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4.5.5 Perspectivas futuras

Como se ha mencionado, dos revoluciones son las protagonistas de la transformación de la actividad científica y tecnológica en el mundo: la revolución informática y la revolución biotecnológica. Está en proceso, si es que las investigaciones tienen el éxito esperado, una tercera revolución que mezcla informática, biología molecular, física atómica y química de partículas: la nanotecnología.

Las repercusiones de estas revoluciones son inabarcables. La tecnociencia ha creado nuevas entidades que no existían en la naturaleza: plásticos, uranio enriquecido, nuevos elementos químicos, transgénicos (que rara vez se dan de modo natural), y también puede alterar la forma en que se reproducen las especies de animales (de reproducción sexual a reproducción clónica); en el futuro podría crear híbridos orgánicos con una composición molecular distinta, es decir, nuevas formas de vida que no existen en la cadena evolutiva.

Asimismo, las tecnologías de la información y la comunicación han creado un nuevo entorno social de interacción, un entorno que no es físico ni requiere la presencia simultánea de los individuos; se trata del ciberespacio que permite otras formas de relación, de comunicación y de generación de conocimientos (la realidad virtual, la telepresencia, la acción a distancia). De este modo, la tecnociencia no sólo ha modificado el medio ambiente, sino también la forma de comunicarnos, de conocer y de comprender la realidad misma.

Por esa capacidad para transformar la estructura de la materia y de la vida, las revoluciones tecnocientíficas han tenido un efecto muy profundo en las relaciones entre la humanidad y la naturaleza. En muchos de los debates y controversias se han polarizado las opiniones: por un lado, una tecnofobia que surge del miedo irracional y del fundamentalismo religioso o ideológico, opuesta por principio a toda innovación tecnocientífica; por otro, la tecnofilia, que es la actitud optimista e ingenua de que toda innovación es necesaria, imparable y benéfica. Resultan igualmente peligrosas tanto la confianza ciega y el entusiasmo fantasioso en que la tecnociencia nos librará de todos nuestros males, como el miedo irracional y la reacción conservadora contra el desarrollo tecnocientífico.

Por estas razones, el desafío para la filosofía de nuestro tiempo consiste en contribuir a aclarar el significado de las revoluciones tecnocientíficas y a proponer criterios éticos y políticos para conducir y orientar a la tecnociencia hacia la mejor distribución de los bienes sociales, así como a la reducción de los riesgos y daños, mediante una nueva cultura de acciones corresponsables entre la comunidad tecnocientífica, los gobiernos, las empresas y el resto de la sociedad.


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