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3.1.2 La crisis europea y el siglo XVII novohispano

Según las investigaciones más recientes, la Nueva España no compartió la crisis económica que sufrió Europa, y especialmente España, durante el siglo XVII. Postular esta idea implicó romper con el principio de una economía novohispana dependiente de los vaivenes europeos y buscar procesos propios para la historia americana, aunque por supuesto vinculados a los procesos mundiales de conformación de un mercado mundial.

La idea de una crisis de la economía novohispana, paralela a la crisis europea, se forjó entre 1929 y 1959. Durante esos treinta años se publicaron diversos textos que confirmaban la idea de la crisis. En 1929 se publicó un artículo de Earl Hamilton que mostraba una profunda caída en la recepción de remesas de plata en Sevilla. Hamilton estudiaba los registros de las remesas llegadas a Sevilla asentados por los oficiales de la Casa de Contratación, organismo de la Corona de Castilla, para el control de la llamada Carrera de Indias. Posteriormente, Hamilton dirigió sus intereses al efecto de la plata en la economía europea, y publicó un libro sobre el tema en 1934.4 La idea de Hamilton fue retomada por Wodrow Borah para demostrar que la crisis en el envío de plata se debía a una disminución de la producción del mineral en América, ocasionada, a su vez, por la brutal caída demográfica de la población indígena. La llamada escuela de Berkeley asoció la caída de tributarios con una baja en la producción de plata y el desplome demográfico para sentenciar un siglo de depresión en la Nueva España.5 El último gran hito de este paradigma explicativo lo constituyeron los trabajos de Pierre y Huguette Chaunu, publicadas entre 1955 y 1959,6 donde los autores demostraban el declive del tráfico por el Atlántico a partir del tercer decenio del siglo XVII y atribuían esta caída a una crisis en la producción americana.

Las investigaciones posteriores, más específicas, contradijeron la explicación de la crisis temprana, que era ya clásica. En torno a 1970 varios autores moderaron la visión catastrofista de la depresión novohispana. John Lynch publicó en 1969 un trabajo sobre los españoles bajo los Habsburgo, al que siguieron los textos de David Brading y Peter J. Bakewell en 1971; esta etapa de crítica inicial a la idea de la profunda depresión concluyó con la visión de conjunto que ofreció Jonathan Israel en 1975.7 Lynch aceptaba la posibilidad de que España hubiera pasado a ser socio minoritario del imperio, frente a la pujanza económica americana. Bakewell demuestra que el auge de Zacatecas durante los primeros decenios del siglo XVII coincide con la peor caída demográfica, pero no suscribe la tesis de Lynch porque considera que los comerciantes y mineros novohispanos no tuvieron poder político para reemplazar a la metrópoli. Brading, por otra parte, encuentra en los mineros y comerciantes de finales del siglo XVIII un grupo fuerte y dinámico, pero no necesariamente ligado con sus pares del siglo XVII. En general, todos aceptaron la crisis, pero más corta, menos profunda y más desigual de lo que había sido planteada por sus predecesores. Israel lo planteaba en los siguientes términos:

es evidente que en el medio siglo transcurrido de 1620 a 1670 la Nueva España pasó por un periodo de crisis económica, durante el cual la estructura de la economía mexicana cambió enormemente; algunos sectores se deprimieron mientras otros se desarrollaron, y fue una época en que hubo muchos trastornos y reajustes económicos.8

Sin embargo, a finales del mismo decenio de los setenta del siglo XX, Louisa Schell Hoberman publicó un artículo en el que cuestionaba la existencia misma de la crisis económica en la Nueva España.9 Se trataba de un estudio de los miembros del consulado de mercaderes de la ciudad de México entre 1621 y 1653, centrado en los 30 electores que dominaban el gremio de comerciantes de la ciudad. Hoberman demostró que los comerciantes eran figuras económicas primordiales de la economía novohispana de la primera mitad del siglo XVII. Tenían acceso a cargos políticos, básicamente como fiscales y tesoreros, o compraban cargos para sus familiares o allegados. Financiaban a los burócratas y a la Corona misma, y controlaban el crédito y el cobro de impuestos. Además, tejieron redes familiares que sobrepasaban el ámbito local y los vinculaban con las redes de comerciantes de Sevilla, el norte de la península ibérica e incluso Holanda. La mayoría de los comerciantes no eran novohispanos, sino vizcaínos, portugueses y santanderinos, sin embargo lograron mantener el monopolio al interior de la Nueva España. Después de estudiar sus actividades, Hoberman concluye que en ese gremio no se sintió la depresión durante el siglo XVII, y que sus actividades eran similares a las que mantenían los comerciantes de Boston durante el mismo periodo.

Tal vez la parte más sugerente del artículo sea la relación que la autora describe entre la Corona de Castilla y los comerciantes de la ciudad de México durante el siglo XVII. Mientras la Corona trató de frenar su poder, prohibiendo el comercio con Perú a partir de 1631 e impidiendo el crecimiento del galeón de Manila, los mercaderes sacaron provecho de la evasión y el contrabando. Ella estudia especialmente el comercio a través del océano Pacífico. Apunta que entre 1635 y 1716, poco menos de 35% de la plata mexicana se iba a Manila. Considera que Manila fue una colonia mexicana, donde los mercaderes de la ciudad de México tenían agentes que iban a negociar directamente con los chinos. En el Pacífico, los comerciantes de la ciudad de México controlaban las rutas comerciales y los puertos, lo que les daba una relativa independencia de la metrópoli.10

El papel del contrabando en el comercio había sido ya destacado por los trabajos de los Chaunu, quienes lo definían básicamente como piratería holandesa, inglesa y francesa, y estimaron que durante el siglo XVII el contrabando Atlántico llegó a superar al contrabando oficial, mientras que durante el siglo XVI no había representado más de tres por ciento. Consideran que en el Pacífico el contrabando fue mayor y la vigilancia más débil.11 Las conclusiones de Hoberman complementan esa visión tradicional del contrabando, sumándole la idea de evasión por parte de los comerciantes novohispanos, que cargaban las naves mucho más de lo que estaba permitido. En su artículo, el contrabando y la evasión forman parte estructural de la economía novohispana. A partir de su artículo, podríamos pensar que ante la crisis de la Corona de Castilla, los mercaderes de la ciudad de México se las arreglaron para comerciar fuera del control oficial mediante la evasión y el contrabando. Investigaciones posteriores han demostrado el alcance de este mercado no oficial, no sólo en el Pacífico sino también en el Atlántico.

Mapa del comercio transpacífico

 

En 2004, José María Oliva Melgar escribió un libro donde revisaba la crisis del comercio atlántico postulada por los Chaunu.12 Aduce una mala lectura de fuentes en los trabajos anteriores, debido a que estudiaron el comercio atlántico a partir de los registros de la Casa de Contratación de Sevilla, y demuestra que éstos son 20 o 30 veces menores que los que hacían los mercaderes, agrupados en el Consulado de Sevilla, sobre los mismos cargamentos. Así, por ejemplo, en 1670 el registro oficial dice que la plata americana sumó 1 022 115 pesos, mientras el informe consular consignó 20 000 000 de pesos.

Según Oliva, la Corona de Castilla sabía que las flotas transportaban mucho más de lo que se declaraba; por ejemplo, en 1698, la Corona solicitó 520 000 pesos de adelanto, de los 10 000 000 que estimaba estaban por llegar. Sin embargo, en los registros oficiales de ese año, el valor de la flota fue poco menos de un millón y medio de pesos. Es decir, la Corona calculaba un cargamento de por lo menos 10 000 000 y aceptaba un registro de 1 500 000. Parece un pacto de tolerancia de la Corona hacia los mercaderes a cambio de empréstitos fijos y constantes.

A la luz de las últimas investigaciones, la caída del comercio atlántico durante el siglo XVII es válida sólo para el tráfico oficial, pero no parece aplicable a todo el comercio transatlántico, incluida la piratería y, sobre todo, la evasión de los mercaderes tolerada por la Corona. Así las cosas, el control del comercio entre la Nueva España y Europa habría estado en manos de los consulados de la ciudad de México y de Sevilla, compuestos ambos por comerciantes extranjeros que sólo daban cuenta a la Corona de Castilla de una parte de sus transacciones. El comercio del Pacífico, por su parte, estaba en manos de los mercaderes de la ciudad de México desde el siglo XVII. La debilidad fue del Estado español, no de los comerciantes, pero la Corona de Castilla estaba satisfecha con los réditos que obtenía de sus colonias, por lo que permitió ciertas libertades a los consulados de ambos lados del Atlántico.

Podemos repensar, entonces, el grado de integración de México en el mundo durante el siglo XVII.

Mediante el contrabando y las redes de comerciantes que controlaban el comercio atlántico no oficial, las colonias americanas habían entablado relaciones comerciales con los centros económicos europeos que disputaban la hegemonía a España. Además, a partir de 1565, la Nueva España había abierto la ruta por el Pacífico, que llevaba la plata hacia Oriente sin pasar por Europa. Así, parte de la plata americana que no era recibida en Sevilla llegaba a Europa por el contrabando o se iba a China directamente. Más aún, es posible que una parte de ese metal se quedara en América. De esta manera, pese al control metropolitano y la crisis del Estado español, la economía novohispana se sumó a las rutas de la segunda integración mundial, aunque no siempre de manera oficial y completa.

Al interior, la economía novohispana se fue desarrollando. Sobre la base de la minería y la agricultura, se consolidaron otros sectores económicos. Se amplió considerablemente la ganadería y se fortalecieron los cultivos de caña de azúcar. Durante el siglo XVII cobraron importancia los obrajes, que producían telas varias. Aunque estas manufacturas no sustituyeron las importaciones europeas, que llegaban a la Nueva España a través del mercado oficial o por el contrabando, sí permitieron un desarrollo moderado de las industrias locales.

La caída demográfica se detuvo. Se calcula que a partir de mediados del siglo XVII la población novohispana volvió a crecer, por lo menos en algunas zonas. Este proceso de recuperación muestra sus resultados a finales del siglo XVIII, cuando, según los cálculos de Alejandro de Humboldt, había en el centro de México 7 000 000 de habitantes.13 La ciudad de México era la más grande de América, con unos 90 000 habitantes a finales del siglo XVI y 113 000 en el siglo XVIII. Funcionaba como centro político, financiero y comercial del virreinato de la Nueva España.

Los centros mineros como Taxco, Zacatecas y Guanajuato tuvieron desarrollos importantes debido a su función económica sustantiva. La Audiencia de Guadalajara, por su parte, fue un centro político y económico fundamental en la organización de la conquista del norte de lo que hoy es México. La guerra a sangre y fuego sobre los indios del norte, llamados chichimecas por los del centro, no logró la Conquista. Se impuso, en cambio, un avance paulatino que nunca llegó a consolidarse del todo.14

La división en obispados fue definiendo zonas políticas culturalmente diferenciadas, aunque integradas al virreinato de la Nueva España, como Michoacán, Oaxaca, Chiapas y Yucatán.

Frente a lo que algunos historiadores de la Independencia y la Revolución han destacado, el tiempo novohispano no estuvo exento de fuertes conflictos políticos y sociales. Quizá las múltiples confrontaciones sociales que marcaron la historia colonial puedan agruparse en tres tipos por su carácter sociopolítico y el entorno donde se produjeron: los conflictos originados por la continuación de las invasiones europeas; los conflictos por la tierra y la representación en los amplios espacios rurales, y los conflictos sociales y políticos urbanos.

Mapa virreinato fr la Nueva España

 

Durante los trescientos años que duró el gobierno virreinal aproximadamente, las exploraciones e invasiones españolas continuaron hacia el norte y el sureste. Contra ellas se mantuvieron activas luchas de señoríos y pueblos originarios que comenzaron en el siglo XVI, como la guerra del Mixtón15 o la resistencia de los mayas itzaes con centro en Tayasal;16 mientras que en los siglos XVII y XVIII se produjeron otras nuevas, como las protagonizadas por los pueblos pima, cora y yaqui.17

A diferencia de los conflictos antiespañoles en los límites del dominio colonial, las rebeliones en las ciudades casi siempre fueron protagonizadas por grupos diversos de la sociedad, desde luego tributarios indios, pero también esclavos africanos, clérigos y estudiantes. Por ejemplo, la del 15 de enero de 1624 en la ciudad de México, que terminó con el gobierno del virrey Gelves, representante del programa de reformas impulsado por el conde-duque de Olivares;18 o la de 1692, donde los indios rebeldes de la ciudad de México tuvieron en los comerciantes acaudalados y sus tiendas sus principales objetivos de castigo.19 Es probable que estas dos rebeliones enmarquen el principio y el final del periodo de crisis política que experimentó la monarquía hispánica de los Austrias, y que tuvo un punto de inflexión decisivo en el decenio de 1640, con la separación de Portugal, la rebelión de Cataluña y los conflictos en Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Andalucía.20 Estos conflictos de carácter urbano deben enmarcarse en la ola de rebeliones que se produjeron en el mundo mercantil durante la primera integración mundial.

Por otra parte, durante el siglo XVII, pero sobre todo en el XVIII, en el contexto de las diversas medidas que caracterizaron al absolutismo borbónico, los conflictos rurales por la tierra y la representación política cobraron mayores dimensiones, en particular, en las regiones con una fuerte identidad indígena como Nayarit, Michoacán, Oaxaca o Chiapas.21

Durante el siglo XVII, la Nueva España se fue separando paulatinamente de España. Una especie de acuerdo mutuo mantenía los lazos coloniales. La Corona permitía el monopolio de los comerciantes de la ciudad de México y toleraba sus evasiones a cambio del reconocimiento del poder monárquico sobre la Nueva España. Los comerciantes novohispanos, en su mayoría peninsulares, generaron redes familiares transatlánticas que reforzaban la dependencia. Así, una élite con fuertes filiaciones con la monarquía organizaba la sociedad colonial, sofocando las tensiones, pero alejándose cada vez más de los otros sectores productivos. La mano de obra, principalmente indígena, formaba parte fundamental de la maquinaria social, pero era marginada culturalmente, lo que daba una sensación de aislamiento y marginación.

En el siglo XVIII, la monarquía española, respaldada por la recuperación de la crisis que había vivido Europa, trató de recuperar el terreno perdido, pero las colonias no estaban dispuestas a ceder lo ganado. Pero antes de atender los procesos que llevaron a la independencia, analizaremos la recuperación europea, el fin de la crisis y la segunda integración mundial.


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