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7.3.1 Verdad y verosimilitud

Enfoquemos el problema desde dos posiciones concretas: Platón y Aristóteles. El primero afirma por momentos (no siempre) que la poesía es falsa y una mentira, no solamente por ser una “copia de la copia”, sino además porque, para Platón, el poeta no conoce aquello de lo que habla. Así, Homero, el autor de la Ilíada y la Odisea, sería un embustero y un mentiroso.

Si el arte puede ser considerado como mentira e ilusión es porque se asume que dice algo y que lo dicho puede ser calificado como verdadero o falso; y si puede ser calificado así es porque se trata de una proposición sobre el “estado de cosas” o sobre el mundo.

Para Aristóteles, el arte también es mimético; sin embargo, cuando analiza la poesía trágica en su obra Poética señala que el problema tiene que ver más con la verosimilitud que con la verdad. Esto es, lo importante en poesía es que ésta sea verosímil, no tanto que sea verdadera. Por ello es preferible relatar algo verosímil que no haya sucedido (por ende, un relato “falso”), que algo que haya sucedido, pero que sea inverosímil.

La verosimilitud tiene que ver con la credibilidad: ¿es creíble la historia relatada? La credibilidad se sustenta en buena medida en la secuencia lógica y el orden de sentido de las acciones (esto es el “cómo” de la mimesis: ¿cómo se relata la historia en cuestión?), y no en la posibilidad de que sean “verdaderas” o de que hayan acaecido. Una historia de extraterrestres en Marte puede ser verosímil si las acciones de los personajes son creíbles; en cambio, una novela policiaca puede ser inverosímil si, por ejemplo, el policía descubre al asesino sin haber seguido ninguna pista (la secuencia de las acciones sería absurda, es decir, inverosímil).

En el caso del poema de Aristóteles, el carácter mimético de la poesía no la enfrenta con el problema de la verdad, sino con el de la verosimilitud, puesto que para este filósofo la mimesis no pretende ser una “copia exacta”, sino una representación transformadora.

El esquema sería así: está el mundo, luego una proposición directa sobre éste (del tipo: “los pájaros vuelan” o “todos los cuerpos son extensos”), y finalmente el juicio sobre la verdad o falsedad de la proposición. Para Platón la poesía cumpliría con el esquema, pero la proposición directa sería falsa. En cambio, para Aristóteles no habría una proposición directa, pues la mimesis es transformación, por lo tanto, tampoco podría haber un juicio sobre la verdad o la falsedad.

Una metáfora puede ser pensada como proposición indirecta. Por ejemplo, si leemos literalmente “Aquiles es un león”, ésta sería falsa; pero no se supone que sea leída literalmente, pues es una metáfora y precisamente por ello no predica tal cual que Aquiles sea un felino, sino que es como si lo fuera (es decir, que comparte ciertas características con el león, por ejemplo, el valor). Así, no se puede juzgar simplemente que la proposición es falsa, ya que es indirecta. Esto es precisamente lo que sucedería para Aristóteles con la poesía.

Si el arte predica indirectamente, eso quiere decir que predica o dice algo del mundo (he ahí su carácter mimético), y que, aunque lo hace de manera indirecta, no es lo mismo que asegurar que no dice nada del mundo (ésta es una tesis antimimética que aparece tiempo después en el horizonte del pensamiento). Que el arte predique indirectamente, ¿se traduce necesariamente en que su ámbito sea sólo lo verosímil y no lo verdadero, sólo lo ficcional y no lo “real”?

La verosimilitud es una categoría indispensable, sobre todo en lo que toca a la literatura, la pintura y la escultura figurativas (por ejemplo, dentro del periodo clásico un retrato no tenía que ser necesariamente una copia exacta del rey, pero sí tenía que ser verosímil). No se trata, entonces, de elegir entre verdad y verosimilitud, sino de preguntar si, además de verosímil, el arte puede ser verdadero y en qué sentido.


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