conocimientos fundamentales

| filosofía | existencia y libertad

Página anterior Página siguiente





5.5.3 ¿Qué es la conciencia moral?

La palabra “conciencia” tiene muchas connotaciones en filosofía y se presta por ello mismo a equívocos. En términos latos, “conciencia” expresa la capacidad de percatarnos o saber de algo; en el caso de la conciencia moral sería precisamente darnos cuenta cotidianamente de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto, de lo justo y lo injusto. Por ejemplo: ¿necesitamos que se nos dé un curso de teoría moral con grandes especialistas para saber que robar la propiedad de otra persona o humillarla es malo? Cuando alguien es sometido a sufrimientos o castigos sin ninguna justificación, ¿no nos ofende esa situación? Todo ser humano tiene este tipo de experiencias sin necesidad de ninguna instrucción especial; nuestro abuelo o nuestra vecina tienen tanta conciencia moral como el más reconocido especialista en filosofía moral de una universidad. Todos son capaces de sentirse ofendidos frente a la injusticia o la humillación de otras personas, así como de aprobar que se ayude a quien lo necesite. La conciencia moral es una característica de los seres autoconscientes en la medida en que pueden evaluar sus acciones y creencias según ciertas normas que definen sus expectativas de interacción con los otros.

Pero esta conciencia moral no es una propiedad innata de los seres humanos, sino un proceso que se da de manera simultánea con el desarrollo de los individuos dentro de un determinado contexto cultural. Pensadores como Sigmund Freud, Lawrence Kohlberg, Jean Piaget, Jürgen Habermas o Paul Ricoeur, entre otros, se han ocupado del tema. Por ejemplo, Freud desarrolló una teoría de la conciencia moral desde el punto de vista del psicoanálisis, en la que mostraba que el proceso por el cual ésta se constituye depende básicamente de la estructura psíquica del individuo, que se refleja en una lucha constante entre los instintos y los principios de conducta aprendidos en la familia, la escuela o la iglesia.

Para Freud, la conciencia moral inicia con el sentimiento de culpa que surge en el niño al no actuar como sus padres desean. La aprobación o desaprobación de ellos marca el primer sentido de lo bueno y lo malo en el niño. Este proceso incluye, más adelante, la internalización de las normas morales vigentes en su contexto cultural, en donde la figura del padre es sustituida por las autoridades institucionales y las costumbres. Parece que mientras más reprimidos hayamos estado en nuestra infancia, más severos seremos con respecto a nuestras convicciones morales en nuestra madurez.

La teoría de Freud no es la única que trata de explicar el origen y desarrollo de la conciencia moral. Sociólogos como Émile Durkheim o psicólogos como Jean Piaget han propuesto otras teorías sobre el tema. Por ejemplo, Piaget planteó que el niño desarrolla su conciencia moral a partir de la aceptación de reglas de conducta que implican una adecuada interacción con los demás. Estas reglas van desde la acción individual hasta la que implica la cooperación normativa con otros niños. Por ello llama a su propuesta “evolutiva”: se parte de una concepción puramente egoísta de la acción (es mi juego y hago lo que quiero) hasta llegar a una solidaria que se refleja en la aceptación de reglas a seguir para poder jugar juntos (no puedes jugar si no respetas lo que todos hemos decidido). Piaget llevó a cabo este estudio en niños muy pequeños: de 1 a 3 años hasta aproximadamente los 11 años de edad.

Quizá la teoría más importante al respecto es la que han desarrollado Kohlberg y Habermas, quienes plantean que el desarrollo de la conciencia moral se define ante todo por ser de carácter evolutivo y cognitivo, es decir, es un proceso por el cual todos los seres humanos vamos ganando capacidad para comprender valores, reglas, normas y prohibiciones, así como para tolerar y solidarizarnos con personas distintas a nosotros. De esta manera, la conciencia moral se desarrollaría y perfeccionaría gracias a las relaciones que se mantienen con los demás desde la más temprana edad hasta la madurez.

Según Kohlberg y Habermas, el juicio moral es un proceso cognitivo que se inicia con los estímulos más básicos de la recompensa y el castigo, y termina con la capacidad de conducirnos según principios universales que aplicamos a los casos y contextos particulares. La mejor manera de entender esta propuesta es mirar nuestro desarrollo moral. Sin duda, cuando éramos niños creíamos que lo correcto y lo incorrecto era lo que nuestros padres decían que era así. Conforme crecemos esto cambia: lo importante ya no es tanto lo que decían nuestros padres, sino lo que en mi comunidad se plantea como correcto o incorrecto, hasta llegar finalmente a emitir juicios morales de carácter universal. Tomemos como ejemplo la costumbre que existe en ciertos países de África o Asia, en donde se mutila el clítoris a las mujeres con el fin de evitar el placer sexual. Sin necesidad de pertenecer a esa comunidad podemos tratar de comprender esta costumbre; sin embargo, también podemos emitir un juicio al respecto. Según Kohlberg y Habermas, el hecho de ser mexicanos no nos impide comprender, pero tampoco emitir juicios sobre otras culturas. Si no fuera así caeríamos en un relativismo ético extremo, en el que sólo podríamos hablar sobre las prácticas morales propias.

Para Habermas la conciencia moral se desarrolla en tres etapas: preconvencional, convencional y posconvencional. Veamos esto con un poco de cuidado.

Si entendemos por convencional aquello que todos aceptan como válido y correcto en una cultura histórica determinada, hay que señalar, en primer lugar, que un niño pequeño asume las normas morales de una manera puramente instintiva o pasiva. Por ejemplo, sabe que no debe tocar la estufa no porque comprenda que puede quemarse, sino porque su madre lo regaña o le da un golpe en la mano cuando la acerca al fuego; de la misma manera que puede asumir que es bueno comer toda la sopa porque, cuando la termina, le dan un pastel o dulces. Se trata, como indicamos, de un esquema recompensa-castigo basado en una figura de autoridad. Esta etapa es preconvencional porque el niño no comprende la razón de que ciertas acciones sean buenas y otras malas, sino que le son impuestas por el poder físico del que detenta las normas.

En la etapa convencional, el individuo se identifica con un grupo social, mantiene lazos efectivos con su familia y su entorno cumpliendo con su deber y actuando correctamente. Alguien es un buen chico o chica cuando se comporta según las normas establecidas en la comunidad, obedece las leyes y colabora con el mantenimiento del orden social.

Finalmente, quizá la etapa posconvencional sea la más importante, porque muestra la capacidad que tiene la conciencia moral de superar las determinaciones impuestas por los contextos culturales. Pensemos en el siguiente ejemplo: alguien nace en una comunidad racista en el sur de Estados Unidos. Ser buen chico es, además de obedecer a los padres y las leyes del pueblo, compartir con ellos su racismo hacia los negros y otros grupos étnicos. Ésta es una forma de pensar generalizada en ese tipo de comunidades; pero sucede que hay personas que llegan a cuestionar lo que sus amigos, su familia o su comunidad creen y concluyen que eso no es aceptable, porque no se reconoce el derecho de los otros a aspirar a una vida como la que desean para ellos mismos.

Aquí es donde adquiere un mayor valor la idea de legalidad y justicia como algo que todos, independientemente de su cultura o clase social, deben poder gozar. Esta capacidad para valorar sólo la puede tener un ser autoconsciente y crítico que actúa guiado por normas universales. En su libro Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant expresó esto con la tesis del imperativo categórico: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Esta idea de Kant es muy importante para comprender qué es la moral y la conciencia moral, pues señala algo que ya hemos indicado: tenemos intuiciones morales básicas que nos dan una visión normativa del mundo.

Las tres etapas esbozadas pueden sintetizarse de la siguiente manera:

tabla

¿Cuál es la relación que tenemos con “los otros”? ¿Qué tipo de compromisos tenemos con los demás? Para completar el estudio de las morales tenemos que pasar a ver cómo nos relacionamos con otras personas.


Inicio de página