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4.5.2 Las controversias tecnocientíficas

La percepción social de la tecnociencia como moralmente neutra y siempre benéfica comenzó a cambiar hacia las décadas de 1960 y 1970, a causa de diversos desastres tecnológicos (con serias implicaciones ecológicas) que comenzaron a preocupar a los científicos y a la opinión pública, mucho más que a los gobiernos y las industrias. Asimismo, los medios de comunicación empezaron a investigar las causas de esos problemas, y no sólo a reportar los daños que se evidenciaban. La sociedad se volvió, en general, más consciente de los riesgos tecnocientíficos y más crítica con respecto a las motivaciones industriales y comerciales del desarrollo tecnológico.

Parecía que el viejo mito de Frankenstein se hacía realidad: el mundo tecnológico que la humanidad había creado empezaba a volverse en contra suya de manera incontrolable y catastrófica: los accidentes nucleares, la contaminación y el envenenamiento por pesticidas como el DDT, los efectos nocivos de algunos fármacos (la talidomida), los accidentes industriales y de aviación…

En esa época surgieron también diversos movimientos sociales que luchaban por defender derechos civiles y políticos y que demandaban una mayor participación ciudadana en las decisiones de política industrial y tecnológica. Es la época en la que surgen movimientos contraculturales (como los hippies), que clamaban por retornar a un modo de existencia más natural y que pretendían liberarse de las presiones de la vida moderna mediante el uso de drogas, el amor libre, la música, la poesía o la religión.

También surgen movimientos pacifistas antinucleares y tribunales ciudadanos que denuncian y juzgan —al menos simbólicamente— los crímenes de guerra (como el tribunal para los crímenes de la guerra de Vietnam, promovido por el filósofo Bertrand Russell) y, ante todo, nacen los primeros movimientos ecologistas y los partidos verdes (principalmente en Europa), que marcan el inicio de una conciencia crítica sobre el desarrollo tecnocientífico por la depredación sin límite de los recursos naturales.

Los problemas tecnocientíficos se volvieron mundiales (hoy se dice globales), pues muchos ciudadanos se dieron cuenta de que la tecnociencia, intrínsecamente asociada al capitalismo, había generado nuevos poderes económicos y un mayor bienestar sólo para una minoría selecta en el mundo, mientras aumentaba la brecha entre ricos y pobres, entre países industrializados y países llamados, eufemísticamente, “en vías de desarrollo”.

En ciertas capas informadas de la sociedad, la percepción del poder tecnocientífico era contraria a la imagen ingenua y optimista de la concepción heredada de la ciencia, y a la imagen convencional  e la neutralidad del desarrollo tecnológico. Así, la ciencia y la tecnología perdieron su halo de inocencia en las décadas de 1960 y 1970 del siglo pasado.

En ese contexto histórico-social surgieron las controversias tecnocientíficas. Las primeras se generaron en torno a la seguridad de la industria nuclear (desde finales de la década de 1950), el uso de agroquímicos (en la década de 1960) y, en fechas muy recientes, en todas las aplicaciones de la biotecnología (transgénicos, terapia génica, clonación).

Las controversias tecnocientíficas no son teóricas —como las científicas—, sino prácticas. Implican un debate científico para determinar o calcular la probabilidad de daños o problemas derivados de una innovación. Las controversias involucran a diversos agentes sociales (científicos, tecnólogos, empresas, gobiernos, medios de comunicación, grupos ciudadanos) que debaten y entran en conflicto sobre los beneficios (reparto equitativo) y riesgos de las innovaciones tecnocientíficas. En esas controversias tecnocientíficas, los agentes sociales involucrados deliberan, analizan la información científica, evalúan los resultados y aplicaciones de la tecnociencia y tratan de llegar a acuerdos para regular los riesgos, costos, distribución de beneficios, reglas y modificaciones sociales que introducen tales innovaciones. Las controversias muestran que las sociedades tienen opiniones que difieren y chocan, pero que pueden estar dispuestas a dialogar para llegar a consensos y evitar conflictos violentos.

Mediante las controversias tecnocientíficas, las sociedades han aprendido a generar nuevas formas de discusión y de decisión política para encontrar acuerdos mínimos respecto a la regulación social de la investigación y el desarrollo tecnocientífico.

Como parte de la compleja interacción entre la tecnociencia y la sociedad, las controversias movilizan reacciones emocionales en toda la sociedad; por un lado, esperanzas y fantasías: superación de enfermedades, aumento ilimitado de la duración de la vida, conquista del espacio, obtención de energía ilimitada…; por el otro, también suscita dudas, temores y resistencias por los riesgos que la tecnociencia ha desencadenado, algunos de los cuales se han convertido ya en catástrofes.

Algunas tecnociencias suscitan más cuestionamientos y conflictos que otras: las investigaciones tecnoastronómicas generan debates por los enormes costos de su infraestructura, pero no por sus efectos ambientales (que no son negativos); en cambio, las tecnoquímicas han sido muy controvertidas por la contaminación de los desechos industriales y ahora por la fabricación de nanopartículas que podrían provocar daños a los seres vivos. Las tecnomatemáticas también producen debates éticos y políticos: el uso y abuso de internet para el fraude electrónico, el terrorismo y otras modalidades de crimen organizado, la ciberadicción que ya padecen muchas personas (en especial jóvenes), etcétera.

Pero quizá las tecnociencias más controvertidas son las tecnofísicas (como la de la energía nuclear), las tecnobiologías y, en general, las tecnociencias que intervienen en la naturaleza viviente. Esto se explica por las enormes expectativas y sueños, temores y angustias que han provocado en torno a la salud, la enfermedad, la muerte, la intimidad del cuerpo humano, pues éste se ha convertido en objeto de experimentación y transformación tecnocientífica. Tal es el caso de los debates sobre la clonación humana o la utilización de embriones en la investigación.

En el desarrollo tecnocientífico contemporáneo han prevalecido muchas veces los intereses económicos o de poder (político y militar) inmediatos, por encima de los valores ético-políticos de protección de la salud humana y del equilibrio ecológico. Por ello las controversias tecnocientíficas pueden comprenderse como conflictos de valores: los inversionistas y los tecnólogos o agentes gubernamentales valoran casi exclusivamente la utilidad y la eficacia que obtendrán con las innovaciones, mientras otros sectores sociales (grupos ciudadanos, académicos) anteponen valores de seguridad, control de riesgo o acceso público a los beneficios inmediatos de las innovaciones.

Uno de los temas frecuentes de las polémicas tecnocientíficas son los efectos sociales que conllevan las innovaciones, como ocurre con la producción de semillas transgénicas. Esta innovación puede generar una desigualdad competitiva entre los agricultores, que acabe por empobrecer o imponer condiciones adversas a quienes tienen menor desarrollo tecnocientífico.

La tecnociencia ha contribuido a incrementar las desigualdades socioeconómicas entre las naciones y entre los individuos dentro de cada país. Una de las preocupaciones éticas consiste precisamente en reorientar el desarrollo tecnocientífico para que beneficie de modo más equitativo al mayor número posible de personas, y, con ello, se reduzcan los riesgos sociales y ambientales que conllevan las innovaciones.

En todas las discusiones se debate sobre los beneficios y los riesgos, los posibles logros y problemas que genera una innovación tecnocientífica; las controversias tecnocientíficas incluyen debates éticopolíticos de alcance internacional, relacionados con problemas de justicia, equidad, control del riesgo y distribución de los beneficios.


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