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1.3 SOCIEDAD DEL RIESGO

Paisaje citadino

Paisaje citadino, de Olga Rozanova, 1913.

Después de consolidarse la revolución científica, e institucionalizarse plenamente durante el siglo XIX, la ciencia cobró cada vez más importancia y prestigio. Esto condujo a que, tanto en los países en los que se originó la modernidad como en aquellos otros en los que se llevaron a cabo procesos de modernización, se otorgaran cuantiosos recursos públicos a la investigación, con una amplia autonomía de la comunidad científica que tenía libertad para decidir las áreas de conocimiento y los proyectos a los que dirigía sus esfuerzos. Estos hechos se debieron a que durante más de dos siglos prevalecieron las ideas de que la aplicación del conocimiento científico iba a ser siempre positiva, es decir, que la ciencia era sinónimo de progreso y racionalidad. Estas creencias condujeron no sólo al enorme desarrollo de la investigación, sino también a que la ciencia desplazara otras formas de conocimiento. Se llegó incluso a sostener que todos los problemas sociales podrían, eventualmente, ser resueltos por medio de la aplicación del conocimiento científico.

Sin embargo, estas ideas empezaron a ponerse en duda en el siglo XIX, en plena institucionalización de la ciencia, y los acontecimientos histórico-sociales del XX han conducido a su completo replanteamiento. En primer lugar, porque hoy es claro que hay importantes ámbitos de la vida social —como los relacionados con la moral y la política— que no pueden resolverse científicamente, pues abarcan dimensiones de la vida humana que requieren otro tipo de capacidades y esfuerzos. Pensemos, por ejemplo, en la satisfacción de las necesidades básicas de los seres humanos. A pesar de que se ha generado el conocimiento necesario como para asegurar que todos los seres humanos tengan cubiertas sus necesidades mínimas de alimentación, salud, vivienda y educación, esto no sucede porque la satisfacción de dichas necesidades es una cuestión de justicia social, no de aplicación de conocimiento científico.

Por otro lado, desde la primera guerra mundial y, de manera más acentuada, durante la segunda, se iniciaron los proyectos que han dado lugar a lo que se conoce como Gran Ciencia, es decir, proyectos cuya dimensión y necesidad de recursos requieren de financiamiento público y privado, lo que acota la autonomía de la comunidad científica. La manera en que la ciencia se ha relacionado con los objetivos militares y comerciales ha dejado claro tanto su potencial destructivo, como el hecho de que el conocimiento que produce puede usarse para fines que se alejan por completo de los ideales de la Ilustración y el bien público.

Por último, pero de manera igualmente importante, la aplicación de dicho conocimiento no ha tenido siempre las consecuencias positivas que se esperaban. Por el contrario, se ha generado una serie de problemas que ponen en riesgo la sobrevivencia de las diversas formas de vida que han evolucionado en el planeta, incluida, por supuesto, la especie humana. Los problemas ambientales son los más evidentes y conocidos, pero no los únicos.

Un ejemplo que permite ilustrar claramente la aparición de consecuencias no previstas en la aplicación del conocimiento científico y evidenciar la manera compleja en que ésta se entrelaza con otros ámbitos de la vida social, lo constituyen los cambios demográficos. La explosión demográfica del siglo XX está estrechamente ligada al desarrollo de la medicina, y es un hecho incuestionable que abatir la mortalidad infantil, evitar enfermedades y prolongar la expectativa de vida constituyen efectos positivos. Sin embargo, el aumento de la población trae consigo múltiples necesidades: trabajo, vivienda, seguridad social; necesidades que a su vez crean tensiones y cambios sociales, como el crecimiento de las ciudades en menoscabo del campo, el aumento constante de personas que requieren pensiones, el avance de enfermedades crónicas largas y costosas, entre otros.

Esta dinámica entre el conocimiento y la imposibilidad de saber qué consecuencias traerá su aplicación ha llevado a abandonar la pretensión de que la ciencia conduce al dominio de la naturaleza y a la resolución de los problemas sociales. Es en este sentido en que sociólogos contemporáneos como Ulrich Beck sostienen que vivimos en sociedades de riesgo.

En gran medida y como consecuencia de la aplicación de la tecnología y del desarrollo de los medios de comunicación actuales, la realidad social contemporánea y la experiencia que ella configura han cambiado radicalmente. El vínculo con el territorio, entendido como el escenario sobre el que se desarrollan la producción, la cooperación y la cohesión de la sociedad en constante transformación, está siendo trastocado. La globalización industrial, política y cultural está produciendo cambios estructurales en el ámbito social e internacional; la relación entre lo propio y lo ajeno se ha perturbado, afectando el dibujo de las fronteras tradicionales. A pesar de que todavía existen los estados nacionales, hay realidades sociales tan distintas, como el sistema financiero internacional, internet y la cultura juvenil, que no reconocen límites de tiempo y espacio. En este contexto histórico complejo, convulso y de orientación incierta nos encontramos todos los ciudadanos del mundo actual.

En este escenario, los conceptos de riesgo e inseguridad ocupan un lugar central, y han sustituido el que ocupaban las ideas de progreso y certeza, características de la modernidad temprana, no sólo como puntos de observación de la realidad social de las ciencias sociales y la sociología, sino también como conceptos que dan cuenta de la experiencia de vida de hombres y mujeres a lo largo y ancho del mundo. Sin embargo, esto no quiere decir que la idea de riesgo haya estado ausente durante la época moderna o en las discusiones sociológicas clásicas. Si entendemos que el riesgo se refiere a peligros que se analizan activamente en relación con posibilidades futuras, e incorporamos el concepto de efecto colateral como imprevisto o no intencionado de la acción, ¿acaso no encontraríamos en los análisis de la sociología inicial la evaluación de posibilidades futuras a partir de la consideración de potenciales efectos colaterales de la acción? Sería un error pensar, como se afirma en muchos de los discursos sociológicos contemporáneos, que la sociología inicial no fue consciente del riesgo y que fue fruto de una fe ingenua en los postulados de la Ilustración y el progreso. También allí, en la sociología clásica, la modernidad supone el juego de ambas caras, el orden y el desorden, la regularidad y la contingencia, la seguridad y el riesgo.

Si bien el desarrollo de la modernidad ha hecho evidente que el futuro es un horizonte de posibilidades abiertas, tanto positivas como negativas, la idea de riesgo hace evidente que la realidad social se configuró de otra forma a la esperada durante el periodo en el que no se dudó del progreso material y moral que la modernidad traería consigo. Asimismo, si el desarrollo de la modernidad también es producto de la decisión de seguir alguno de los cursos de acción posibles, se puede afirmar que el mundo contemporáneo es resultado de elecciones no acertadas, y en muchas ocasiones de consecuencias no previstas por los agentes individuales y colectivos. La idea de riesgo hace evidente la distinción entre realidad y posibilidad, es decir, que un estado no deseado de la realidad pueda ocurrir como resultado de actividades humanas.

Apelar al concepto de riesgo para hablar de los fenómenos en las sociedades actuales es una constante en la tradición sociológica. Las sociedades antiguas aludían al peligro y trataban de protegerse de la incertidumbre por medio de la adivinación o de la magia; posteriormente, las desgracias se explicaban por medio del pecado. Lo que las sociedades premodernas imputaban a la fortuna, a la voluntad divina o al destino, las sociedades modernas lo conciben en términos de riesgo. Del paso de la fortuna renacentista al riesgo moderno se ha transitado del destino dado por Dios al destino producido socialmente, como consecuencia de la multiplicación de las posibilidades de la acción y también de nuevas incertidumbres, esta vez creadas socialmente por la intervención humana en el mundo social y natural. Como afirma el sociólogo español Josexto Beriain, el riesgo representa una secularización de la fortuna y aparece como producto social histórico en la transición de la Edad Media a la Edad Moderna temprana y, como tal, en tanto construcción social descansa en lo que cada sociedad y sus instituciones consideran normal y seguro.

La elección de los riesgos y de las formas de vida van de la mano. Cada forma de vida conlleva una forma específica de percibir, construir y luchar contra el riesgo o los riesgos, y en este sentido, los peligros no existen en sí mismos, independientemente de la percepción, sino que devienen en asunto político cuando las personas son conscientes de ellos. Las afirmaciones sobre el riesgo descansan en patrones culturales que fijan lo que es aceptable frente a aquello que ya no lo es. Por ello, el tema de la seguridad se ha convertido en un tema medular en la modernidad tardía, y ocupa un lugar central dentro de la agenda política y social. Los asuntos de seguridad se han convertido en cimientos del orden social y político; de manera que los crecientes problemas de inseguridad son una preocupación que deriva en crisis de confianza en las propias instituciones policiacas, de inteligencia y en las estrategias gubernamentales ante un clima creciente de violencia, crimen y corrupción.

Cada sociedad conlleva su propio catálogo de riesgos; en México y en América Latina destacan el narcotráfico y el incremento de la criminalidad, configurando un entorno que se percibe y vive como más violento. Ello requiere de un nuevo tratamiento y una reflexión por parte de las ciencias sociales y la sociología, en tanto la violencia viene dada por actores no estatales que difícilmente pueden ser contrarrestados por las tácticas y negociaciones políticas habituales. Estos actores no estatales han privatizado, dispersado, desregulado y descentralizado la violencia, al salirle al paso al actor tradicional que poseía el monopolio de su uso: el Estado nacional. Frente esto, por ejemplo, incursionar sociológicamente en la percepción de la violencia con base en los medios de comunicación implica analizar de qué manera se construyen las representaciones sociales sobre la inseguridad y el miedo. Los medios de comunicación actúan como resonancia de la inseguridad, aunado a la cultura de la instantaneidad, de la inmediatez, de la sensación, del impacto, del "ahora en todos los sitios", que despliegan las nuevas tecnologías de comunicación.

Preguntarnos cómo es que el miedo y la inseguridad se han ido construyendo como formas colectivas e individuales de vínculo social; qué se puede hacer y qué no se puede hacer con los miedos y riesgos que percibimos cotidianamente; así como el papel del Estado en estos procesos, cuando fundó su razón de ser y su pretensión de obediencia ciudadana en la promesa de seguridad y protección, se convierten en algunos de los problemas que enfrenta hoy la sociología.

Frente a los grandes retos sociales que tienen los individuos y grupos que conviven en las sociedades contemporáneas, de los que sólo hemos mencionado algunos de los más evidentes, es claro que la sociología ha construido a lo largo de su historia un arsenal de herramientas teóricas y de análisis empíricos que la convierten en una disciplina indispensable para enfrentarlos, tanto en el nivel de la reflexión y el diagnóstico, como en un nivel práctico del diseño de posibles soluciones, una doble faceta que siempre la ha acompañado.


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