Lo que parece suceder es que convivimos con diferentes tipos de verdades, diferentes interpretaciones del mundo, que no es necesario que se contrapongan, no siempre tenemos que elegir y quedarnos con una sola visión; la pluralidad enriquece siempre nuestro horizonte. Veamos un ejemplo y pensemos cuál de las concepciones o interpretaciones es “verdadera”.
¿Por qué anochece?
La primera concepción se corresponde con la vida cotidiana, pues es lo que veo y “constato” todos los días, así lo expreso en el lenguaje ordinario; la segunda interpretación no la veo, pero la “sé” porque la ciencia dice que “así es”; la tercera es una interpretación poética. ¿Es la concepción poética “falsa”? ¿Tengo que elegir sólo una? En vez de pensar que hay una única manera de ver el mundo, podemos considerar que la realidad se nos ofrece de muchas formas y que, de hecho, convivimos con esta pluralidad. El ejemplo muestra que la experiencia cotidiana no se contrapone necesariamente con la científica, y que éstas no son contrarias a la experiencia poética. Las tres pueden ser simultáneamente verdaderas pues crean, configuran e interpretan el mundo y, junto con él, nuestra existencia.
La verdad del arte residiría, así, en su poder —este poder es el resultado de la mimesis— de hacer de este mundo un mundo humano, es decir, no una suma de meras cosas, sino una red inconmensurable de relaciones de sentidos e interpretaciones.