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3.1 EL SIGLO XVII: ¿UNA ÉPOCA DE CRISIS?

Armando Pavón Romero | Clara Inés Ramírez Gonzálezo

 

3.1.1 La economía europea del siglo XVII

La expansión económica europea del siglo XVI no pudo continuar su crecimiento y, por el contrario, entró en crisis hacia el decenio de 1620. Las causas pueden estudiarse en tres niveles: el comercio intereuropeo, el comercio colonial y los propios mercados internos.

Los historiadores están más o menos de acuerdo en que los problemas comenzaron en el decenio que va de 1620 a 1630, aunque existe menos consenso acerca del momento en que inició la recuperación. Hobsbawm,1 por ejemplo, piensa que la crisis tuvo su momento más dramático entre 1626 y 1660. Wallerstein,2 menos preocupado por los efectos negativos, piensa que la desaceleración podría ubicarse entre 1600 o 1650 –como fechas iniciales– y 1750. La dificultad para fechar el momento de recuperación es que no ocurrió de forma similar en todas las áreas de la economía, ni mucho menos sucedió de manera parecida en toda la geografía europea. Además de que la llamada "revolución industrial" se convierte en el gran referente del siglo XVIII para situar el surgimiento de un rápido crecimiento. Así pues, aceptemos que la llamada "crisis del siglo XVII" se extendió por un periodo largo que bien pudo comenzar en el decenio de 1620 y terminar en algún momento no definido, pero antes de 1750.

Entre estas dos fechas, debemos estudiar las dificultades y los cambios económicos ocurridos no sólo en la geografía europea, sino también en diferentes zonas del planeta, que habían sido incorporadas a la economía europea. Estudiaremos, pues, tres aspectos: el comercio intereuropeo, el comercio colonial y los propios mercados internos.


El comercio intereuropeo

Las regiones manufactureras se localizaban principalmente en Europa occidental, a saber, el norte italiano, los Países Bajos, Inglaterra y Francia. Hemos visto que las principales manufacturas eran textiles, vidrios y cerámicas, artículos de ferretería para la agricultura y para la industria naviera, peletería, etcétera.

Los talleres artesanales se encontraban ubicados en las ciudades y pronto se empezó a contratar mano de obra de los poblados vecinos, distrayendo a los campesinos de sus labores agrícolas. Las ciudades crecieron, pues algunas de sus características, como su oferta de trabajo, el acceso a los alimentos y ciertas libertades fiscales, resultaban atractivas para numerosos campesinos que decidían emigrar porque vivían agobiados por sus patronos y por las malas cosechas. Semejante crecimiento implicaba un mayor abasto de alimentos, que los campos vecinos, mermados en su población porque ésta estaba emigrando a las ciudades, no podían suministrar. Entonces fue necesario traer los productos agrícolas de regiones cada vez más distantes, y fueron Europa oriental y el norte de África los que satisficieron dicha demanda.

La productividad agrícola en aquella época no estaba aumentando de manera notable. Ciertamente había logrado un nivel un poco más alto que el de la Edad Media, pero no era suficiente para satisfacer las necesidades de Europa occidental. Así pues, los productores polacos, checos y bálticos tuvieron que presionar aún más a sus campesinos, presión que prácticamente se traducía en una confiscación de la producción para el consumo de los propios campesinos, obligándolos a reducir sus dietas alimenticias, creando situaciones de hambre y de revuelta social. La crisis social creada en Europa oriental no pudo ser enfrentada por la nobleza media, la cual fue absorbida por la alta nobleza, la única capaz de armar grandes ejércitos que contuvieran a las masas campesinas. Junto con la nobleza media también desapareció la pequeña burguesía manufacturera de aquella región, pues la economía se centró en la producción agrícola. Las manufacturas requeridas eran compradas en los centros occidentales.

Aquí llegamos al punto crítico: Europa occidental proveía de manufacturas a Europa oriental a cambio de cereales pero, al desaparecer la nobleza media, los requerimientos de bienes manufacturados descendieron, por lo cual la producción de Europa occidental perdía un mercado importante. ¿A dónde iría la producción manufacturera? No aparecerían nuevos mercados, por lo que la crisis era la consecuencia lógica. Es decir, si la producción no encontraba mercados, el primer efecto era una abundancia de bienes que empujaban a la baja de los precios, y una disminución de precios termina por desanimar a cualquier empresario. Por otra parte, si la producción se reducía para nivelar los precios, el margen de ganancia disminuía. Tampoco resultaba atractivo seguir importando cereales relativamente caros, con lo cual los mercados de Europa oriental también se veían afectados. Y, por último, al reducir la producción, los talleres debían despedir trabajadores, que no sólo quedarían en apuros para adquirir sus alimentos, sino que tendrían que enfrentar la escasez –léase precios más altos– derivada del colapso agrícola intereuropeo.


El comercio colonial

Los reinos de Portugal y España fueron los que habían desarrollado verdaderos imperios coloniales antes del siglo XVII. Con el descubrimiento y conquista de América, España había logrado aventajar notablemente a Portugal, y la plata americana superó con mucho la riqueza producida por el polvo de oro y los esclavos obtenidos por Portugal en África.

En el siglo XVI, España fue la gran potencia europea, influyó decisivamente en la política continental, y, cuando Carlos V se empeñó en conseguir la corona de emperador del Sacro Imperio Romano Germano, ni Francisco I de Francia ni Enrique VIII de Inglaterra pudieron derrotarlo. Carlos V estaba bien respaldado por la plata americana. La riqueza parecía llegar a la península fácilmente, pero muy pronto los propios contemporáneos comenzaron a notar algunos signos inquietantes.

Para empezar, España no tenía los recursos económicos ni de infraestructura para financiar la empresa colonial. Por ejemplo, cuando los conquistadores comenzaron a establecerse como colonos demandaban productos europeos –como vestido, instrumentos  de labranza y vinos–, pero la península ibérica era incapaz de suministrarlos, por lo que debía importarlos de Francia, los Países Bajos o Inglaterra, y los pagaba con dinero americano. Entonces la plata mexicana o del Potosí apenas llegaba a la península se volvía a embarcar con destino a Francia o cualquier otro país que aprovisionaba las necesidades hispánicas. Sabiamente, un observador español dijo que España era las Indias de Europa.

Este comercio colonial, en el mejor de los casos, podría haber sido equilibrado: América pagaba sus importaciones a Europa y España sólo servía de intermediaria. Pero desafortunadamente las cosas no son tan fáciles. Las funciones económicas del oro y de la plata durante mucho tiempo han sido las de servir como monedas. Y existen ciertos mecanismos económicos que se cumplen casi indefectiblemente. Así, para que haya un equilibrio en el mercado debe existir una cantidad equivalente tanto de productos como de monedas. Si existen más productos que monedas los precios tienen que bajar, es decir, el mercado tiende a equilibrarse. Si existen menos productos que monedas los precios tienen que subir. Por lo tanto, cuando llegaban los cargamentos de plata a Sevilla no importaba que la plata sólo estuviera allí unos días y luego se destinara a otro punto fuera de los reinos de Castilla y Aragón, los precios se incrementaban notablemente en Sevilla y las demás ciudades que se veían involucradas en el tráfico del metal precioso. Los precios subían porque había un exceso de monedas. A esto se le llama inflación. La situación era incluso peor, pues tan sólo la noticia de que la flota española salía de Veracruz o de La Habana hacía subir los precios.

Desde finales del siglo XV, las manufacturas europeas estaban incrementándose y, por ello, se hacía indispensable que aumentara la cantidad de moneda (también llamada "circulante") porque, como hemos visto, si el aumento del número de productos no se correspondía con un incremento en la cantidad de moneda los precios habrían tenido que bajar. Y un empresario se desalienta si aumentar su producción le genera pérdidas en lugar de ganancias. En aquella época, el crecimiento pudo financiarse con el polvo de oro africano llevado por Portugal, pero un crecimiento mayor requería de mayores cantidades de metales preciosos, así que la plata americana fue el golpe de suerte que esperaban las manufacturas europeas, puesto que no sólo contribuía a mantener los precios sino que un cierto exceso del metal hacía que los precios subieran, con lo cual los empresarios se sentían alentados a producir más. Este fenómeno inflacionario, durante el siglo XVI, no era negativo allí donde impulsaba la producción.

En cambio, una inflación descontrolada se convierte en algo negativo, y eso ocurrió en España, porque allí los precios subían tanto que los productos franceses, holandeses, ingleses o belgas resultaban siempre más baratos, incluso a pesar de haber tenido que pagar los costos del transporte. De esta suerte, los productos españoles no podían competir con los producidos con los de otras latitudes europeas, de manera que los empresarios españoles fueron directamente a la quiebra. Algunos profesores universitarios y muchos artesanos se dieron cuenta de este fenómeno inflacionario desde finales del siglo XVI, pero la monarquía hispánica no pudo controlarlo y comenzó un periodo que se ha llamado "la decadencia de España".3

Por si fuera poco, España enfrentaba tres problemas más. Uno era que las exportaciones de plata hechas por las colonias americanas superaban a las compras de productos europeos, por lo que la balanza comercial hispánica resultaba desfavorable. Este fenómeno podía compensarse coercitivamente, pues España era la metrópoli y podía imponer un cierto grado de comercio desfavorable a sus colonias, pero esto, produciría una crisis tarde o temprano. El segundo problema era el relativo a la producción misma de la plata, la cual debía extraerse de minas cada vez más profundas, con lo cual los requerimientos técnicos y los costos de extracción aumentaban. La minería americana no pudo reaccionar rápidamente, y hacia 1620 comenzó una reducción en la producción, con lo cual se agravarían los problemas financieros de la monarquía hispánica. El último factor era la política europea de España, una monarquía que al emprender una lucha contra países influidos por el protestantismo inició una serie de guerras que tuvieron que sufragarse, a menudo, con dinero germano prestado con la garantía de las remesas de plata americana. De manera que España gastaba sus recursos americanos en una empresa poco rentable: la guerra. Debemos señalar que las guerras son malos negocios para quienes compran armas, no así para quienes las venden. España, debido a la inflación que hemos referido, era incapaz de producir su propio armamento, por lo que la guerra resultaba un mal negocio.

A su vez, Portugal experimentaba grandes dificultades en el comercio de las especias, pues los empresarios lusitanos no podían hacer frente a los costos de los fletes que éstas requerían ni mucho menos a la venta al menudeo de las mismas. Así, tenían que aceptar el financiamiento italiano y, sobre todo, el de los banqueros germanos asentados en Amberes, con lo cual Portugal se convertía en un trabajador de la banca germánica.

En términos generales el comercio de las especias resultaba negativo para los europeos, puesto que los orientales no estaban interesados en los productos que Europa podía ofrecerles. Por lo tanto, los pagos por las especias debían hacerse en metálico y Europa veía así desaparecer sus recursos de oro y plata, tan importantes para dinamizar sus mercados. De esta manera, la plata americana vino a compensar la balanza comercial desfavorable a Europa, pero de ninguna manera pudo el comercio con Oriente ser canalizado en beneficio de Occidente.

El comercio colonial americano podría estar incentivando la producción manufacturera de Inglaterra, Francia y los Países Bajos, pero estaba destruyendo las manufacturas y los mercados portugueses y españoles, los cuales también entrarían en crisis en el decenio de 1620.


Los mercados internos

Hemos visto ya cómo el crecimiento de las ciudades de Europa occidental estaba distrayendo al campesinado de sus tareas habituales en beneficio de las ciudades, pues se contrataban como trabajadores de los gremios artesanales. Pero también porque se empezaba a desarrollar otra forma de producción manufacturera que se ha llamado "industria a domicilio". Esta nueva forma de producción se desarrolló principalmente en el área de los textiles. El empresario aprovechaba el conocimiento que poseían los campesinos en el tejido de telas, pues, como se imaginará, la pobreza tradicional del campesinado le impedía comprar productos textiles y por lo tanto se veía obligado a tejer sus propias vestimentas. Así, el empresario llevaba los materiales básicos para el tejido a los pueblos y los campesinos elaboraban las telas, que luego eran llevadas a la ciudad, donde se completaba la elaboración o manufacturación de los diferentes productos. Esto abarataba la producción, debido a que el campesinado cobraba mucho menos que un taller.

De esta manera, entre la emigración que se estaba produciendo hacia las ciudades y el surgimiento de la "industria a domicilio", los campos vecinos a las zonas manufactureras veían restringida su producción, que era cubierta, como ya hemos visto, mediante la importación de cereales provenientes de Europa oriental.

Este cambio en el abasto agrícola implicaba necesariamente un aumento de precios en los alimentos, que no era grave porque las ganancias provenientes de las manufacturas compensaban el gasto. El problema surgió por dos motivos. El primero fue que los artesanos que habían logrado hacer fortuna comenzaron a invertir en tierras, pero no para incrementar la productividad sino para asegurar sus capitales. En el mejor de los casos, esto mantuvo la producción agrícola en los bajos niveles de siempre, pero en otras ocasiones provocó una reducción en la productividad que debía ser compensada con mayores importaciones.

Por su parte, el aumento de los precios agrícolas, insistimos, debía ser compensado por las ganancias obtenidas en las manufacturas, por lo que el precio de estas últimas debía subir. Esto en sí mismo no era malo, el problema comenzó cuando el comercio con Europa oriental empezó a restringirse debido a la desaparición de la nobleza media, importante consumidora de manufacturas occidentales. La productividad manufacturera continuaba en aumento, pero ahora no encontraba mercado. El excedente producido obligaba a un ajuste, y la solución estaba en bajar los precios o en reducir la productividad. Esto ya era en sí mismo un elemento propio de la crisis, pero si atendemos a que los precios de las manufacturas no podían bajar porque los precios agrícolas eran elevados entonces tenemos un cuadro todavía más crítico. Una reducción en la productividad obligaba a desemplear obreros, quienes no contarían con dinero para comprar alimentos, por lo que el hambre, la peste y la muerte fueron la consecuencia lógica. A partir de entonces sobrevino un descenso en todos los aspectos: disminuyeron la población, la producción, la exportación y la importación.

En resumen, la llamada "crisis del siglo XVII" se extendió por un periodo largo que bien pudo comenzar en el decenio de 1620 y terminar en algún momento no definido, pero antes de 1750. Afectó tanto al comercio intereuropeo, como al comercio colonial y a los mercados internos de las ciudades europeas. La crisis perjudicó particularmente a España, que no tenía los recursos económicos ni de infraestructura para financiar la empresa colonial y no pudo controlar el alza de los precios que aniquiló la propia producción. Comenzó un periodo que se ha llamado "la decadencia de España".


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