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1.2.2 Tipos de argumentos

La estación

La estación, de Edward Hopper, 1908.

Recuperando el ejemplo que hemos revisado, con el fin de ver el tipo de argumento al que pertenece, tenemos:

1. Si p entonces q
2. Si q entonces r
Por lo tanto, si p entonces r

Veamos que hay un rasgo peculiar en este argumento. Los elementos que se presentan en la conclusión están ya presentes en las premisas; un rasgo característico de este argumento es que la conclusión no dice más que lo que ya se propone en las premisas, no va más allá de ellas. Este tipo de argumento se conoce con el nombre de argumento deductivo. Gracias a la peculiaridad de su forma, cuando está estructuralmente bien armado, la consecuencia lógica se presenta de una manera necesaria; esto es así porque la forma en la que están ordenados los elementos de las premisas asegura que la conclusión se sigue de ellas, con lo que nos obliga a aceptar lo que se afirma en la conclusión. Comprender mejor el tema de la necesidad presente en la estructura de argumentos deductivos supone acercarnos a uno de los criterios para evaluar argumentos: el criterio de la validez. Este tema lo veremos más adelante.

Hemos visto sólo un ejemplo de una estructura deductiva, pero existe un número infinito de ellas que brindan seguridad en el paso de premisas a conclusión. El estudio del argumento deductivo es tan importante que la clasificación usual de los tipos de argumento descansa en la distinción entre argumentos deductivos y argumentos no deductivos. Con ello se hace hincapié en el tipo de consecuencia que ofrece cada uno: los argumentos deductivos ofrecen consecuencias lógicas necesarias; en contraste, los argumentos no deductivos se caracterizan por ofrecer grados de seguridad menor, ya que no alcanzan el cien por ciento de seguridad que sí otorgan los deductivos.

Para comprender los argumentos no deductivos revisemos un ejemplo que nos permita ver cómo varía el grado de certeza de la conclusión. Pensemos ahora como contexto del argumento una situación cotidiana en la que se presenta una creencia. Los seres humanos actuamos basados en creencias que no carecen de fundamento. Lo que ocurre es que, en ocasiones, estamos tan familiarizados o apegados a una rutina que no advertimos que detrás de las creencias que orientan nuestra manera de comportarnos hay un soporte argumentativo.

Pensemos específicamente en nuestra creencia de que “al salir de la casa al trabajo volveremos a ella”.

¿Qué sustenta esta creencia? Las premisas están dadas por nuestra experiencia, por el número de ocasiones en las que hemos salido de casa al trabajo y hemos regresado a casa; esas ocasiones pueden ser cientos e incluso miles de veces. Así, todas esas experiencias —de salir de casa para ir al trabajo y luego regresar— son las premisas, y nuestra convicción de que regresaremos a casa es la conclusión. Pensemos: ¿esa conclusión es necesaria, es cien por ciento segura? La respuesta es no. Si bien la verdad de la conclusión se fortalece en la medida en que aumenta el número de premisas que la respaldan, no podemos tener una garantía total. ¿Por qué? Porque en las premisas no estamos contemplando todos los casos posibles. En el tipo de argumento que estamos revisando, la conclusión va más allá de lo que dicen las premisas. A este tipo de argumento no deductivo se le conoce con el nombre de inducción y obedece a un esquema general como el siguiente:

  1. El individuo A que pertenece a la clase X tiene la propiedad P.
  2. El individuo B que pertenece a la clase X tiene la propiedad P.
  3. El individuo C que pertenece a la clase X tiene la propiedad P.
  4. 4. n…

Por lo tanto, probablemente todos los individuos que pertenecen a la clase X tienen la propiedad P.

En nuestro ejemplo, los individuos son los días que pertenecen a la clase “ser días en los que salimos de casa para ir al trabajo” y han cumplido la propiedad “regresamos a casa”. Nuestras premisas pueden ser cientos o miles, y ellas conducen a la conclusión de que es probable que siempre que salimos de casa al trabajo, regresaremos a casa. Aquí, la conclusión no es necesaria y ello no se debe a un pesimismo, sino a la estructura con la que el argumento nos lleva a la conclusión. En el argumento inductivo nos arriesgamos, porque lo que se sostiene en la conclusión supera lo afirmado por las premisas en la medida en que, siguiendo con el ejemplo, se habla de las ocasiones futuras en las que saldremos de casa para ir al trabajo y se cumplirá que regresamos a ella.

La inducción no es el único tipo de argumento no deductivo. Hay otros, como el argumento analógico, el abductivo, el estadístico, etc. Pero lo que caracteriza a todos ellos es que no pueden ofrecer conclusiones necesarias como los argumentos deductivos.

Los argumentos deductivos y no deductivos no son exclusivos de un área de conocimiento ni de algún tipo de finalidad; los encontramos tanto en contextos ordinarios como en contextos científicos. No obstante, dentro de estos últimos, los argumentos deductivos son prototipo de la actividad matemática, en contraste con los de tipo no deductivo característicos —especialmente el inductivo— de la actividad científica experimental. En la base del desarrollo científico encontramos distintos tipos de argumento, pero también lo están en toda actividad intelectual, ya sea humanista o artística, sin menospreciar la importancia que tiene reconocerlos en contextos de la cotidianidad.

El estudio de los tipos de argumento no es una tarea acabada. Hay mucho trabajo por realizar en el análisis y sistematización de los argumentos no deductivos. El argumento deductivo, por sus características, es el más estudiado y mejor sistematizado, lo que explica por qué es un punto de referencia reiterado y modelo para el estudio de lo que hace falta comprender en otros tipos de argumento. A pesar de que carecemos de un estudio acabado de todos los tipos de argumento, es posible estipular una serie de criterios para evaluarlos. 


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