extendía desde lo que hoy es Canadá hasta la península de la Florida, poniendo un límite occidental a las colonias inglesas. A esta gran región se le llamó Luisiana.

Por su parte, Inglaterra también había buscado establecer algunas colonias en América, pero lo hizo en la costa atlántica. Aunque los primeros establecimientos son de 1607, la cultura estadunidense da especial significado al arribo en 1620 de un grupo de emigrantes llamados "los peregrinos", en el barco denominado Mayflower. Muchos ingleses consideraban que la religiosidad se había relajado en la isla y, por eso, las colonias americanas representaban una nueva oportunidad de corrección. Sin embargo, lo cierto es que a aquellas colonias arribaron protestantes de diversas corrientes, incluso católicos perseguidos y, más aún, europeos de otras regiones, alemanes o suecos, por ejemplo. Por lo tanto, algunas colonias se distinguieron por su tolerancia religiosa. Pero acaso más importante que el tema religioso era la dedicación al trabajo y a las actividades productivas. Desde muy pronto, las colonias del sur desarrollaron el cultivo del tabaco.

Así pues, hacia 1756, las colonias inglesas se extendían a lo largo de la costa este de Norteamérica, limitadas al norte, al oeste y al sur por territorios franceses. En este sentido, y sin contar con las islas del Caribe, podría decirse que a mediados del siglo XVIII Francia se encontraba en una posición colonial muy buena. Cualquier intento de expansión habría significado una confrontación con Francia, pero las colonias británicas comenzaban a sentir la necesidad de expandirse. En este sentido, y sin contar con las islas del Caribe, podría decirse que a mediados del siglo XVIII Francia se encontraba en una posición colonial muy buena.

El año de 1756 es importante porque fue entonces cuando comenzó la que posteriormente sería llamada "guerra de los siete años". En principio el conflicto parecía netamente europeo y, más bien, los contendientes eran Austria y Prusia, que luchaban por el control de Silesia. Como era –y es– frecuente, cada enemigo contó con el apoyo de otras potencias, lo que le dio un carácter internacional a la guerra. Austria obtuvo el respaldo de Francia, Suecia, Rusia, Sajonia y, en el último momento, de España. Prusia, el de Inglaterra y Hanover.

Desde otro punto de vista, la guerra de los siete años fue el conflicto en que Inglaterra y Francia dirimieron un nuevo reparto del mundo. Para nuestro interés es importante saber que ese conflicto tuvo escenarios no sólo europeos, sino también americanos y asiáticos. El historiador Immanuel Wallerstein analiza los complejos procesos económicos que experimentaban tanto Francia como Inglaterra y nos ofrece una interpretación muy interesante de aquella guerra.24 Para empezar, nos dice, aunque Inglaterra se encontraba en franco crecimiento también atravesaba serias dificultades en su comercio europeo. Por tanto, tuvo que "triunfar" en otros lugares del planeta. Ese éxito le devolvería la competitividad dentro de la propia Europa. Braudel, el gran historiador francés de la segunda mitad del siglo XX, precisa el método del éxito británico:

En la mayoría de los casos el éxito [inglés] se logró mediante la fuerza: en India en 1757, en Canadá en 1762, o en las costas de África. Inglaterra desalojó a sus rivales. Sus elevados precios internos […] impulsaron a Inglaterra a buscar abastecimiento de materias primas […] en países con bajos costos.25

El resultado de la guerra de los siete años en América fue un triunfo británico, una derrota francesa y un serio llamado de atención para España. La guerra terminó con el llamado Tratado de París, firmado en febrero de 1763.

España entregó a Inglaterra la Florida, Pensacola y San Agustín; para compensarla, Francia debía darle Luisiana y, al mismo tiempo, cederle Canadá a Inglaterra. Además, los ingleses ocuparon los puertos franceses en Senegal y frenaron las posibilidades de que Francia formara un imperio colonial en India.26

La cita anterior nos da cuenta del reparto colonial, pero tan importante como ese resultado es el debate que se suscitó en Inglaterra para tomar Canadá. Wallerstein hace un seguimiento de las consideraciones y de los resultados económicos y geopolíticos de esta decisión.27 Durante el Tratado de París, nos dice Wallerstein, se planteó que Francia perdería o bien Canadá o bien la isla de Guadalupe, gran productora de azúcar. Algunos ingleses consideraban que las riquezas de Guadalupe eran superiores a las que podía generar Canadá. Así, la pérdida de la isla supondría una sangría económica para Francia y una ganancia para Inglaterra. Sin embargo, los dueños británicos de plantaciones azucareras veían en esa anexión la emergencia de una dura competencia y por eso preferían Canadá. Otros advertían que la anexión de Canadá liberaría a Francia de los costos de administración y defensa que ocasionaba aquella colonia, y sería un alivio para las finanzas de Luis XV. Esa misma anexión, para las colonias inglesas significaba la desaparición de la amenaza francesa, con su religión católica. Por lo tanto, tarde o temprano, se haría superflua la necesidad que tenían las colonias del apoyo de la metrópoli británica. Así, escribía el duque de Bedford al duque de Newcastle en 1761:

Ignoro si la cercanía de los franceses en nuestras colonias del Norte no era la mayor garantía de su dependencia de la Madre Patria, que yo temo que tendrán en menor estima cuando pierdan el temor a los franceses.28

Finalmente, se impusieron los intereses de los azucareros británicos y de la propia Corona, que también veía reducidos los costos de la defensa norte de sus colonias. Pero la solución inmediata dejaba abierta la puerta de la independencia de aquellas colonias, hecho que no tardaría en ocurrir.29

El primer efecto que produjo el fin de la guerra fue decepcionante para los colonos británicos, pues creían que podrían adquirir nuevas tierras en el oeste del continente, pero Inglaterra prohibió esa expansión. Además, a la tranquilidad que sobrevino en Norteamérica por la desaparición del peligro francés se sumaron los costos de la guerra y el deseo británico de hacer contribuir con mayores impuestos a sus súbditos norteamericanos. A decir verdad, desde el establecimiento de las primeras colonias, Inglaterra había procurado mantener con ellas una relación de alta rentabilidad. En 1651, por ejemplo, se habían publicado las Actas de Navegación y Comercio, que obligaban el uso exclusivo de barcos ingleses para las transacciones comerciales de importación y exportación dentro del imperio británico. De esta manera se favorecía la industria naviera británica, en franca competencia en aquel momento con la holandesa. Sin embargo, en el periodo posterior al fin de la guerra de los siete años pueden detectarse nuevas cargas impositivas: en 1764 se decretó la Ley del Azúcar, que establecía impuestos a los bienes de "lujo", como el café, la seda y el vino, y declaraba ilegal la venta de ron. Ese mismo año se prohibió la impresión de papel moneda en las colonias y, con la Ley del Timbre, de 1765, se obligaba "a sellar con timbres cualquier documento público" (periódicos, libros, facturas, contratos, entre otros muchos). El dinero recaudado por la venta de timbres, sobra decirlo, iba a parar a manos de la Corona. En el mismo año, se emitió una ley más, la llamada Ley de Alojamiento, que obligaba a los colonos a hospedar y alimentar a los ejércitos del rey.

Para nuestros objetivos, basta decir que sobrevino el movimiento de independencia de las colonias americanas, el cual fue apoyado por Francia y, a regañadientes, por España. Para Francia, ésta era una oportunidad de revancha por la derrota sufrida en la guerra de los siete años; y España consideraba que si las colonias de Norteamérica rompían con Inglaterra, ésta dejaría de ser un problema, no sólo en el norte sino también en el Caribe. Sin embargo, temía que el ejemplo de la independencia norteamericana se extendiera a sus propias colonias.

A decir verdad, tras la guerra de los siete años, España enfrentaba problemas parecidos a los de Inglaterra, pero tal vez más profundos y difíciles de resolver. No hay que olvidar que España había sido aliada de Francia y Austria y, por lo tanto, era una de las perdedoras de la guerra. De sus posesiones de ultramar tuvo que ceder a Inglaterra la Florida a cambio de que los británicos desocuparan Manila y La Habana, y como compensación por la ayuda prestada recibió Luisiana de parte de Francia, aunque esta ganancia era más bien un problema. Wallerstein, apoyándose en otros historiadores, nos dice que "eliminada Francia como uno de los protagonistas en la escena americana, 'España se quedó sola frente a la amenaza inglesa durante las siguientes dos décadas' ".30

Así pues, España tenía que armar un ejército para defender sus colonias de la amenaza inglesa. Por tanto, era necesario aumentar los impuestos a las colonias. Y aún más, desde el arribo de los borbones al trono español se había ido desarrollando una política para hacer más rentables a las colonias.


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