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2.3.2 El valor de hacer uso de la razón

Cuando Descartes dice que para alcanzar la verdad hay que dudar de todo, o cuando Kant nos convoca a hacer uso (cada uno) de la razón, están poniendo en acto, están realizando un gesto, una manera de pararse ante la realidad que se conoce como “Modernidad” o también “Ilustración”. Se trata de la actitud que coloca en el juicio del individuo libre y racional que somos cada uno, la decisión acerca de lo verdadero. Es decir, que a partir de Descartes, lo que sea la verdad han de determinarlo las personas ejerciendo sus capacidades. Lo verdadero no está dado de antemano ni garantizado por las costumbres, la tradición ni los hábitos. No es de por sí lo que diga el cura, el gobernante, el maestro, los padres, el jefe del partido o el poderoso a título de “verdad”, por más inamovible que parezca. Deberá someterse, para serlo, al escrutinio de la razón. La razón, la de cada uno en primer lugar, es el único tribunal de la verdad.

Esta actitud moderna ante el mundo eleva hasta el extremo la posición crítica que habían adoptado los filósofos antiguos. En el tema anterior observamos cómo, al comenzar a escribirse los saberes tradicionales, los pensadores pudieron establecer una distancia ante ellos y criticarlos. Sin embargo, la actitud crítica de los antiguos se moderó porque siguieron considerando que la verdad —incluso la realidad— existía en el fondo independientemente de nosotros. Los moldes de las cosas estarían ahí aunque no pensáramos en ellos, pues para Platón no dependían de nosotros en ningún sentido; y a Heráclito, que hizo notar que las aguas siempre estaban cambiando, jamás se le hubiera ocurrido que no había ahí un río, aunque fuera diferente cada vez.

Pues bien, los filósofos modernos llegaron a cuestionar, incluso, si en verdad existía el río. David Hume, quien vivió en Inglaterra en el siglo XVIII, dijo que si la certeza que podíamos tener era el yo, entonces lo que conocemos cuando vemos, tocamos, olemos, oímos o gustamos no son las cosas que están supuestamente afuera, sino sólo las propias modificaciones de nuestra sensibilidad. Es decir, que si usted cree que está leyendo este libro y lo siente en sus manos, tal vez no tenga acceso a sus páginas, sino únicamente a las modificaciones de su retina y de las yemas de sus dedos. Nunca entramos en un mismo libro porque quién sabe si haya libro…

El cuestionamiento, la puesta en tela de juicio, la duda de todo, como vemos con Hume, pueden llevar al escepticismo, es decir, a la afirmación de que tal vez no exista el mundo y, si existiera, no podríamos conocerlo. Sin embargo, la propuesta de Descartes, que dice que tenemos la certeza absoluta del yo, de nosotros mismos, es de hecho una postura antiescéptica. Fueron filósofos posteriores los que sospecharon que si ya se había iniciado el camino de la duda, tal vez el impulso cuestionador no podría detenerse nunca, ni siquiera en el “yo pienso”.

Esto es una tremenda paradoja: por un lado, la modernidad, la Ilustración, nos dice que para orientarnos en el océano de los conocimientos debemos, confiando en la razón, observar el mundo hasta encontrar su regularidad, el plano matemático de sus cambios; por otro, esa misma modernidad afirma, a veces, que simplemente no podemos conocer o que carecemos de toda guía segura en el terreno de los saberes. En los temas siguientes abundaremos en torno a algunas dificultades de la concepción moderna. Por ahora sólo nos interesa subrayar que la forma de entender el conocimiento poniendo como fundamento —como punto de partida— al yo, deja abierta la cuestión de lo que llamaremos el problema de la naturaleza intersubjetiva del conocimiento.

Hasta ahora hemos subrayado que, haciendo uso de la razón, cada uno de nosotros puede juzgar sobre la verdad. Sin embargo, ¿qué nos garantiza que llegaremos a los mismos resultados? ¿Por qué y cómo ocurre que la verdad es la misma para todos? Resolver realmente el problema de si los sentidos nos engañan requeriría demostrar no solamente que existe un yo que le da continuidad a las percepciones de cada uno, sino también que todos percibimos y conocemos las mismas cosas (sólo podría decir que mis sentidos me embaucan al compararme con lo que los demás perciben del mundo).

 Antes de estudiar el paso del yo al nosotros, del mundo particular de cada uno al universo común, debemos dedicar un espacio para estudiar cómo conoce la mente de acuerdo con la concepción moderna que hemos venido exponiendo. 


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