conocimientos fundamentales

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2.2.1 Pero, ¿es posible conocer?

Los discursos que cotidianamente reiteran la importancia y la urgencia de conocer dan por sentado que sabemos qué es el conocimiento y asumen también que su adquisición o producción no son problemáticas, por lo menos en lo que respecta a su idea o concepto. Quizá se podría hablar de dificultades prácticas para el incremento del saber individual o social (la desigualdad, la falta de instituciones escolares adecuadas, por ejemplo), pero la noción de lo que se quiere alcanzar, aquello de lo que se está hablando, suele tenerse por una obviedad.

Sin embargo, no es así. Si nos fijamos en lo que hemos dicho hasta ahora acerca de la importancia del conocimiento para las personas y las sociedades, veremos que hemos utilizado la palabra en varios sentidos diferentes: a veces como algo que es de los individuos, que habita en su cabeza; a veces como objetos o informaciones reales que están ahí afuera, existiendo y esperando que alguien venga y los aprehenda. En lo dicho hasta aquí hemos dado por supuesto que tenemos claro no sólo qué es el conocimiento, sino también aquello que no lo es.

Pero eso es muy raro. Hay muchas cosas que, hoy por hoy, ahora mismo, sabemos como personas y como países. Cuando se nos invita con tanta urgencia a entrar en la sociedad del conocimiento, ¿se quiere decir acaso que lo que hemos tenido hasta ahora no es conocimiento? ¿Los saberes de los que partimos forman parte, o se contradicen, o alimentan o niegan lo que vamos a aprender en adelante? ¿Son algunos conocimientos mejores que otros? ¿Es que acaso —y ésta es una de las preguntas más importantes que se han planteado los seres humanos gracias a la disciplina llamada filosofía— algunos conocimientos son verdaderos y otros falsos? ¿Cómo distinguirlos?

Si llegáramos a establecer algún criterio, procedimiento o prueba que nos permitiera determinar cuándo un conocimiento es verdadero, todavía tendríamos que preguntarnos si ese criterio que encontramos podría valer para todas las épocas, para los hombres de todos los tiempos, o si vamos a tener que cambiarlo dentro de poco. Hace un momento observábamos cómo solemos usar la palabra conocimiento de muchas maneras distintas —a veces como lo que está en la mente, a veces como algo que está en las cosas, por ejemplo, en los libros. Pues bien, habría que pensar si con un solo criterio o prueba distinguiríamos con claridad lo verdadero de lo falso en todas las formas distintas en las que hablamos del saber. ¿Hay una sola forma de la verdad?, ¿queremos decir lo mismo cuando afirmamos que la teoría de la relatividad de Einstein es verdadera, que cuando aseveramos que Maradona fue verdaderamente un gran jugador?

Eso de conocer parecería muy claro y urgente pero, como vemos, cuando se piensa con calma resulta algo lleno de dificultades. Si llegáramos a determinar el criterio que nos permitiera establecer cuándo un conocimiento es verdadero y cuándo falso, podría resultar que, una vez establecida la prueba (el examen que tendrían que pasar los conocimientos verdaderos), ocurriera que ninguna de nuestras mentes, o de los objetos exteriores, o de las informaciones y disposiciones que hasta ahora habíamos llamado conocimientos, pudieran pasar la evaluación. Ello querría decir, sorprendentemente, que a pesar de estar rodeados de “saberes”, no tendríamos acceso a la verdad, es decir, no podríamos conocer.

Si ése fuera el caso, si no pudiéramos determinar la jerarquía o la calidad de las diferentes cosas que nos dicen que son saberes o verdades, entonces la sociedad que ya está comenzando a llegar, la dichosa sociedad del conocimiento, más que una organización sería un lío, pues nadie sabría a ciencia cierta qué es más válido, si lo que dice la astrología o la astronomía, el feng shui o la física cuántica, la religión o la constitución política, sólo por poner algunos ejemplos.

Vivimos tiempos en los que reina la confusión en muchos aspectos y con frecuencia nos da la impresión de que, a fin de cuentas, todo es lo mismo y que vale igual la psiquiatría que la dianética. Sin embargo, si lo pensamos con calma, nos daremos cuenta de que, a pesar de todos los equívocos e indefiniciones, todavía las ciencias —las matemáticas, la física, la biología, la sociología, la economía, la filosofía—, las materias que se enseñan en las universidades, gozan de un prestigio especial. Ello a pesar de que a veces todos prefiramos ver el horóscopo a estudiar un libro de antropología para elucubrar qué es lo que puede depararnos el porvenir. ´

Quizá en todas las materias que se presentan como saberes (las que imparten las escuelas, pero también lo que se resume en nuestras costumbres y dichos) habite al menos una pizca de verdad. Para saber orientarnos en el mundo y no precipitarnos en el caos es urgente que conozcamos cosas, pero también que sepamos qué relaciones existen entre todos los saberes que nos rodean.


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